sábado, 31 de enero de 2009

METOMENTODO

Lexicalizado hasta el tuétano, paso del nivel semántico al fonológico como si tal cosa, y así pasa a veces lo que pasa, que pudiendo ser como podría ser un sabelotodo, un mujeriego, un presocrático o simplemente un vago, he terminado siendo un metomentodo más guarro que los pies que me llevan, eso si, procurando en todo momento mantener un aspecto engañosamente cabal que no diera pistas fáciles ni de mi marcada naturaleza curiosota e imprudente, ni de mi secreta condición de cernícalo. Y me dirán que qué tiene que ver lo de ser guarro con lo del ser un metomentodo, un cerdo con un entrometido. La verdad es que no resulta fácil de entender si antes no les cuento una pequeña historia. Estaba yo allí donde no me llaman, entremetido como quien dice en lo que nada me importa, cuando por un quítame allá esas pajas recibí lo que en realidad me tenía bien merecido: un puñetazo en la boca del estómago, seguido de otro en la mandíbula, de manos de un marinero supuestamente borracho de esos que nunca dan recuerdos a nadie. Y eso me ocurrió por metomentodo. Porque el desgraciado del marinero dijo que iba a rajar la cara a la camarera. Y porque no me pareció bien. A todo esto deben saber que yo era un tipo de esos que se profesaba a sí mismo un amor lo suficientemente amplio como para paliar la falta de afectos externos, y deben saber también que me gustaba la camarera y, en general, debieran saber que en el juego de las damas lo que más gustaba era comer, y que me costaba hacerme con una dama, y que cuando la conseguía nunca por nada del mundo la movía del sitio donde la había conseguido, con el resultado, fácil de comprender, de que las damas se aburrían como ostras huyendo de mi vera a la primera de cambio. Y deberían saber también que el suelo del bar donde caí era un lodazal, un mar de colillas, líquidos y barrillos varios que me dejó el traje echo unos zorros. Seguro que a estas alturas seguro que ya se han hecho a la idea de que lo único que necesito para ser feliz es un público entregado y fiel, razón por la cual me puse a gemir como un cochino para escenificar mi dolor. Llegado este momento debieran saber también que, cuando estaba en el suelo fruto del impacto, alguien, algún correveidile, llamó a la camarera que en ese momento estaba en la cocina. Y quizás también convenga que sepan que la camarera fue mi novia durante algún tiempo. El acabose fue que la dama, o sea, la camarera, al verme en el suelo y creyéndome simplemente borracho, me dijo: levántate de ahí, guarro, (¡me llamó guarro!), y vete para casa.

viernes, 30 de enero de 2009

¿QUÉ DECIR DE UNO MISMO?

Si fuera al menos valiente podría decir que no es más, ni menos, que un aprendiz de loco, prisionero de su propia cabeza. Podría decir también que no se ama, lo que le permite adentrarse en los vericuetos de su existencia como lo haría una puta bien pagada, con profesionalidad y codificados gestos de displicencia. Ya puestos, podría decir también que sabe poco e intuye que deben existir al menos dos maneras de escribir, pero lamentablemente no conoce más que una. Buen bebedor de almas y hábil a la hora de atravesar despierto el mundo de los sueños, no muestra extrañeza ante el amor y pareciera como si en su interior alguien se encontrara en un proceso de fuga constante. Celebra, siempre que puede, el doloroso triunfo de lo impar, y es propenso a buscar el enigma que explique la existencia del tirano. Podría decir de él que tiene una forma peculiar de posar la mirada sobre la realidad que se traduce en un ejercicio constante de rastreo selectivo sobre qué mirar y cómo mirarlo, sobre qué se dice y cómo se dice. Como un escarabajo en libertad condicional, deambula detrás de las bambalinas alimentándose de un subsuelo espiritual formado por pedregales ensangrentados y por emociones a medio camino entre la plegaria y la imprecación. Confuso, suele entremezclar descuidadamente la trama con el argumento, la razón con el corazón, los mimbres con la forma barroca y promiscua en la que éstos se entreveran, todo ello con claustrofóbicas consecuencias a modo de soliloquios en los que abundan los estacazos y los zarpazos contradictorios. Podría decir de él que es crédulo: le cuentan que el negro Hussein pasó por el ojo de la aguja, y se lo cree. ¿Qué más decir de uno mismo? Que habla en exceso pensando, cuando piensa, que tiempo habrá para el monopolio del silencio.

jueves, 29 de enero de 2009

TENGO UN PLAN

Voy a subir a la terraza toditas las angustias y las voy a tender bien tendidas para que no cojan arrugas y se sequen al sol de los abrazos, y para que se oreen también, que falta las hace, con las risas y el y venir de los muchachos. Terminada la faena, dejaré el cesto en la cocina y bajaré como un rayo a la bodega para poner a funcionar el viejo alambique del abuelo, ese artilugio capaz de destilar penas y convertirlas en orujo blanco, en lágrimas de Santiago, decía. Luego, con el resultado de la destilación, me voy a mamar bien mamado y voy a jugar a encontrarte, como te encontré, perdidamente bella, y te voy a besar esos labios de carnaval de julio hasta que ya no pueda más y me deje caer en fabulosas simas, y en días nuevos.

