domingo, 31 de mayo de 2009

OAXACA

En los tiempos en los que el Señor Ocho Venado recibió la visita de Cuatro Jaguar, es decir, a mediados del siglo XI, y por la misma razón que al final de cada historia de amor siempre hay uno que termina volviéndose un cabrón, hubo un tiempo en que nacer en Oaxaca y morir de hambre era una y la misa cosa. Nadie escapaba a esa maldición, y mucho menos los poetas acostumbrados a seguir con sus manos el compás de las palabras, subespecie ésta que demostró una especial vulnerabilidad seguido de afán mortuorio en cada epidemia de gazuza. Quien me hablaba de todo esto era el señor Guillermo, de normal descosido y estropajoso (o desaliñado y mugriento), zarrapastroso al fin, dotado de una nariz fricativa velar y sorda que semejaba una planta zapoteca, y con un bigote blanco de zinc que era la envidia de todas las haciendas de Veracruz. Era 31 de Octubre y el que más y el que menos llevaba su ofrenda a los muertos, consistente en empanadas, quesillos y tamales, y lo cierto es que en esa especie de colmado donde tenía lugar la entrevista hacía un calor de muerte. La atmósfera densa podía con todo y, fruto de esta climatología, el placer de la conversación distaba mucho de resultar soportable. Me estaba quedando medio tonto cuando vi un rayo de sombra que se colaba por el agujerillo de la contraventana en el que se concentraba, o eso al menos me pareció, toda la amargura del mundo.

sábado, 30 de mayo de 2009

REGAÑINA DE LOBOS

Es en la resina del trasiego cotidiano donde se cuecen los huracanes de sosiegos mientras la tarde se tizna hostil, propensa para una regañina de lobos. Después de la siesta, cuando comienza el saqueo, es el viento transparente el que lanza la primera piedra fabricando trenzas con los rumores y desposeyendo de su piel a los arándanos que, en ramales, comienzan a enjalbegarse y a vestirse de azahar. Discuto porque no muero. Con mimo irritado, diseño la bisectriz translúcida y nómada de una respuesta desproporcionada a modo de palabras repletas de alcayatas y mentiras membranosas especialmente pensadas para agitar los recuerdos que producen mayor mortandad. Escupo a tu rostro una y mil veces fragmentos de arrebato, metralla seca de miedo y amargura, mesándome los cabellos de pura furia y jurándome a mí mismo que esto, todo, se acaba aquí. Subo el odio a lo más alto, pero vuelve a bajar, y como un Tántalo despechado, vuelvo a subir el resentimiento, y me vuelve a caer encima la mierda y el enojo que se agota en sí mismo y me agota a mí. Tras la perra, el berrinche y el sofocón, pende en el aire la repugnancia del suceso, y pende también la necesidad de otro tiempo que nos traiga una ira serena que se poco a poco se transforme en calma. Tiempo de pender, me digo, de recogerme en el rincón y lamerme las heridas. Tiempo de dormir y de reposar maduro, como fruta que se acostumbra a ti y demuestra ser capaz, una vez más, se sacar a pasear lo peor de mí mismo.

viernes, 29 de mayo de 2009

EL TIEMPO EN EL QUE FUIMOS

De vuelta a la carretera tuve la sensación de que algo se me olvidaba contarle. Me ocurre a menudo. El deshielo de la memoria hace emerger en mí los grupos de objetos abultados que, a modo de almas rezagadas, pesan y flotan como sólo saben hacerlo las focas monje y las almas cansinas. Tentado estuve de volver a la gasolinera donde había dejado a esa especie de deidad yoruba que, sin conciencia clara de sus límites, y afectada sin duda por viejos delirios y fiebres, era capaz de concebir mares océanos de óxido en los que navega la chatarra. Pero ya era tarde. Las geografías de las emociones y los sentimientos se bifurcan abrazándose y rechazándose entre sí creando, sin saberlo, alturas de frescas dependencias y hondos valles de recelos. Y más ahora, que es tiempo de migraciones y de mundos sumergidos que emergen para volver a sumergirse en otros mundos. Además, tampoco es que lo olvidado resultase trascendental en modo alguno. Se trataba simplemente de un comentario: ya sé lo que es ese silencio que escuchamos al irnos y que tanto la intrigaba: somos nosotros mismos, una vez agotado el tiempo en el que fuimos.

