martes, 31 de marzo de 2009

CURVILÍNEA PEREZA

Rotatorias, insistentes en su verdad, son las esferas silentes las que, errabundas, nos anuncian la larga noche del mundo, aquella en la que muere la muerte de muerte lenta y natural, y pareciera como si en su morir quisiera arrastrarnos a todos y a todo. Con un candelabro acuestas a modo de deleznable crestón o, mejor aún, de alto farallón lumínico, busco las incertidumbres escondidas que tienen por misión ocultar la revelación, y por visión corporativa la de un huerto claro que conduce a la boca de una loba. Nada serio. Voy al encuentro con la hora precisa hasta que ella y yo tropezamos al unísono explotando en nudos de curvilínea pereza. Navego ahora de su mano, como la arena que habita en los vórtices del aire. No se está mal.

lunes, 30 de marzo de 2009

SOPOR DE ALCOBA

Giro sobre mi sopor como un derviche hasta caer derrumbado sobre su pecho de abedul. Mi cuerpo, que antes colgaba de mí, se dedica ahora a conferenciar con el suyo, interrogándose ambos sobre unas arrugas, al parecer nuestras, que constituyen toda una revelación. Tectónica de tiempos muertos, dice ella. Huellas que redimen de la inexplicable pregunta sobre la congoja, digo yo. Sin acuerdo posible sobre la naturaleza de los surcos epidérmicos, coincidimos empero en rechazar la adoración de los becerros cosméticos y en la renuncia al granero de limosnas de una vida nueva más allá del quirófano. Aún así, giro con sumo cuidado el picaporte que abre las puertas hechas a la exacta medida de los dioses para asomar primero el hocico curiosón y luego la vista, pero nada, allí no pasa nada. Recuperrándome como lo haría un perro de las idas y venidas de tanta testosterona, me siento a leer con detenimiento el decreto en el que se anuncia la venida de un nuevo sol, capaz de iluminar, dicen, las recónditas quijadas de esta tierra nuestra, vieja y vanidosa. Incrédulo, cierro el boletín y no se me ocurre otra cosa que hacer que girar de nuevo sobre mi sopor…

domingo, 29 de marzo de 2009

GEOMETRÍA DE LO CONCRETO

Aquel que no tiene aún recuerdos claros sobre el día de su muerte, de si llovió o si por el contrario el aguacero se hizo presente, deambula su pena de olvido e inconcreción como aquellos transeúntes que sin dinero en el bolsillo navegan absortos y entregados a un mar de relucientes escaparates sin saber muy qué hacer, más allá de continuar en su pendular desplazamiento y en la ensoñación. La geometría de lo concreto constituye la base estructural, orgánica y casi diría que hasta masticable que nos permite vivir el milagro de la invención del día a día de un modo soportable para la conciencia y sostenible en el tiempo. Es la solidez compacta y material que anida en el alma de lo concreto, es todo aquello que de humilde y exacto habita en el acto de la concreción, lo que nos permite digerir el eco perpetuo y permanente de la ondas de luz vacilando entre el ser y el no ser, entre querer ser y el deber ser, entre el saber ser y la necesidad de ignorar a otro ser como única posibilidad de seguir siendo. Bendita concreción aquella que, al fin, solidifica los sueños convirtiéndolos en piedras, arrastra a las ilusiones de sus quiméricas cuevas hasta transformarlas en aceros, y trenza las palabras en sugerentes mallas de madera y vidrio que explotan atragantándose y haciéndose carne así en las entrañas del lector. La no menos precisa tentación del fracaso se agiganta ante mis ojos y en la pantalla sólo aparecen signos de espuma.

ESTRUCTURA PROFUNDA

Abrumado por la impotencia y la extensión de la vigilia, intento descubrir la relación latente que parece existir entre las cosas, las palabras y el pensamiento. La magia de los nombres, la callada hermosura del pentámetro yámbico, la blasfemia cotidiana del escribir, esa magia poderosa que pareciera ser capaz de transformar el mundo con apenas unos cuantos signos garabateados sobre la celulosa, no justifica que sufra como un verraco cuando decido poner aquello que me ha sido dado al servicio del más puro e inútil de los espantos. Ganas me dan de enterrarme en la estructura profunda de una frase cualquiera y de no volver a ver la negra luz del más claro de los días así que caigan chuzos de punta sobre las cosas y sobre los pensamientos todos. Que les ondulen. Apenas una mota de aparente consciencia es suficiente para que se produzca el engaño. Eso lo sé. De ahí que a mi corazón helado le cueste cada vez más distinguir entre los recuerdos y los sueños. La fiabilidad de la memoria no da para más y lo que antaño fueron nítidas fronteras entre los deseos y la realidad se tornan ahora, por mor del puro desgaste celular, en una amalgama de sensaciones difusas de difícil clasificación. Según están las cosas, al tiempo que todos los caminos parecen estar abiertos, veo una marea de densos nubarrones desembocando en un mar de inevitable gris ceniza. De hecho, extiendo la mano y nada toco. Es ahora, pero no sé si lo soñé.