miércoles, 28 de enero de 2009

ERRE QUE ERRE

Erre que erre, aquí me veo una vez más a vueltas con lo mismo. De nuevo ese “que te compre quien te entienda” que me deja seco en el sitio, como fulminado. Mira que se lo tengo dicho, que mida sus palabras, y se lo tengo dicho porque creo que no es del todo consciente del daño que me pueden llegar a hacer esas voces que, mezcladas con inanes vientos, salen de su boca. Sabe perfectamente que no soy más que un insensato bendecido por su gracia, pero ni su gracia ni mi insensatez provocan conocimiento en modo alguno. Consecuencia: que no me compran. Y menos mal que el común de los compradores poco o nada saben, eso espero, de la de espacio y silencios que necesito para vivir, sobre todo para caminar viviendo, y lo que me gustan las revueltas de flores, y ese espíritu amorfo y bruto repleto de demonios que vive en perpetua conspiración y que me conduce a ir abriendo las puertas que Jim Morrison dejó sin abrir. Porque es lo que yo la digo: casi es mejor que me compren sin comprenderme, porque así y no de otra forma es como se debe comprar en la sociedad rápida de consumo rápido que nos ha tocado sufrir, especialmente a los vendidos. Y es que los que tenemos problemas de pequeñitos tenemos problemas de mayorcitos. En mi caso, vivía y vivo en medio de la oscuridad, y por eso no hago más que abrir tantas y tantas puertas que todo el mundo deja cerradas para que sean abiertas. Pero eso no vende. Ahora para cualquier cosa te hacen un test. Incluso para portero de discoteca. Como tampoco venden los poetas de hierro que, a fuerza de resultar empedernidamente extraños, o sólo extrañísimos, pues no hay quien los entienda, la verdad, con el resultado comercial que mi madre reproduce en su dicho machacón. Pero es lo que yo digo: ¿qué más da que me comprendan, siendo, como soy sin duda, un real visceralista que ha decidido traicionar a los suyos no cambiando ni un gramo, como quien dice nada, de la métrica clásica?. Como dos y dos son cuatro que con dos como yo todo el poder del infrarrealismo se iba al carajo. Mírenlo de esta forma: a las moscas, como a mí, les pica la luz, pero a las lagartijas, como a mí, las da la vida, razón por la cual concluí que a ese paso podía acabar convertido en un híbrido de mosca y lagartija, incomprensible de todo punto de vista, e incomprable, que es lo peor. Incómodo testigo de mi propio escribir, a veces resulto magnífico, como la tormenta de ayer, donde soy capaz de dejar reflejado algo de la luminosidad del rayo, resultando al día siguiente, especialmente para los que me rodean, algo indigerible que termina, al gusto de Bulteau, medio arrodillado ante la crispada boca de las hadas.

martes, 27 de enero de 2009

HIPOPOTOMONSTROSESQUIPEDALIOFOBIA

El tierno infante, a la edad de los seis años, recibió sin duda por error un escrito oficial de la Sociedad de funcionarios subalternos de la construcción de la central eléctrica principal de la compañía de barcos de vapor del Danubio, en el que se le requería los pagos atrasados de las tres últimas mensualidades. La mera visión de aquella cosa estampada en el sobre de la carta reproduciendo con precisión el nombre en alemán de la insigne asociación, conocida a la sazón como Donaudampfschiffahrtselektrizitätenhauptbetriebswerkbauunterbeamtengesellschaft, operó en la psiquis de este muchacho como si de un brutal mazazo se tratara, de forma y modo tal que nunca pudo recuperarse. Claro que la suerte tampoco ayudó. Convaleciente durante mucho tiempo, nadie supo en aquellas oscuras fechas determinar con precisión el mal que padecía el muchacho, pero no hacía falta irse a estudiar a Harvard para ver que tenía un miedo exacerbado al contacto con palabras largas y/o complicadas. Su caso iba de mal en peor, entre otras cosas porque tuvo la desgracia de aficionarse en las lecturas de textos de una disciplina, la filosofía, que seguramente tiene muchas cosas buenas pero en la que proliferan autores cuyo rigor no soporta la palabra llana. Pues bien, después de lo que parecía un ir y venir eterno de un especialista a otro en busca de algún remedio que paliara el débil estado en el que se encontraba nuestro protagonista, al fin dio con uno que, decían, había estudiado el tema en profundidad y estaba en condiciones de ofrecerle, al menos, un diagnóstico claro. En la primera entrevista el médico fue al grano y le dijo: mire, usted padece una enfermedad nueva llamada hipopotomonstrosesquipedaliofobia. Ni que decir tiene que el muchacho, ya no tan muchacho, casi se queda en el sitio. Al darse cuenta de su riguroso error, el buen médico le pidió mil disculpas, le dijo que lo lamentaba muchísimo y que todo había sido un error ya que, en realidad, existía otra forma de denominar su estado patológico: sesquipedaliofobia. El desmayo fue fulminante y el escándalo en la familia del jovencito (no sé si soy capaz de transmitirles que a todo esto pasaban los años), como podrán suponer, resultó mayúsculo. Tiempo después, el padre, que era un hombre intuitivo y bonachón, pensó que lo mejor era cambiar de aires, y como no había tiempo que perder, ni corto ni perezoso se personó en una agencia de viajes dispuesto a comprar billetes a algún lugar tranquilo y poco conocido de ese gran país, dijo al dependiente, que es Gales. Aquí hay que reconocer que el padre arrimaba el ascua de la enfermedad del muchacho a la sardina de su afición al rugby, pero así se escribe la historia. El dependiente le miró con ojos de cierta perplejidad y le dijo al señor padre que iba a ver lo que tenía, con el resultado de que lo que tenía era un viejo folleto de turismo rural, al que le faltaba buena parte de la información, y en el que anunciaban la existencia de una posada en la isla deAnglesey. Las fotos del lugar eran realmente hermosas: la iglesia de Santa María y el hueco del avellano blanco cerca del cual pasaba un rápido; la iglesia de San Tisilo, cerca esta última de un paraje denominado la gruta roja. Avispado como era el padre, preguntó por el nombre del pueblo, y la pregunta tuvo respuesta al cabo de un rato: Llanafair. Bueno, se decía su padre, no es lo que se dice un prototípico nombre de localidad manchega, pero es que de lo que se trata es precisamente de eso, de salir, de ver otras cosas. Al bajar del avión cogieron un tren, todo como en un suspiro, hasta llegar a una estación donde bajaron, y padre, madre e hijo pudieron leer con detenimiento un cartel de considerables dimensiones que anunciaba el nombre, en galés, del pueblecito: Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch. Su corazón no pudo con tanta cosa y, a los pies de aquel cartel, dejó de latir.

lunes, 26 de enero de 2009

LUNES

Selene, diosa de la Luna, me pidió que consagrara este día para ella, y así lo hice. El espectáculo resultó magnífico. En su honor, autoricé entrar a la luna en casa, y ambas, diosa y luna, aparecieron espléndidas en la velada, llenas a rebosar, hasta que se perdieron del brazo por los jardines. En recuerdo de aquel día, que dio la casualidad que era un lunes, a todos los lunes los llamamos lunes, para que no haya confusión. Y a partir de ahí cada cual hace con los lunes lo que puede, que no es mucho. Unos lo convierten en Lunes Santo, todo con mayúscula, otros arman sus revoluciones pensando en que otros lunes son posibles, otros lo pasan al sol, convirtiéndose así en los famosos Lunes al sol, y quien más y quien menos tiene sus escarceos oníricos y sueña los lunes con paisajes iluminados por la luna o le da por soñar con dos lunas, ambas menguantes. Hay quien tiene suerte y el inmenso honor de que un lunes cualquiera le digan al oído que alguien te quiere porque le nace quererte. Pero no es lo normal. Son muchos, demasiados sin duda, los lunes que pesan sobre nuestras cabezas. De hecho, se me ponen los pelos de punta de pensar que una séptima parte de mi vida transcurre en lunes, razón por la cual debiera haber una ley orgánica que hiciera carne para todos la promesa de un montón de risas aseguradas, una tras otro todos los lunes, sin cuya garantía habría razones de legítima defensa para quedarse en la cama.