PREFERIRÍA NO HACERLO

Preferiría no hacerlo, pero no puedo por menos que detener la mirada en el cielo y en las plantas, preparándome así para unirme a los minerales. Lo dicho, estando bien dicho y resultando condición necesaria, no parece empero suficiente para explicar el complejo problema de las preferencias negativas. Capaz como soy de apreciar la indescriptible belleza de los lirios, me gustaría ser capaz al mismo tiempo de recordar a cada paso que doy la socorrida frase de aquel que dijo que preferiría no hacerlo, que dada su tendencia incorregible a la desolación, que hago mía, preferiría no hacerlo. No importa el qué, pero preferiría no hacerlo, que es como decir que, a ser posible, preferiría dejar las cucamonas, muecas, mañas, dengues y melindres para otro momento, que preferiría no dejarme arrastrar sin más por la ruta cruel de unas ramas secas condenadas a viajar a través del agua hacia los confines de la noche, o que, dicho de otra forma, que preferiría, en fin, no terminar amaneciendo sin más entre unos lúgubres mares de arena que resultaron ser metáfora evanescente de la muerte. De verdad que, preferiría no hacerlo.

jueves, 26 de marzo de 2009

ESCRIBIR ALTO

Me observo a mi mismo en el cine, sentado en la butaca que hay justo detrás de mí, y me entran unas ganas locas de darme un pescozón que no se lo pueden ni imaginar. No hay duda de que mirar la nuca del tipo que tienes delante tiene su encanto, especialmente cuando el tipo en cuestión eres tu, si bien conviene reseñar que tal costumbre no está en modo alguno exenta de peligros. No sé si lo notan pero cuando me fustigo y, en general cuando me inquieto, o cuando me agito, además de vivificarme, tiendo a escribir alto. Por ejemplo, es muy normal que en verano, cuando me acompaño en el paseo alrededor de la piscina, sienta un deseo irrefrenable y bien fundado de querer empujarme al agua mientras me río. La sola idea de empujarme al agua me enardece, me produce como unas cosquillas tontas e inexplicables que me soliviantan y me hacen escribir alto. En fin, son cosas que pasan. Odio a los desalmados que escriben alto, sobre todo si son tan estúpidos como para darse pescozones en el cine y empujarse a la piscina con el peligro que tales actividades acarrean para la salud y la autoestima de quien las practica. Bien mirado, casi me alegro de que hayan inventado la muerte. Tipos como yo me sacan de quicio y me tranquiliza pensar que su pesadez para conmigo tiene un límite temporal claro, aunque incierto en su concreción.

miércoles, 25 de marzo de 2009

RENACER

Aún después de perdidos de vista, no dejé de ver en mi interior, durante mucho tiempo, esos ojos que resultaron esquivos, como esquivas resultaron las esquivas sombras que buscaban sin conseguirlo la exacta presencia de una luz descabalada de su puro centro. Nada pudieron hacer las alfabéticas falanges de ternuras ordenadas en formación de combate. Una a una, la indiferencia les dio carpetazo. El filo de la evidencia me hiere, y la marmórea y fría palidez que se columpia delante de mis narices me confirma lo que les digo. La derrota, como de costumbre, resultó ser completa en todos y cada uno de los órdenes en los que uno puede sentirse derrotado. El tiempo cobarde y esférico, que se oculta tras el reloj y compite en precisión con la levedad de los luceros, no tuvo la decencia de avisarme. Me molesta verme abocado de nuevo a un renacer, para el cuál ya no se sé si tengo fuerzas.

martes, 24 de marzo de 2009

UNA EXPLICACIÓN

Siempre he pensado que el tacto a esparto de mis ojos y el extraño gusto a estaño que con regularidad invade mis labios, tenían una explicación más allá de la rémora silente que gravita sobre mí como si de un mal de ojos se tratara. Hoy, gracias a la tecnología, no sólo sé que la explicación existe si no que sé cuál es, y como estoy de buenas se la voy a contar. Para ello debo retroceder al pesaroso sueño en el que fui esculpido de la nada. Allí, estancado en una especie de escondrijo mitad quietud y mitad calma chicha, habitaba mi esencia de doble hélice. Pues bien, a la izquierda del primer aminoácido según se entra, reposaba, y aún reposa, el poso de estupidez gracias al cual veo cosas que no debiera ver y que, para colmo de males, no termino de creerme. Son dos, pues, los estímulos que me conducen a frotarme los ojos con lo primero que encuentro. De ahí lo de los ojos y el esparto. Lo de los labios fue un accidente que aconteció en pleno proceso de duplicación de mi ADN en la célula madre de todas las células. Al parecer, un ácido mensajero estaba trabajando en asuntos relativos al puro hueso cuando, como quien dice una nada, un hálito vital, se creyó lo que no era e inicio su peculiar mutación consistente en un inextinguible anhelo de perfección, anhelo que, con el transcurrir del tiempo, terminó situándose un paso más allá del límite de lo razonable. No es verborrea, pues, no es “piquito de oro”, es búsqueda inútil y produce en los labios de los afectados un inconfundible sabor a estaño.

lunes, 23 de marzo de 2009

TAC

Alma de cuarzo tac con segundero de magmas sintácticos tic, sintagmas al fin, que marcan una a una el transcurrir del inventario de vidas. Tic-tic, tic-tac. La mía se va. Tac-tac, tac-tic. La mía está ahí. Observando y tomando notas en su tomografía axial computerizada, protegiéndose como puede tras su rostro de ceniza. Como tantas. Nido de ojos. Estertor poseso. Hoy es lunes y asisto impávido al espectáculo de las estrellas silenciosas que asisten impávidas al espectáculo de la medianoche secreta. Mi instinto, que nunca falla en su errar constante, me dice que es en la playa donde se descifran las carnes taladas que escuchan atentas el silbante sonido del bisturí. Tac-tac, tac-tic. Vapor de besos espectrales y batas blancas que se desplazan difusas a través del bosque de párpados. No hay más. Tic-tic, tic-tac. Todas las palabras resultan pocas, tic, para describir el hilo de vidas justo antes de la tormenta. Tac.

domingo, 22 de marzo de 2009

DEMASIADO NADA

Ciertas cosas siguen siendo como son. El cuadro de los ciervos bebiendo en la rivera de un río serpenteante e imposible sigue ahí, mal colgado sobre los restos del sofá que, un poco más grasiento y deshilachado, sigue siendo sin duda alguna el inconfundible sofá familiar de siempre. Ahí están también, como testigos de lo que digo, la nevera y los chorretones mezcla de grasa y polvo milenario que desfilan por su costado izquierdo. Salvo pequeñas variaciones en el dibujo del chorretón, juraría son los mismos que dejé cuando dejé la casa. Me pregunto si lo único diferente seré yo. Tuve miedo de resultar demasiado nada, y tuve que cambiar. Y cambié. Quería vivir una experiencia distinta. Ya no soy ese tipo aburrido e inocuo que no hacía daño a nadie. He mejorado bastante. Ahora soy normal. Bastante normal. Creo que todo el mundo está muy ocupado en ser personas maravillosas y no se han dado cuenta de todo lo que he cambiado, pero lo cierto es que he cambiado. De hecho, ya no soy el mismo. Por ejemplo, ahora soy yo y sólo yo la única razón por la que estoy aquí y no en cualquier otro lugar del mundo. Se acabó eso de jugar partidos que nunca ganas. Otro ejemplo: ahora me siento bien. No como antes. Especialmente cuando saco la catana de la saya me siento bien. Es curioso, no hay nadie en casa pero me siento bien.

sábado, 21 de marzo de 2009

INQUIETOS

Aquellos que vivimos inquietos, cuando no es por el arte es por los dioses, y cuando no es por los dioses es por la ciencia, o por la falta de ciencia, o por el desazón que produce el arte contemporáneo en el alma de sus destinatarios, o por una sobredosis de dioses, o por cualesquiera de las posibles combinaciones y permutaciones que les parezca oportuno establecer a propósito de las ciencias, los dioses y las artes habidas y por haber, aquellos, en fin, que vivimos turbados por estos asuntos y lo hacemos, además, con una atención rayana en el rapto, desconocemos, como es mi caso, lo que es vivir en la intimidad de la intrascendencia, sin más consuelo que el ofrecido por el frío que subyace en la desnudez de la propia muerte. La inequívoca voluntad de totalidad encerrada en el corazón de toda ciencia, la pálida pulcritud de los dioses barrigudos empeñados en vivir para siempre, o el éxtasis producido por contemplar el traspaso del misterioso límite a partir del cual el objeto deja de ser objeto para transformarse en arte, cualesquiera de estos sucesos, digo, parecieran pretender salvar a sus protagonistas de las ya citadas heladeras y refrigerios, y de aquello con lo que se encuentra aquel que permanece en trance de perderlo todo. Es entonces cuando, etéreo y falto de esperanza, los personajes devastados y huérfanos de fe, gustan de recogerse en el riguroso silencio de la materia, dejándose llevar sin más al ritmo de las formas que se relacionan entre sí. Esto que les digo, que no supone novedad alguna al estar escrito desde tiempos inmemoriales en la frente de todos los perdedores, tiene su importancia, al punto que, por momentos, me pareciera como si todo lo demás resultase prescindible. Por eso, aunque evidente, me permito volver a explicitar lo que de inútil e inevitable habita en la degustación de ciertas inquietudes.

viernes, 20 de marzo de 2009

MARCA DE LA CASA

No está bien que una muchacha contemple cómo su madre coge un cuchillo, se levanta de la mesa, y mata a su padre durante la cena de un certero tajo en la yugular. El hecho de que siguiera comiendo hasta terminar el último trozo de filete empanado, dice mucho sobre lo que más tarde se conocería como su “fría personalidad”. Afortunadamente, en vez de asesina en serie, la muchacha en cuestión transmutó en poeta, en una mujer de verde que escribía a trallazos, como si tuviera un avispón negro moviéndose dentro de su masa encefálica o, por momentos, en lo más recóndito de su enorme culo. Decía que era imposible escribir un poema sabiendo de antemano lo que se quería decir, no sólo por la dificultad que entrañaba, en general, saber de antemano nada de lo que se quiere decir, si no porque en un poema no se sabe nada, ni se quiere decir nada. Se trata más bien de arañar enigmas de entre las brasas del tiempo. Estrenaba el mundo todos los días saludándole con un llanto seco e inconfundible, marca de la casa.