domingo, 25 de enero de 2009

MORTALES

Lo bueno de estar muerto es que tienes mucho tiempo para escribir, y lo peor de escribir en estas condiciones extremas es que la crítica especializada no abunda, razón por la cual conviene estimular todos aquellos mecanismos que permitan el alejamiento del autor con su obra, titánica tarea ésta para la cual no todos los muertos están preparados. Así pues, escribir se convierte en una de las maneras, la única a veces, que tienen los muertos de dejar rastro. También es de las pocas formas que tienen a mano de dejar de pensar o, en el peor de los casos, de ir soltando el lastre de lo pensado cuando cada noche, fatigado y en paz, vuelve al nicho y apaga la luz. La convaleciente quietud en la aparentan vivir es ficticia, y saben como cualquiera que las historias se generan a sí mismas y tienen sus propias leyes. Basta con que en una tarde tonta alguien, incluso sin querer, ponga el marcha el secreto mecanismo. Eso bastará para que las descripciones se vayan hilando unas con otras y para que los personajes cuenten y callen aquello que tengan a bien contar. Ahora, por ejemplo, está narrando la historia de un personaje que luce volantes fruncidos en plan faralaes, sueña los días impares con becerros despavoridos, y es capaz de dejar constancia sobre el lienzo de aquellas fugas verbales en las que queda reflejado todo cuanto amó. Crítico consigo mismo, suele decirse para sí que nunca será un gran escritor por la sencilla razón de que nunca fue capaz de predecir la forma en que murió. De hecho, segundos antes del ocaso no quería darse por enterado de que en verdad iba a morir. Claro que aquel matón analfabeto tampoco sabía que lo iba a matar y, en todo caso, no sé muy bien que tiene que ver una cosa con otra. Las dos coronas de abeto que sirven para la adornar la puerta del campo santo le recuerdan a diario que es preferible pensar que no existe aquello para lo que no tenemos palabras, o dicho de otra forma, que de existir, esas cosas terribles son tan peligrosas que las guardamos bajo mil llaves en lugares donde no existen palabras para que nunca, nunca, puedan mostrarse al común de los mortales.

sábado, 24 de enero de 2009

TIEMPO MODIFICADO

Invariablemente, todo suele comenzar con la colación de algún sufijo en la mente de un adjetivo que, antes o después, y más temprano que tarde, es modificado en primera opción por aquello que se introdujo en su ser, procede a transfigurarse a sí mismo como segunda alternativa, o, tercera de las posibilidades, trastoca a algún verbo que ande por las inmediaciones sin otra cosa mejor que hacer que ser transformado por esa especie de alien que se le adosa a la chepa al que llamamos adverbio. Es ahí, en ese laberinto escorzado en el que se representa el conciábulo de la multiplicidad temporal, donde florecen los todavías, los jamases, y los socorridos yas, como acotando y queriendo dar a entender el tiempo en el que acontecen las cosas. Nunca es tarde para estos portadores de la sal y el limón, o dicho de otra forma, tengo para mí que siempre encontrarán la forma de hacer suya la ansiedad del vegetal y la dificultad intrínseca de ser algo o alguien en un tiempo que nos es dado. Ayer u hoy, ahora o mañana…no importa. Los signos donde anida el tiempo siempre darán contigo y hallarán la forma de sorprendente. Supongo que para consuelo de quien esto suscribe, me digo que aún no es tarde para mirarme en los restos del espejo roto e inquirirme sin dobleces por las diáfanas razones de tanta rabia acumulada. Anoche mientras dormía, vi llegar procedentes del mar de Mármara las maquinaciones donde se extingue cualquier resto de lívido. Parecían no tener adverbio que echarse a la boca y pudiera modificar su arrogante actitud, ni madre que les llamara al orden. Tengo la sensación de que pronto, por no decir enseguida, veremos los resultados.

viernes, 23 de enero de 2009

EL GANSO

A veces me escucho atentamente y, de pronto, creo descubrir el sentido de mi estancia entre los vivos. En esos momentos de efímera lucidez, grazno como sólo el ganso salvaje sabe graznar, respondiéndome al instante todos los anserinos que de una forma u otra mueven sus picos al son de la misma ley. Tanta actividad comunicativa centrada en la recepción, descodificación y emisión de gansadas me deja agotado, con el hígado a punto de reventar. Y es desde lo más profundo de uno de esos agotamientos que suplico lo que suplico a todos los gansos de nuca blanca: que me dejen dormir junto a mi madre mientras escucho la canción que interpreta la lluvia sobre el tejado de cinc.

jueves, 22 de enero de 2009

EL HABITANTE

Habita en mí un propósito asombroso y oculto que ya quisiera yo poder desvelar para que pudiéramos así asombrarnos juntos. Sólo puedo adelantarles que extraigo mis fuerzas de la acelga, a la que me someto por entero, y que así como el buhonero construye su tejado con la urdimbre tosca y diversa que le ha sido dada, así también quien esto escribe va haciéndose su huequito entre los constructores de vidas. El insondable perfume del cieno podrido a veces me turba, pero ciego y todo como estoy, soy capaz de verme. Y veo cómo me acompaña, sin querer, el jadeo que libera la ansiedad del derrotado, y veo porque ver es casi gratis, que es con adobo de inválidos con el que construyo la estancia que me acoge y en la que huele a apretón de manos. Entierro mi pie en la fisura del pedernal mientras beso la mica negra. Creo estar en mi sitio.

miércoles, 21 de enero de 2009

MEJILLA ABAJO

Mejilla abajo, las lágrimas no se detienen nunca, y por más que intentas taponar la hemorragia de soledades agolpando prisas, premuras y hasta urgencias en el foco mismo de la mirada, nada impide a los silenciosos alfabetos, sin algas y sin sortijas, supurar por el lagrimal el salado líquido de su bilis transparente. Cada vez más cansina, baja la lágrima recogiendo limos, querencias y soledades que se van acurrucando, como palomas enfermas, en los sombríos recodos de unas almas que, derrotadas y egoístas, sólo quieren dormir. En las níveas noches de frío glacial, la almohada se queja, y con razón, de las viejas sensateces que todo lo estropean. Pienso que, aún fuera de ti, hay horas en las que hasta los rencores duermen, pero mis ojos, como platos, siguen a lo suyo. A lo mejor, si pudiera dormir…

martes, 20 de enero de 2009

IR A NINGÚN SITIO

La mentira más impresionante que he dicho en mi vida me la dije a mí mismo mientras me limpiaba las uñas con la punta de una cerilla. Al principio, como sabía que era mentira, no le di demasiada importancia, pero lo cierto es que duele que te mientan y por mucho que quieras relativizar las cosas no logras evitar que el asunto te reconcoma por dentro. Por cierto que no sé que hacía yo limpiándome las uñas. En realidad no tengo, y lo que sí que tengo es la comprobación de que, al más ligero atisbo de uña, la neurona, mi neurona, emite una señal que va directamente a lo que me quedan de dientes mohosos, hecho lo cual estos se ponen a funcionar como si no tuvieran otra cosa que hacer. Y ahí se acabo la historia de la uña, ese germen de naturaleza córnea con forma de punta corva que debiera nacer y crecerme, como a todo hijo de vecino, donde finalizan los dedos. La verdad es que no logro dejar de pensar en ello, me refiero a lo de la mentira. No sé cómo pude mentirme así, aunque supongo que cualquier psiquiatra encontraría razones para ello a precios más o menos razonables. Resulta que el sádico que llevo dentro no sólo se dedica a darme cien patadas sino que, ahora, además, ha cogido la costumbre de mentirme. Claro que no sé de qué me extraño. No debiera extrañarme. ¿Me extraña acaso que haya guardias de tráfico perdidamente enamorados de chicas guapas que tienen por costumbre saltarse siempre los límites de velocidad? Sé que mintiéndome no voy a ningún sitio, pero que no vaya a ningún sitio tampoco debiera causar extrañeza a nadie. A mí al menos no me extraña. Lo verdaderamente raro sería ir a ningún sitio.

lunes, 19 de enero de 2009

ORDEN

Colocado en el lugar que me correspondía, justo antes del concierto, tenía por costumbre limitarme a observar, si el tiempo lo permitía, las filas de granos que conformaban las espigas en el trigal. También conocí por aquel tiempo el orden impropio de la niebla y de las inexistentes siglas que insisten en ser lo que no son, así como el enigmático orden invernal que servía para enhebrar los paralíticos ojos del vecino. Pero todo eso duró hasta que me detuvieron. A partir de ese momento conocí con cierto nivel de profundidad el orden del ordeno y mando. Fueron días en los que la orden principal consistía en ir en fila porque las ejecuciones fuera de orden le ponían al capitán frenético. Era un orden éste con sabor a fila india y a dolor de carne cosida. Orden también de ríos noctámbulos que establecía un nuevo equilibrio entre las cargas y amenazaba con sabotear el orden magnético de las cosas. Llegados a este punto, cualquier lector perspicaz podrá imaginar que escapé en cuanto pude de la obediencia debida a tanta orden, y que la libertad llegó en la ribera de un río al que llamaban negro y todo gracias a un imán. Pero esa es otra historia en la cual no me puedo entretener porque en esta, en la que estoy, el orden tiene su importancia. Libre por fin, aunque enfermo, supe lo que era el orden lento de la aurora boreal, que es el orden de un cosmos opuesto ya desde pequeñito al caos, que en realidad no es sino otro tipo de orden más complejo y, sobre todo, más desordenado. Visto así el orden del día del vivir, intenté refugiarme en un orden mayor, que era el que me parecía ver emanar de los libros ordenados en las estanterías, y fue en las sucesivas inmersiones en la lectura donde descubrí los órdenes imperativos, y el orden cronológico, y después el orden natural, que es el que huye del artificio como de la peste. Del orden dórico ni les hablo. Después vinieron los órdenes lexicográficos y alfabéticos que ceden su lugar, en orden de jerarquía, al orden lógico, o al simple orden secuencial, de llegada o aparición, que son órdenes que aparecen como desprovistas de sustancia inteligente. En orden a los números, conocí las sucesiones de series numéricas, las pérdidas que se esperaban en las cuentas de resultados de algunos bancos de inversión, que eran del orden de chiquicientos mil millones de millones, y hasta la notación que es, al decir de los entendidos, el orden que adopta el algoritmo, que a su vez es, como su propio nombre indica, un orden con algo de ritmo. En el orden físico coqueteé con el espacio y el tiempo, observando cómo su orden coincidente, llamado contacto, producía la tan deseada sinergia. En el orden de las ciencias de la vida, el orden habitaba a medio camino entre la clase y la familia, siendo el estudio de ésta, de la familia, la que me llevó a la reflexión del orden social después del cual debiera llegar el progreso, cosa que no siempre ocurría, al menos en este orden, aún a pesar de que hoy, al parecer, está a la orden del día. Y hablando de órdenes contemporáneos, pareciera como si la burbuja ordenada en la que vive cada cual hiciera las veces de un orden público cada vez más desestructurado y menos público. No siempre la renuncia a la individualidad ha conducido a la organización y al buen equilibrio entre las partes. Debo confesar que, superadas las fases iniciales en el estudio de lo social, a punto estuve de pedir el alta en la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén como medio para ingresar en el orden divino por excelencia, pero como ocurrió con el orden militar, se limitaron con buen criterio a declarar mi inutilidad para tan alta estima. Y basta ya de orden.

domingo, 18 de enero de 2009

LÍQUIDO

Todos se van: los universos de poliédrica belleza, los personajes desastrados, la musicalidad de las esferas, todos se van tras los restos de aquel verano tardío. Estas migraciones masivas producen en mí un efecto devastador por inmovilizante. Me apego a las zapatillas mientras se diluye en las arterias aquella fuerza por la que me mostraba voluntariosamente predispuesto a seguir hasta el lavabo al protagonista de la historia, de cualquier historia. El motor inmóvil en el que quedo convertido se alimenta de todo lo que cae en su reducido campo de acción: de la savia nutricia que me aportan las palabras apaisadas, de los rudos y amorfos signos repletos de majadería, y hasta del poso melancólico que resulta de las hilarantes y obsesivas excentricidades del alma. Al paso que voy, que es ninguno, terminaré cortando la ética en lonchas más o menos finas y disfrutando del gran espectáculo que supone observar la prístina manifestación de la estupidez infinita moviéndose en todas direcciones. Paralizado, me miro en el espejo y pienso que soy el estado de la materia en el que en cada caso estoy. Y hoy, para escarnio del sistema financiero, me gusto así, líquido.