jueves, 19 de marzo de 2009

LA SOPA

Mientras agonizo, aprovecho un rato libre que tengo para ir pelando la cebolla de la cena, y de que pelo la cebolla no puedo dejar de pensar en las bragas de la camarera y en utilidad de la religión, todo a un tiempo. Apenas transcurridos unos segundos, lloro. No sé muy bien por qué –el testamento del hermanastro, los efluvios de la cebolla, los rechazos que se fueron sucediendo a lo largo de la noche,…-, y sigo sin saber muy bien por qué, después de valoradas ciertas alternativas. Cojo otra cebolla del cesto y pienso en escribir un ensayo sobre la cojera, y pienso en aquel marino que perdió la gracia del mar, y en echarme a la carretera en busca de travesuras de niño malo, y en lo útil que resultaría un libro de instrucciones para un descenso a los infiernos. Pienso también que veré Tokio triste y azul. Se me ha metido en la cabeza que cuando vea Tokio va a aparecer ante mis ojos triste y azul, y que entonces decidiré refugiarme en la esterilla de cualquier habitación de hotel para leer cuentos sin pluma que hablaran acerca de los pájaros. El romanticismo propio de los verdes valles y las colinas rojas ha dado paso, en los lóbulos frontales de ciertos ejecutivos de plasma global, a un discurso vacío sobre el mundo. Resultando su capacidad de síntesis infinita, capaces son de ofrecer una teoría del todo y un curso completo de filosofía en seis horas y cuarto, y todo para ahorrar costes. Bueno, creo que ya hay suficiente material para que la sopa tenga, si no sustancia, si al menos algún sentido.

miércoles, 18 de marzo de 2009

QUEHACER

Abandoné mi estampa y dejé a la angustia descansando en algún lugar de mi pecho. Y es que quererte hacia adentro en alma y carne viva tiene estas cosas, que me desgasto en el quehacer del querer, no como antes, que tenía la queja entre mis principales quehaceres, y todo era como un quedarse atrás, o un quedarse de espaldas pero con alguna cosa en el cuerpo, o un quedarse en blanco o in albis, que lo mismo da que da lo mismo, o una especie de quedarse helado entre los renglones del mundo por miedo a quedar a deber algo a alguien, o a quedarme para vestir santos. Lo veo en el lienzo. Cielo con cielo se dan la mano y el rojo sangre se difumina en el azul cinabrio, que ahora es gris, y rosa bermellón, y todo eso eran antes de que fueran llamados por la luz y los arrebatos de otros cielos lejanos e implacables, de otros marcos inmensos, celestes y abandonados. Cenit de ovalados edenes. Quehacer de ti. Trasunto de mí y de lo que antes de nada fui.

martes, 17 de marzo de 2009

HIMALAYA

Por cortesía del destino, el espanto de descender uno a uno los tránsitos que me conducían a la instantaneidad se vieron mitigados en el rumor de un silencio que, al menos por una vez, todo lo pudo. Interminable ligereza sobre un fondo gris. Sumo elogio de la brisa. Ese fue el escenario sobre el que bebí el mercurio de su axila y el que me permitió, descuidadamente, ir asomándome a su helado pecho hasta cubrirlo por completo con los pétalos del desamor. Fue su mirada la devoradora luz que dejó en suspenso las leyes de la razón y me hizo abdicar hasta ungir la yunta del abismo. La testa, transida de signos inarticulados, se derrumbó como si se trata de una bandera más que, caída en las frías cumbres del Himalaya, saca el brillo alado de sus cuernos al sol del misterio. Sed amor, me dijo su boca, y si no podéis sed, bebed al menos y morid, apurando el amargo cáliz de la razón, hasta el último estertor de vida.

lunes, 16 de marzo de 2009

CARÁMBANO

Alargado y frío como aquel crepúsculo al que tuve el gusto de conocer después del largo caminar por los árticos mares de su mirada, me limito a recular en espera de que el sinsonte, si lo tiene a bien, cante lo que tenga que cantar y de comienzo así a la inútil carnicería de las palabras hueras. Y si no quiere cantar, que calle. Y si no sabe qué hacer si cantar o callar, entonces que espere conmigo el certero puñal de su llamada perdida. Llamada de estrepitoso silencio será, como tantas otras, la que me hará yacer de nuevo, mudo e hirsuto, bajo la impasible luz de la luna nueva. Mordisco herido, bombero de pechos, ese soy yo, hermética sombra de carne contradictoria como no he visto nunca ni creo que volveré a ver otra igual jamás de los jamases. Eco de esqueléticas agonías, ese si que soy yo. Carámbano de primavera apenas intuida, que camina como embuchado con más miedo que vergüenza. Ese si que si que…

domingo, 15 de marzo de 2009

SOMBRAS

Muy de mañana me descubrí hablando de la memoria, de los recuerdos más oscuros, de los sueños, y de la sombra. No era ésta, como podrán comprender, una de mis mejores mañanas. Las primeras voces que llenaron mi boca, apenas si salían de su cueva cálida y discreta, se veían acompañadas de sombras que lastraban el paso de las cosas luminosas, configurando así lo que tenía todos los visos de convertirse en una mañana angustiosa. Fracasado el intento de delinear las sombras que evocaban mis palabras con el sano fin de aislarlas y separar así la paja del grano, recurrí en primera instancia a la sombra del ingenio provocador propio del amor esquivo, pero nada, después del embrujo ahí seguían las sombras, deformándose a su antojo, inmortalmente unidas a su cosa en el envés sombrío de la luz. Bajé persianas y cerré cortinas con el fin de quitar oxígeno al monstruo e intentar dormir, pero estaba claro que tal gracia no se me había sido concedida para su disfrute en esa sombría mañana. Los grilletes del espacio traían a mí los enunciados protocolarios de la muerte y la enfermedad, baladas de tiza, y nieve negra. Por razón de unos extraños grilletes que aparecieron en el espacio de mi habitación, los tiempos del lugar quedaban convertidos en los paisajes propios del tiempo. Y así no hay forma. Esta tensión insoportable, propia de una existencia orientada hacia el misterio, alimentaba unas sombras que terminarían al cabo de un rato por adueñarse de mis entrañas. De pronto, la luz se hizo en mi interior. Tras su inofensivo cascarón de inocente bolero, aquella melodía venida de muy lejos escondía en su seno un rayo que todo lo aclaró: sombras nada más entre tu vida y mi vida, sombras nada más, entre tu amor y mi amor.