sábado, 17 de enero de 2009

HISTORIA DE UNA PREGUNTA

Los indiscernibles límites existentes entre la ficción y la tontería me impiden informar con precisión de las coordenadas en las que me encuentro. Lo único cierto es que me revuelvo molesto y pegajoso en el sillón preguntándome sobre lo que no sé, con tan mala fortuna que el volumen de la pregunta va adquiriendo tal tamaño que pasa a ocupar, primero, el lugar que mi cuerpo ocupaba en el sillón, y después, por extensión, el espacio-lugar que ocupaba mi vida toda, una vida que a partir de este instante habría que entenderla como historia de una pregunta o, si lo prefieren, como una página más de la historia universal de la infamia. Nada, ni la vida ni mucho menos la ausencia de vida, pareciera tener sentido alguno. En este abrupto paraíso de interrogantes en el que vivo, impenetrable y a la vez sutil, me pregunto por aquello que pudiera dar sentido al travestido espíritu del espectáculo cultural e intento huir, sin resultados positivos por el momento, tanto de las constelaciones de ripios como de los cinismos desmitificados, con la consecuencia inevitable de hacer mío el extraño extravío del hombre moderno, convirtiéndome así en un ser indolente, algo agrio y mohoso, como el sabor de ciertos quesos franceses.

viernes, 16 de enero de 2009

PENSAR DEMASIADO

A veces me ocurren cosas por pensar demasiado en algo. No conviene pensar demasiado en algo. Podría decirse que pensar conviene pensar lo justo. La continencia, pues, debiera ser la norma general en esto del pensar. Especialmente cuando se está hablando no conviene pensar prácticamente nada. Un buen canon sería aquel que dijese que pensar conviene pensar poco y en silencio. Y en soledad. O mejor: solitariamente. De esta forma es posible que no pases peligros innecesarios y que puedas incluso llegar a hacerte mayor teniendo sensaciones agradables como la de estar desapareciendo. Claro que si piensas, aunque sea solo y en silencio, puedes llegar a pensar en el zarrapastroso y tristísimo albornoz que te pones al salir de la ducha. Ojo con las compañías silenciosas. Verse en el espejo mudo y deprimirse puede llegar a ser una y la misma cosa, y todo esto pensando lo justo. Pensando también puedes llegar a sentir remordimientos de lengua. Esa terrible sensación de tontuna que le ataca a uno cuando se vuelve a morder la lengua, la misma lengua siempre, y en el mismo sitio, siempre en el mismo sitio. Es un por ejemplo pero también pensando puedes llegar a pensar que cuando llegas a un sitio te gustaría saber que has llegado, sentir algo diferente a lo que sentiste en la partida o en cualquier punto del tránsito. Por eso es por lo que, más importante que tener pensamientos justos, es pensar en las cosas lo justo. Otro por ejemplo: pensar en la vieja manta escocesa toda raída con la que el abuelo salía a la puerta de su casa para, sentado en el poyete de piedra, dejarse empapar del último sol de otoño. No pensar en el abuelo, no, pensar en la manta y pensar que en realidad la manta no lo pasaba tan mal. Pero ya. Si piensas más de la cuenta en la manta o en el abuelo puedes tener problemas. Es como lo de la niña. Puedes pensar un momento en la niña que compró con su dinero un osito de peluche y lo mantuvo toda su vida al resguardo de las miradas ajenas. Si estas solo y no hablas puedes pensar un rato en la niña o, mejor, en el oso de peluche. Pero tiene que ser un flash. Un instante y ya. Normalmente es más fácil hacer cosas mientras no se piensa. Puedes, pongamos por caso, no pensar y asentir con la cabeza gacha. Es muy común.

jueves, 15 de enero de 2009

LAS HORAS BOBAS

Andan sueltas las horas bobas de un mes cualquiera, vagando como almas en pena por los limbos de un tiempo espeso, y todo para terminar apareciendo ante mí como lo que son: puros signos de ausencias. Desde el sofá, mando en mano, las ves pasar exactas, y a tal punto de exactitud llegan, que ni pintadas serían de mayor agrado a los duendes de la siesta. Dado el contexto, nadie se asombra al ver las desfondadas distancias que separan los sueños hundidos e irrefutables de las irrealizables voluntades. Entre unas y otras, a caballo de tanta erre, el sueño llegó y dio comienzo el espectáculo. Cobijados tras las nubes, los jirones de tiempo sin carne se abalanzaban sobre mí, exhaustos tras su paso por las flores, la arena y el cristal. Los linos voladores y las certeras alas trepaban al unísono por un aire que se me antojaba querencioso y esquivo a un mismo tiempo. Todo era fiesta y dádivas. Los regalos consistían en collares de azar y ámbar, deslices ensartados en anillos y pulseras de caprichosas sales repujadas al sol. Justo cuando los cielos en deriva y las espumas se afanaban en ocultar las voces de mar, sonó el timbre. Abrí un ojo, lo cerré, y no volví a mover ni un músculo.

miércoles, 14 de enero de 2009

DICIEMBRE

Décimo del romano, duodécimo en el gregoriano, llegó diciembre envuelto en aceite de penumbra y rezumando mares de dudas. En este caso, las dudas se sustentaban en el hecho de que no siempre soy el que soy, habiendo ocasiones en las que soy, sea quien sea el que en ese momento soy, demasiado feliz. Viéndolas venir, robé de la mesilla el collar de sus silencios y me fui, primero a Jartum, para terminar con el exceso de azogue, y después a un concierto en Getsemaní, acontecimiento éste que tuvo la virtud de transportarme a la edad de hielo y a la comprensión exacta de la frase “todo lo tienes tú”. Fue en este tiempo en el que la cigüeña me trajo en su pico la flor del narciso y en la que el rosicler de la aurora me hizo captar el silencio que precede al beso, todo por cuatro euros. El mero contacto con la piedra turquesa me condujo también, esta vez sin pagar ni un duro, a la vindicación navideña del yo, lo que me procuró días después un par de chinelas de regalo y una reflexión sobre el noble bostezo que, exánime, me trajo la última luz del año. Siendo, como eres, arcilla de mi arcilla, leíste conmigo el diálogo entre Sara y el mago y la historia del magnolio perdido entre banderas de hierbas y apariencias de perdición. Al término del año, como en la Terminal de aquel axon, seguía reinando un año más el sueño velludo de la Septuaginta.

martes, 13 de enero de 2009

PODRÍA SER PEOR

Los gusanos podrían dar fe de que por dentro estaba muerto y bien muerto, lo único es que sus uñas y parte del aparato excretor se negaban a reconocer la evidencia. Con todo, lo peor era que ya no había nadie que pudiera reprocharle el sinsentido de su infantil actitud. Pero podría ser peor. Todo podría ser peor. El jarrón, las croquetas, las amantes,.. Podría ser que, además del muerto, la muerte quisiera llevarse todo por delante, croquetas incluidas. Las dudas también se disiparían a su paso y sólo permanecería, sentada sobre su propia sombra, la agonía en forma de estiércol. Apostó su vida al cinco, y perdió, y supo que perdió cuando escuchó el sonido de la bala salir de la recámara. No era lo que esperaba, pero todo podría ser peor. En el cementerio, si ponías la oreja sobre su tripa de mármol podías escuchar el misterioso gorjeo de su espíritu volando y el aroma de pestilente realidad que atiza las brasas de su bajo vientre. De hecho, tengo la sensación de escuchar su roncar lastimero y profundo mientras escribo. Pero podría ser peor.

lunes, 12 de enero de 2009

BESOS ENCASQUILLADOS

Eso quisiera: ser descanso para, descansado, despertarme y soñar despierto con el centelleo de las lumbres y con los tragaluces que dan paso a esa luz especial con la que construyes el claroscuro de tu sonrisa. Como si fuesen tuyas, se agolpan en el ensueño de las vidrieras los gestos de espuma manchadas de estrellas y esa querencia especial que sólo tienen las auroras indecisas. Llegada la realidad en forma de ausencia, y relegados los labios ausentes al dulce sueño del deseo, todo lo doy por perdido al constatar que de todo tengo –sueño, labios ausentes- menos de ti. Consciente ya, recuerdo que entre la noche y yo vagan tus besos encasquillados en la recámara de un alma hueca del nueve largo. El diablo te cargó, y debemos tener cuidado.

domingo, 11 de enero de 2009

EMBELESO

Su nariz, alta y tajada, sobresalía como un farallón sobre su enjuto rostro, redimiendo así a tan capital cabeza de su místico embeleso y dejando al descubierto el melódico olvido que gravitaba sobre los últimos signos de su caminar severo. La turba de arena caliente, en bullicioso silencio, ajusticiaba una tras otra las escabrosas cavidades del aire, mientras las aceradas fierezas de su pensamiento, remedo de antiguas ponzoñas de origen reptil, le embaucaban con artificios de palabras y mentirosas razones. A partir de la derrota épica, eólica e inmisericorde que padeció en las tierras de los gigantes como consecuencia del prolongado y amoroso batallar en el que se viera inmerso, hizo mella en él la suspensión del movimiento y hasta del sentido, enfermedad ésta que si bien pasaba desapercibida para muchos de sus conciudadanos que se encontraban en iguales o peores circunstancias de abatimiento y atontamiento, lo cierto es que aminoraba la cadencia y la eficacia con la cual se afanaba en la resolución de entuertos y ponía en marcha proyecto para salvar doncellas de las garras de la violencia machista y patriarcal. Privado del desaliento que hacía mella su señor, y cercano en ocasiones a la lucidez completa, era costumbre del escudero devolver a su señor del embelesamiento en el que se encontraba diciéndole cosas que le sacudieran de su pasmo. Pero no siempre era posible, y lo cierto es que en esta ocasión no halló forma y manera de mitigar el aspecto melancólico y bobalicón del que hacía gala su señor caballero.

sábado, 10 de enero de 2009

EL INSÍPIDO CONSCIENTE

Impotente, una vez más, para la construcción de un discurso consecuente, decido asomar el anacoluto que tengo por hocico literario y exponerlo a los rigores de la cruda mañana cristalina que hoy, en una extraña mezcla de confusión y asombro, me llega cargada de todo tipo de desmanes climatológicos. Con este gesto de ira, injusto y cobarde donde los haya, no pretendo otra cosa que castigar los deslenguados silencios a los que me someten los estrambóticos besugos que aparecen en los textos que me cocina mi instinto de escribano sedentario y majarota. Desalentado por tanta opacidad sintáctica, pienso que los borrones propios de lo descentrado debieran tener algún castigo, que tanto desentendimiento por la pregunta del significado no debiera permanecer incólume a las riñas y reprimendas de la razón. ¡Ah, la razón!: volatilizado en el aire su recuerdo, no se disipó del todo el olvido que un día la trajo ante mi presencia. Basta ya de vidas excesivas o, si lo prefieren, basta ya de vidas excesivamente cargadas de vida. Adentrémonos en las tripas de aquellos que, conscientes de ello, nunca fueron dignos del amor o del odio suficiente para que nadie se ocupara de sus pormenores, y hundamos nuestra tecla con determinación en la epopeya del insípido consciente.

viernes, 9 de enero de 2009

MORIBUNDO

Sale el espectro del animal moribundo y lo primero que se le ocurre como inicio de su nueva andadura es poner en práctica las viejas liturgias a través de las cuales los hombres salvajes tienen por costumbre mostrar su devoto culto a los dioses y a las armas. Sin embargo, morir subiendo unas escaleras de un infarto de miocardio no es lo que se espera de un gran héroe que mantiene relaciones adúlteras con la literatura, siendo como fue esa y no otra el tipo de muerte que le tocó en suerte a nuestro querido mamífero, de alma sutil y, quizás por eso mismo, inclasificable. Pero antes de morir sucedieron muchas cosas, parte de las cuales tengo el encargo les contarles hoy. En voz baja, hablaba el sería el muerto a su único diente, describiéndole el dietario voluble al que se someten las rocas para parecerse a las polillas, siendo así que éstas, en su ajetreo constante, son capaces de mantenerse ocultas aún estando a la vista de todos los demás, como también son capaces de hacer cambiar la dirección del agua dócil que avanza hacia el sumidero. Rabiosamente apacible, su muerte le hizo recorrer la última distancia parte a pie y parte de rodillas, imitando así los mismos medios de transporte que utilizó aquel exiliado cuando realizó el asombroso viaje que le permitió huir del país que tenía miedo a los bárbaros. La vida se le iba y, lo que es la vida, conforme menos vida tenía más claro veía que lo que mantenía encendido en él su hálito de vida era el recuerdo de los frutos de la niebla que fluyen en los campos de amapolas blancas y el derrumbe de las ninfas inconstantes, de intensa belleza, según recordaba, y lúcido vigor. Recuerdos de vida, al fin. Mezcla de tristeza y hambre, recordaba también en su estertor a las mujeres que no terminaban de ser amadas por los hombres y aquel bidón de gasolina que soñaba con una chica caliente, dos ejemplos típicos de aquello que uno no debe recordar mientras se está muriendo porque te pueden dejar sin respiración, sin resuello, y hasta sin sueño. En justa y recíproca indiferencia, a medio camino entre la delicadeza moral y la moral delicada, le vino al recuerdo aquella tarde en la que se dedicó a juntar cadáveres en una casa verde que daba cobijo a un burdel. Sin tiempo para más, me encargan que les diga que vino a su cabeza una especie de constelación de órganos dispersos en el girasol de las voces, recordado lo cuál, sin paz alguna, murió.