sábado, 14 de marzo de 2009

CEGUERA

Vi cómo el trueno mudo de luz, travestido en relámpago, aliviaba las argollas del llanto convirtiéndolo en un vals de sueños. Eso lo vi y de eso no tengo dudas. También vi, y de eso también puedo dar fe, cómo las canciones de pájaros acariciaban el aire huyendo después en fugitivas puntillas ante la mera presencia del primer grano de lluvia fresca. Mi ceguera tampoco me impidió descodificar uno a uno los fogonazos de soledad y la sucesión intermitente de fracasos, y así fue como la furia de insomnios que habitó antaño entre nosotros volvió a mí lozana para regodeo del vecindario. Sobre esto último no sé si lo vi o lo soñé, que es como otra forma de ver pero más quieta y certera, el caso es que estaba yo ocupado en desatrancar la estopa que habitaba entre mis labios cuando recibí, gustoso, la inconfundible dentelladas del amor. El dolor fue infinito.

viernes, 13 de marzo de 2009

EL NEGACIONISTA

Desesperado y feliz, o si no feliz, que es mucho decir, digamos al menos que desesperado y alegre, vivía haciéndose cuenta de que el mundo no existía, siendo así que el propio mundo, o que el mundo propiamente dicho, silente y embrujado ante la negación de su existencia, respondía a los comentarios del negacionista con entusiastas gestos afirmativos. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo, antes de la negación, en que el negacionista quiso ser mundo. De hecho, quiso ser sólo mundo, pero transcurrido un tiempo de la toma de postura mundana y absolutista, y ante los reproches de su abuela y un cierto rebrote de timidez malsana, prefirió ser sólo una parte del mundo, eso si, la parte más divina del mundo. La bacanal de insultos que recibió fue tal que el metrónomo oficial se declaró incapaz de contabilizar los tiempos y las infinitas combinaciones fonéticas en las que se sustanciaban los exabruptos que recibía. En una tercera y definitiva fase de su relación con el mundo, y una vez que se hubo cerciorado de que el mundo no le iba a necesitar, fue cuando pensó eso de que el mundo al hoyo y el vivo al bollo, o eso otro de que muerto el mundo se acabó la rabia, y armado de tan endebles razones decidió negar su existencia. Como podrán imaginarse, el lujo de poder vivir sin un mundo le hacía vivir muy a menudo envuelto en pequeñas esquirlas de sueños que deambulaban de aquí para allá a la sombra de los vientos. La prueba irrefutable de su no vivir en mundo alguno, o de su vivir en otro mundo, como quieran entenderlo, es que se le podía ver un día cualquiera haciendo inscripciones en la arena y otro pintando sobre las reposadas aguas de un vulgar charco, y todo como si tal cosa. Claro que tampoco resultaba del todo ajeno a los vaivenes propios del mundanal ruido, ya que hubo quien le oyó decir, en una sobremesa de borrachera, que a él, como al mismísimo Agamenón, el hedor de la sangre le hacía sonreír, y como esa terminaron atribuyéndole otras exageraciones propias de clásico negacionistas.

jueves, 12 de marzo de 2009

CUÁQUERO

Acostumbrado como estaba a vivir entre las tumbas, ese cuáquero se hubiera muerto con gusto de haber estado seguro de que cerrarían la tapa sin ruido. Creo que echaría de menos las piedras, me echaría de menos a mí, y para de contar. Soy su amigo, su cuáquero, y un cuáquero, un buen cuáquero como él, no busca otra cosa que la luz. Y es lo que yo le decía para que dejara de pensar en tonterías: ahí abajo, le decía, no vas a encontrar más luz, pero nada, que si quieres arroz Catalina. Ya de pequeño resultaba un tanto rarillo. Sentir más la muerte del villano que la de los enamorados no es buen síntoma para empezar. De mayor, los temblores y convulsiones que tan a menudo le sobrevenían durante el silencio, y de los que decía sentirse tan orgulloso, no eran sino expresión de unas piedras interiores, decía el, que le hacían heridas en el alma y le resultaban molestas. Su tranquila santidad, exenta de cualquier asomo de culto y gusto por la jerarquía, la llevaba con resignación propia e incomprensión del resto. Desde que nos hicimos amigos en el colegio y decidimos compartir el silencio, se empeñaba en cogerme la mano ofreciéndome en trueque la suya, que no me parecía sino una trozo de carne insulsa, almohadillada y sebosa. Era una sensación cálida y asquerosa. No me gustaba nada y se lo decía pero él hacía como si oyese llover. Le daba vergüenza sonreír porque le faltaban dos dientes de delante. Ayer enterramos a mi amigo, y las heridas de las piedras, que resultaron ser piedras en el riñón, ya no le resultan tan molestas.

miércoles, 11 de marzo de 2009

QUERER

Querer despacio y sin esperanza. Despojarse una a una de las razones y querer como quiere el loco. Arrancarse los ojos y querer ciego, como quiere el ciego. Querer despeinado, descuidado. Querer sin raya. Querer tejiendote sin tasa ni ganancia. Querer temblando, como la sombra del árbol en el agua. Querer de frente y quererte acostada. Querer de sol a sol y de luna en luna. Querer como quiere el crepúsculo organizarte: dulcemente. Querer de memoria. Querer despierto. Querer sonámbulo o funámbulo. Querer hollando la tierra y oyendo los pájaros. Querer en desnudo etiqueta. Querer perdido de querer.

martes, 10 de marzo de 2009

LA ACEPTACIÓN

Decrépito y abandonado, vulnerable como todos, aceptó la invitación de una noctámbula, y luego la de otra, y así sucesivamente hasta que no hacía otra cosa que aceptar invitaciones de una noctámbula tras otra sin poder dar cuenta cabal de ninguna invitación en concreto ya que llegó el momento en que todo su tiempo lo consumía el mero gesto de la aceptación. A esa situación absurda llegó por dos razones o, mejor dicho, por dos desgracias: su buena educación y la enorme capacidad de atracción y seducción que ejercía ante cualquier mujer con la única condición de que se la pudiese atribuir ciertos atributos noctámbulos. Esperando ya el final de sus días y, sobre todo, barruntando el final de todas sus noches, decidió dejar de aceptar invitaciones y salir una noche al teatro. En el escenario había un maniquí y una serpiente, ambos solteros y ambos encantados de poder tener a su lado alguien que le abrazara por las noches y le curara la tos. Eso fue todo lo que pudo ver, y lo cierto es que le dio que pensar.

lunes, 9 de marzo de 2009

AZOGUE

Sé que el saber no ocupa lugar, y esto que sé lo supe no porque lo descubriera si no porque me lo dijeron desde muy niño y con el paso de los años me han venido insistiendo en ello con mayor o menor intensidad. Lo que no sabía, empero, es que el lugar que no ocupaba el saber lo va ocupando de forma sigilosa y callada la desmemoria, que es olvido de lo que fue y en algún momento se supo, razón por la cual pareciera como si la sutil limadura del tiempo no tuviera otra función que la de convertirnos en una especie carroña inadvertida o de ceniza amnésica, según el gusto funerario de cada cual. Despoblados los pliegues del recuerdo, queda sólo el asombro y la retranca del descubrimiento continuo de lo cotidiano. Esta comezón, que es picazón que nos va menguando o, para decirlo mejor, desazón moral que se extiende por todo el cuerpo y que no busca otra cosa que el apetito de la rememoración, demanda un consuelo, que no explicación, a la desmemoria que reina a la diestra de lo que somos. En este contexto, la mera evocación de verme refugiado entre su pelo, me produce un desconcierto vertiginoso y sorprendente que no sé muy bien como gestionar. Eso, y no otra cosa, es lo que me conduce al azogue de marras.

domingo, 8 de marzo de 2009

EN EL CABO DE LAS GATAS

Ayer tuve la ocasión de escuchar muchos cuentos. Hubo uno en particular que me llamó la atención. Hablaba de un cuentista cuenta cuentos, antiguo traficante de palabras, quien con una sistemática digna de mejor causa se dedicaba a observar desde la línea de playa la efusiva decadencia de los cuerpos retratados al sol. Me gustó no sólo el cuento si no el personaje del cuento. Dotado de una capacidad proteica, fue del retablo a la barraca, de la barraca a la chalana y de ésta a los teatrillos de Lavapies sin que mediara en su forma de ser cambio aparente alguno. Pero era pura fachada. Si bien en su aspecto exterior reinaba la parsimonia más absoluta, en su interior se encontraba fuera de sí, y esa doblez creaba sin saberlo o, por lo menos, sin pretenderlo, una confusión tremenda en quien tenía la oportunidad de observarle. Sus ausencias, por ejemplo, resultaban espectaculares. Cuenta el cuento que, una vez ido, los que permanecían llegaban a tener la sensación de que en realidad nunca había estado allí. La morbidez de sus caricias huidizas en los azulejos del mar también resultaba llamativa y sorprendente. Tuve la ocasión de asistir a acontecimiento importante en su vida. Fue ese instante feliz de pura consciencia en el que, a punto de terminar el cuento, el protagonista, por primera vez en su larga existencia, fue capaz de percibir los objetos como seres cargados de emoción. Dice el cuentista que sintió algo parecido a lo que sintió hace años al reconocer como auténtico el tacto del primer billete falso que cayó en sus manos en este lugar medio perdido en el cabo de las gatas.

sábado, 7 de marzo de 2009

FERRER

El relieve de sus arrugas resultaba del todo irrelevante para lo que quiero contar, pero como por algo hay que empezar empezaré diciendo que tenía unas arrugas profundas, una verruga en el alerón derecho de su nariz y una incipiente pelusilla que, a modo de bigote en proyecto, nos hablaba, y mucho, de la dureza de su ascética y su estética, y puestos a estirar las interpretaciones, algo decía también a propósito de la efímera levedad de los vientos de cuaresma. La conocí con el tocado riguroso y absurdo propio de los grandes momentos y parecía como recién escapada de un convento loco y feliz. Su forma de mirar resultaba seca, al punto que sus ojos parecían arder. Estas sensaciones flamígeras, provocaban en quien la miraba un no sé qué, un drama de cenizas que en todo caso aportaba quien la veía, no ella, o eso al menos me parecía a mí que era quien en ese momento la estaba mirando sin que me pareciera que pusiera por su parte el más mínimo esfuerzo en lo que estaba haciendo o dejando de hacer. Hablamos del tiempo. Del mal tiempo. Coincidimos en que casi nunca nos entendíamos con el tiempo y en lo poco que le importa al tiempo la justeza o injusticia de sus acciones. Hablamos por supuesto del just in time. Coincidíamos en que unas veces pareciera como si corriésemos tras de él, y en otras fuera él el que nos persiguiera, con tal mal fario que, cuando por fin nos alcanza, resulta que somos demasiado viejos, y ya no nos reconoce, o ya no le interesamos, el caso es que nos suelta y nos olvida al menos por un trocito pequeño de su ser, que es lo que llaman un rato. La confesé que, por un momento, pensé que me atravesaría. Pero nunca hubo nada nosotros. Me refiero entre el tiempo y yo. Ella me habló también de su gusto por los números y de aquel tipo que fue capaz de redefinir el silencio sin darse cuenta, un sólo un muerto más del último muerto que conoció.