jueves, 8 de enero de 2009

EL CARNICERO

Asombrado de avanzar, corto el salitre profundo y levanto allí donde puedo humildes altares a los oxígenos, los cloros y los hidrógenos que me permiten flotar en altiva ligereza. Nado al fin, y mientras nado nada ocurre, pero pienso, que es lo peor, y pienso por ejemplo en el carnicero neoliberal que, con científica parsimonia y meticuloso tiento, descuartiza la cosa pública como se descuartiza una res. Cuento los largos y las varas de mi camisa, y al lanzar la brazada sobre la ola, él continúa ahí, impertérrito ante el espanto de los cuerpos encorvados, abriendo en canal los pechos de yunque fiero, tiznados y velludos, que en su día fueron refugio de viejas plusvalías y que hoy, como los bueyes, se limitan a babear mirando al mundo con ojos de carnero degollado. Termino el esfuerzo pero el carnicero no da por finalizado el suyo, y continúa erre que erre en su esclava pero bien pagada labor. A lo lejos, la diosa del turno de tarde toma la temperatura del agua mientras Adonis se acaricia las guedejas suspensas de su empenachada cabeza. Neptuno sigue sin dar señales de vida, y un servidor vuelve a la suya, ahora ya casi seca, casi firme, mientras el carnicero, sonriente, asoma sus narices por entre el plasma de la pantalla.

miércoles, 7 de enero de 2009

PRESENCIA DE ABANDONO

Tu ausencia camina a mi vera, y eso me basta. Sé que estás ahí, y eso me basta. Mejor dicho: al otro lado de este vacío sé que existes, y eso me debiera bastar. Mis ojos de agua se abren para reflejar el recuerdo de tu luz en cada cristal de escarcha, y cuando los cierro son tus labios los que se abren a los míos hasta que, ciegos y engañados, besan el aire llenándo el éter de babas. Espectros de caricias se interponen entre tu ausencia y mi escasez, entre el recuerdo de tu ausencia y la laguna de omisión en la que nadas todas las noches. La prueba de lo que digo está en que no son otras tus quiméricas sonrisas las que, en su palpitar, me envuelven en su retozo de vida, devolviéndome a ti y volviéndome a hacer reír a pesar de los pesares, como pesada es el pesar de la nostálgica eclipse que me abandona en brazos de tu privación. Presencia de abandono. Carencia de ti.

martes, 6 de enero de 2009

ASCO

Gracias al misterioso bucle de armonía interna que les une, el ron y la palabra se concatenaban sin dificultad, hasta que un fogonazo de luz sumió a nuestro personaje en la más completa de las oscuridades. En estas circunstancias, el depositario del jugo de caña opinaba que cualquier sitio es bueno para asquearse. El marco incomparable más incomparable que quepa imaginar puede servir no más que para enmarcar una angustia de caballo que sube y baja por el torax de un caballero cuya figura, además de triste, sólo sirve para dibujar en el horizonte una imagen incomparablemente enmarcada, digna de la mejor postal. Los pajarillos cantan, las nubes se levantan y el tipo enmarcado continúa allí, apoyando las manos en la barandilla del porche, sin apenas poder disimular el asco que se produce a sí mismo. El ron se terminó pero la ceguera se mantiene intacta y así no hay forma de encontrar otra botella con la que continuar bajando pisos en la debacle mental que le sirve de entretenimiento. Sólo queda negar la humanidad del enemigo, en este caso la propia humanidad, para que todo, y quien dice todo dice todo, esté justificada.

lunes, 5 de enero de 2009

REFAJO DE MUSELINA

Llega la noche y me voy, envuelto en celofán, dispuesto a regalarme. Pero antes de abrirme os diré que entre los ojos y el sombrero, a la altura de la tercera arruga, hallaréis el agujero negro del que os hablé. Observarle. Si seguís su rastro con atención de seguro que os conducirá a los mundos subterráneos repletos de arcilla donde se cocinan los versos que poblarán los plurales universos. Allí, acurrucados en su fino refajo de muselina y ahíto de carne repudiada y limpia, encontraréis lo que fui capaz de dejar antes de irme. Sólo el poeta sabe sobre la inmortalidad de los dioses que él creó, esos mismos que se encabritan rabiosos antes, durante y después de que el llanto de los niños transforme su sonoro traqueteo en el cotidiano celofán de la blasfemia. Me quito el envoltorio y me voy. Llega la noche y me voy, envuelto ahora mejor que antes, en su refajo de muselina.