viernes, 6 de marzo de 2009

EL CENICERO

Bastaría con que en un acto de angustia doméstica haya tenido la ocasión de abrirle a alguien la cabeza con un cenicero, o con que al menos lo haya intentado con cierta seriedad, para que esté en perfectas condiciones de entender lo que quiero transmitirle. No hay duda: el mal absoluto, camuflado en la grisura de la vida cotidiana, ataca de nuevo vestido de irracionalidad indiscriminada. El hombre que veo tras el cristal, el mismo que se prohibió a sí mismo soñar y aun recordar en exceso los ojos perdidos de sus victimas y la colección de despojos que, a modo de bestiario particular, le servía los días festivos de recreo y solaz, ese hombre digo, es el mismo hombre que alguna vez intentó, como ejercicio de autoayuda y acto de empatía solidaria, hacer suya la perspectiva que el ahogado tiene bajo el agua. Pero no lo logró. El dolor de no disfrutar de la presencia de un cadáver concreto al que agarrase le hizo vagar durante horas por un purgatorio al que se prometió que no volvería. Entre diario, sentado durante muchas horas en su vieja silla de tres patas, se esforzaba por llevar una buena vida manteniendo, al mismo tiempo, la conciencia relativamente tranquila. Una de sus fuentes principales de tranquilidad consistía en sumergirse en el pensamiento filosófico y científico. Allí sumergido, se dedicaba a pensar, por ejemplo, en que si nos atuviéramos a la limpieza, el orden y la racionalidad de cada crimen visto de forma aislada y no tuviéramos en cuenta el carácter esencialmente criminal inherente a toda la sociedad, cualquiera podría pensar que la sustancia inmunda que da vida a los asesinos en serie había demudado de lo anormal a lo paranormal y de ahí a lo eminentemente normal. Pero tanto raciocinio no daba lugar para la apelación al ángel rojo, que era de entre todas las cosas lo que más le gustaba. Así que nada, apenas transcurrido un mes desde la última salida y purificado de cualquier sentimiento negativo, volvía nuestro hombre a la calle, con un cenicero en el bolsillo de su gabán, tras los pasos de otra otredad.

jueves, 5 de marzo de 2009

OCASO

En los ocasos de lo pasado, nunca pasa nada. Y es allí, donde nunca pasa nada, donde enajenado por una especie de luz pretérita, vivo la mayor parte del día. Ni que decir tiene que la luz, en un ataque de puro aburrimiento, fue creada por la nada. La mismísima nada. Pero no siempre fue así. Recuerdo mañanas de albores sin mácula, e inalámbricos amores que como la ola y la nube, se erigían majestuosos ante mi vista, día si y día también. Parecíamos eternos. Recuerdo también las bocas, negras bocas gemebundas, y lugares mistéricos donde recolectábamos besos y sonrisas silvestres. Antes de la nada, pero después de las bocas, llegó el tiempo en el que las rosas sin espinas eran las reinas del jardín, los burros volaban, y los puercos se desplazaban por sus pocilgas a lomos de cinco hermosas patas, cinco. Era la perfección de lo impar antes de que el horizonte, declinado y decadente, quedara para siempre transpuesto en el anhelo de un más allá que, hoy por hoy, se me antoja más necesario que nunca.

miércoles, 4 de marzo de 2009

AGÜILLA

A cada paso que doy, encuentro formas interiores que, día si y día también, traen a mi presencia pruebas de mi propia ignominia. Estas evidencias, actúan en mí a modo de rejón de soberbias estrellas que, fulgurantes como martinete de fragua, repican en mi conciencia el viejo soniquete de la culpa. Y es que sé que es por mi culpa, por mi santísima culpa, que sus ojos se dilatan y su nariz, altiva y sensible, segrega ese agüilla que se mezcla con el llanto formando un mar agazapado en el fondo de sí mismo, en el que se diluyen los diabéticos ingenios de su azucar dulce y moreno. No quiero ver. A veces no quiero ver y me invento cataratas de légamos que se agolpan en el umbral del portón del alma donde guardo los últimos restos de lucidez y de coherencia, los mismos que, vaya usted a saber por qué, no pude o no quise tirar por la borda de la dejadez. Mientras tanto, sestea la serpiente al sol sus flácidos anillos de cascabel, sin que sepa muy bien interpretar el significado de esta imagen.

martes, 3 de marzo de 2009

MARTES 00:00

Recuerdo que fue un día aciago y de mal agüero en el que le dieron con la del martes y le dejaron ahí, enlutado y más tieso que un higo seco. Y es extraño que, con la que está cayendo, los recuerdos me lleguen a tanto, pero casi juraría que hoy fue martes también, uno de esos martes de hierro en el que las sílabas sonámbulas se volvieron a levantar, como cada mañana, para inventar el mundo. Lejos de aquí también era el día de Marte, y según cuentan los que saben de esto, una marejada de negra luz se adueñaba desde bien temprano del tercero de los planetas. Seguro que a estas alturas ya se habrán dado cuenta de que, quiéranlo o no, ha sido martes, es martes, y de que lo seguirá siendo si alguien no logra evitarlo durante lo que resta de martes. No ha sido, eso si, martes de carnaval, ni me han pedido en matrimonio ni me he embarcado en más aventura que la de contar una tras otra las cansadas bocanadas que me despiden del aire por el que paso. Teniendo en cuenta que hay quien miente todos los martes, no está mal. Yo no miento nunca. Los martes tampoco. Comencé el martes a las 00:00 a la luz de una vela haciendo oficio de la lectura. Me decía mientras leía que pudiera ser que los Mavericks visiten a los Spurs este martes, o que Moratinos se vuelva a ver con Clinton, también en este martes, o que buscando ya los tres pies al martes pudiera darse la circunstancia de que fuera este martes el día elegido para que Martes y Trece entrevistase una vez más a Isabel Pantoja. No sé, la verdad, cómo han ido las cosas. Confió, eso si, en que el Silencio y sus doscientos veinte cofrades no hayan procesionado hoy porque, no siendo martes santo, el error hubiese sido mayúsculo.

lunes, 2 de marzo de 2009

EL TAXI DE LA RISA

Tenía un hilillo por voz y era virgen, o por lo menos eso me dijo, y tenía también otra cosa curiosa como era su inveterada costumbre de reírse por la calle sin que nadie supiera muy bien a cuento de qué reía. Siempre que alguien se ríe por la calle, venga a cuento o no, resulta llamativo. Si además es por la noche, cualquiera puede llegar a malinterpretar la risa y el cuento y empezar a preocuparse. Y si para colmo la carcajada termina en un redíos chillón proveniente de los labios de una virgen, créanme que es para echarse a temblar. A ver si son capaces de pensar siquiera por un minuto en el cuerpo de la carcajada y el redíos. Creo que podemos coincidir en el diagnóstico: patético. La gente, especialmente la gente que ríe como las hienas, debiera meterse en un armario para reír sin molestar a nadie. Claro que meterse en un armario para reír es lo que haría cualquier pelagatos, cosa que aun siéndolo hago lo posible de que no se me note. Y eso que los chicos, por razones de género que se me escapan, siempre lo hemos tenido más fácil a la hora de reír, y los chicos feos ni se lo imaginan. En fin, el caso es que para salir del embrollo en el que me había metido la virgen pensé en la posibilidad de coger un taxi y empezar a reírme como un descosido mientras el taxista hacía su trabajo. Me pareció una buena idea. Pensé que si funcionaba podía decírselo a la virgen y hacerla un favor. Pero antes, claro está, había que hacer la prueba. Paré un taxi y me despanzurré en su habitáculo. Le indiqué un destino y le di un billete cincuenta pavos para que no hubiera o hubiese problema alguno. Una vez realizados todos los prolegómenos traté de reírme, pero no hubo forma. No pudo ser. Ese taxi olía como si simultáneamente hubiesen encendido y apagado en su interior cincuenta mil millones de farias. Resultaba vomitivo. Así que nada. Cuando volví a ver a la virgen con risa de hiena la comenté lo del armario. No la pareció ni mal ni bien. Simplemente rió.

domingo, 1 de marzo de 2009

FRAGMENTOS

Aquella colección de postales escritas desde el borde mismo del cubo de la basura hablaban de subversiones subvencionadas, de atávicos miedos al discurso vacío, y de otro tipo de miedos engendrados en forma de olvidos y cenizas entre los que sobresalían frases sin armadura interior. Viéndolas desparramadas en el suelo, cualquiera podría pensar que conformaban un hermoso y fragmentario cuento de no ser porque existían de verdad. En aquellos cartones se entretejían vidas anodinas con mundos prodigiosos y la verdad misma, por fin, tenía la ocasión de entremezclarse libremente con una realidad de apariencia inútil y descabalada. Los condenados a construir mundos con palabras, esos mismos a los que vemos suplicar que les sean dados los nombres exactos de las cosas, estaban de enhorabuena. Una de aquellas imágenes con texto en el reverso hablaba de un tren que en época remota se paró para que una niña pudiera recoger su sombrero trasladado por el viento un par de millas más atrás. La íntima inteligencia con la que estaban escritas todas y cada una aquellos pedazos de vida resultaba reconfortante. En una de ellas, quemada en la esquina derecha, el texto se habría camino en medio de una hojarasca de signos mientras un personaje desconocido vagaba por las calles de Florencia en busca de sensaciones variadas. En otra se veía a un personaje que tenía sobre su cabeza un trozo de cielo muy pequeñito. En otra, cogida al azar, alguien juraba que sería capaz de besar todos y cada de sus errores con tal de que…ocurriera algo que nunca llegaremos a saber. Había una muy bien conservada que no tenía texto. Se trataba de la imagen de un bebe capaz de expresar, antes de surgir como posibilidad misma de la conciencia, la rabia contenida en unos ojos enormes y visionarios.