domingo, 4 de enero de 2009

EL BESO DEL TIEMPO

Bien mirado, la existencia del beso ya quedó demostrada hace mucho tiempo por sabios metafísicos especializados en el sector a través del conocido método de la reducción al absurdo. Fue así como Parménides, partiendo de la hipótesis de un no-beso, llegó en su día a la incontrovertible conclusión de que el beso también existe, como existe Teruel y como existen, a modo de demostración indirecta de ambas existencias, los amantes de Teruel. Así pues, no vamos a dedicar aquí más tiempo ni más besos a este asunto. Sin embargo, quizás no resulte del todo inútil glosar algunas de las coincidencias más destacadas entre los besos y sus respectivos tiempos, simplemente para constatar porqué la existencia de los besos y del tiempo son verdades de Perogrullo. El hecho de que existan los conocidos besos sin querer, que son como tropiezos involuntarios de unos labios contra otros, no significa que éstos no tengan su tempo propio, que es un tempo raudo, accidentado, vertiginoso a veces, un tempo que nos dibuja un paisaje ciertamente moral azaroso y polémico, más no por ello irreal. Afortunadamente, tanto el beso como el tiempo son susceptibles de tasa y medida, de ahí que se pueda hablar de besos y tiempos inmemoriales, de tiempos muertos y de besos profundos capaces de resucitar a los muertos, de jugosos besos que son como la fruta del tiempo y de largos besos que se corresponden con tiempos igualmente largos. Así pues, cada beso, en tanto que cosa sujeta a mudanza, tiene su tiempo, razón por la cual al beso de Judas también le corresponde su tiempo, que es el tiempo de la traición. Claro que no conviene dejarse llevar por las apariencias porque la verdad es que no todo tiempo pasado fue mejor, al menos en lo que a besos se refiere. De hecho, en los tiempos que corren son muchos los que no tienen ni tiempo para besar, situación ésta que provoca un alargamiento de las distancias entre beso y beso que se prolongan a través de infinitos espacios interbesales que se pierden en el principio de los tiempos. Pero hasta esa ausencia, grave sin duda, es un argumento cierto y de cierto peso a favor del tiempo y de su existencia, ya que gracias al tiempo podemos ordenar la magnitud física de cada beso y establecer incluso su secuencia. Hay besos de pasión porque también hay un tiempo para la pasión, que para los católicos viene a coincidir normalmente con la Semana Santa, como también hay besos latentes, omniscientes, hipnóticos y hasta mutilados porque esas son, entre otras, las características de un tiempo desconocido para la mayoría. Apunten algo claro como la luz del día: ya desde los tiempos de Maricastaña existe el beso compartido, que es aquel en el que, por definición, pueden disfrutar de él varios usuarios a un mismo tiempo. Esta sincronía entre tiempo y beso no nos debe llevar a pensar en la existencia de una estación o una edad específica o más propicia para el beso, porque erraríamos. Lo que sí que nos debe hacer sospechar la existencia de tanta coincidencia es en la más que probable inexistencia del beso absoluto, a poco que Einstein tenga razón en sus predicciones. Así pues, el tiempo no sólo existe, como existe el beso, sino que besa él, provocando el conocido beso del tiempo, y como es de todos conocidos que el tiempo cuando besa resulta que besa de verdad, como dice el refrán que besa la mujer española, pues el resultado es que uno se va quedando día a día, beso a beso, un poquito más esmirriado.

EL TIEMPO DEL BESO

Enormemente vivo aún a pesar de mi boca pequeña, sigo empeñándome en pequeñas guerras inútiles más propias de militantes antisistema o de anarquistas sistemáticos, que de un escritor con aspiraciones de parecerlo. Por ejemplo, si Vicent dice que no existe el tiempo, ahí me tienes a mí buscando argumentos que ayuden a sustentar la tesis contraria a la del maestro, tarea ésta que si bien en este caso me parecía a mí relativamente fácil de acometer, no tenía otra explicación ni otro motor que el de llamar la atención de los mayores a ver si alguien me hace caso de una puta vez. Pero abandonemos los psicologismos y vayamos al grano: afirmar la existencia del tiempo, del humano tiempo, es una perogrullada que descubrí cuando intenté imaginar un beso sin tiempo. No un beso a destiempo, que de esos hay muchos aunque siendo sinceros debamos reconocer que en la mayoría de los casos la culpa no es achacable al tiempo, ni tampoco de un beso dado en presencia del mal tiempo, ya que con las tecnologías disponibles a día de hoy bien podía uno haber echado un vistazo al meteosat antes de ponerse a besar nada. No. Me refiero a un beso atemporal, un beso que se despliega ajeno a todo tiempo. Mi tesis es sencilla. La humana lengua que con denuedo intenta encontrar su lugar entre el más o menos blanco acantilado de unos dientes que resultan ser ajenos, todo ello tras las carreras y persecuciones seguidas de desencuentro que tienen lugar en las playas del deseo, son sucesos que suceden y tienen lugar en, durante un, o a través de un tiempo concreto, que es el tiempo del beso, de forma tal que, planteado el condicional en la forma “si beso entonces tiempo”, y demostrada como quedará demostrada a su debido momento la existencia del beso, quedará demostrada de igual forma la existencia del tiempo.

viernes, 2 de enero de 2009

QUEJÍO

Alabada desde pequeñita no tanto por lo que dijo o quiso decir, sino por lo que dejó de decir y de lo cual nunca más se supo, jamás se la ocurrió soñar con ser artista por la sencilla razón de que ya lo era, siendo como es raro que los artistas, a pesar del cansancio, sueñen con lo que son. Ese don documentado en un elenco variado de creadores de distinto tipo y condición, el de no olvidarse de lo que son a la hora de soñar, les permite unas dosis de eficacia y rentabilidad ensoñadora de difícil de comprensión para aquellos que siguen emperrados en soñar con ser artistas y, sobre todo, les permite crear por doquier mundos extraños y viajar con asiduidad al otro lado de cualquier cosa. Entre otras licencias, les está permitido husmear en el relato selectivo y no pocas veces caprichoso en el que se convierte nuestro existir, averiguando lujos, ocultas miserias e insospechadas emociones, convirtiéndose así en los soñadores de lo real y dejando al común de los mortales fuera de todo encuadre. Mientras los tartesios inventaban la siesta, los artistas exhalaban esa furia humillada cuya existencia podemos intuir entre el relajo y el reloj que se dan la mano, y ya por aquellos tiempos tejían los hilos de la belleza con la que construían para sus amos sofisticados memoriales del olvido. Pero no importa. Farolillos a la mar. El quejío que avanza a lomos del eco y que con el transcurrir del tiempo se convierte en resonancia de lamento, queda transformado un poco más allá en quietud, dos pasos más al fondo en asombrosa normalidad, y a la postre, sólo quedan restos del clamoroso silencio que fue.

jueves, 1 de enero de 2009

DISTRACCIÓN

Sus ojos me distraen de sus palabras, que era aquello a lo que en ese momento estaba aplicado, por la misma regla de tres que sus labios me distraen de sus ojos y su pecho de sus labios. Vivo pues en una distracción constante, a pesar de la cual, distraído y todo, logro quererla y, poniéndome de puntillas, consigo en ocasiones señaladas alzarme hasta la cima más alta del beso. Cuando la distracción parecía completa y no pensaba que pudieran caber más acciones dispersas en el corto espacio que nos separaba, aparecen sus manos, que me distraen de su pecho, y ese culo de toma pan y moja que me distrae de pechos y manos y que me hace preguntarme por el sentido de una vida tan deseosa de ti y tan distraída, sin que tal distracción me sirva de descanso alguno. Sólo me queda, pues, darme entero y sin remedio, y desahogarme en ella como se desahogan en su presencia los vegetales a ti debidos.