jueves, 28 de mayo de 2009

TRAPILLO

Como corresponde a un galán o dama de mala suerte, hoy he amanecido como un trapillo, o como un trapo, si queremos ahorrarnos diminutivos innecesarios y decir las cosas con la sobriedad enjuta que el asunto en cuestión merece. Sea como fuere, lo cierto es que agotado, desmadejado del todo, viejo como sólo puede sentirse un trapo viejo, así es que me sentía en el instante mismo en que empezó a sonar esa máquina infernal que me convocaba con su peculiar chirrido a levantarme para continuar bregando con el mundo un día más. Llegue a pensar que quizás no fuera éste un mal momento para quedarme en la cama, encender el ordenador, y lavar en público los trapos sucios de una relación, la que mantengo con la vida, ciertamente compleja y casi siempre incomprensible. Tentador, pero no. Hoy no voy a entrar a ese trapo, aún a pesar de que más temprano que tarde sean los propios acontecimientos en su devenir los que terminen poniéndome a mí como un trapo. El caso es que medio me incorporé del camastro con la ilusa esperanza de que no me resultaría muy complicado, trapo como era, ponerme el primer trapillo que encontrara a mano y salir disparado, so pena de volver a escuchar eso de “¿Qué? ¿Otra vez el metro?”, en labios de Maruja, la portera de la oficina. Pero nada, a veces pienso que ni para pedazo de tela inútil valgo, no al menos para trapo de cocina, según han podido constatar distintas generaciones de amigos y familiares, ni tampoco para vela de una flamante embarcación con todo su equipamiento y marinería. Demasiadas arrugas para ser vela. Se preguntarán entonces cómo es mi vida de trapo. Se lo diré. Básicamente consiste en ir siempre a todo trapo, que es como decir a todo meter, pero sin la ventaja competitiva que tiene esto del meter mucho, ventaja que mantenida en el tiempo podría llevarme a convertirme en un buen trapo del polvo. No sé. Creo que tampoco sería un buen trapo del polvo. Hoy estoy un poco depre, hecho un trapillo que les decía al principio, y me temo lo peor: terminaré con un trapo atrás y otro delante, sin trapero que me ladre, e intentando malvivir con mi lengua de trapo.

miércoles, 27 de mayo de 2009

CUENTO DE INVIERNO

Pareciera como si hoy, al igual que en ciertos cuentos de invierno, la sangre se esparciera sobre la sangre y reinara por doquier la convicción de que nunca se llegará a saber lo que va a suceder en los próximos cinco minutos. Pareciera. Lo único cierto es que, aquí y ahora, ni hay cuento que valga ni es el invierno el que asuma sus narices por la ventaja, y la única coincidencia que encuentro es que, como en el cuento, yo tampoco alcanzo a saber lo que va a pasar de aquí a un rato con ese curioso impertinente que, instalado en su particular desierto de pasados posibles, se refugia en la mesa de enfrente tras un café con leche en taza grande y con la leche templá. No pasa nada pero pareciera que pudiera pasar de todo en cualquier momento. No sé si son sus ojos ligeramente líquidos, o los míos, en igual estado de liquidez, los que me hablan de pueblos sumergidos que subsisten bajo las aguas de un embalse, pero con embalse y todo sigue sin pasar nada. Sus manos, apoyadas sobre horizontales acantilados de mármol, dan soporte por momentos a la luz del cristal, al libro y a su vieja calavera milagrosamente revestida aún de carnes y aderezos epidérmicos. Tampoco pasa nada ahora que se adueñan de mí los espejismos cotidianos de los que se alimenta un realismo sucio de andar por casa que inevitablemente concluye en el sueño de una salvación transgresora y misteriosa. No sé si sueña o no, pero pareciera muerto de sueño, claro que bien mirado a lo mejor soy yo el que, muerto y todo, no hago más que soñar. Si es eso, lo que sueño ahora es que mientras en la cima del mundo tiene lugar la batalla de los egos, y sueño también que su dejadez, su forma de dejarse caer sobre la mesa, me recuerda no sé por qué la vieja historia del mago descalzo y de la princesa que se pasaban el día pasando de lo imaginario a lo invisible y de lo invisible a lo imaginario sin más requisito que su propio gusto y voluntad. No pasaba nada y además empezaba a percibir que en este hombre no había voluntad alguna de que pasase nada, a pesar de que tanto él como yo sabíamos a ciencia cierta que los secretos acordes de la nada siempre terminan por pasar. Las aguas de mi bourbon parecían más turbias de lo que en realidad eran. El alambique no debía ser de buena calidad y el final de este estado de cosas no pareciera llegar nunca. Cuando el camarero me despertó, el tipo continuaba allí y seguía sin pasar nada.

martes, 26 de mayo de 2009

PESPUNTE

Realizo mi labor de paciente zurcidor hilando una a una las palabras, con la particularidad de que, después de cada palabra escrita, vuelvo la tecla hacia atrás para meter la hebra del signo en la misma tecla que antes toqué. Todo este trajín de calceta pseudo literaria lo ejecuto dejando fuera más o menos la mitad de las palabras que se me van ocurriendo, de suerte tal que entre frase y frase, como quien dice entre pespunte y pespunte, van quedando tantos hilos de hueco como huecos lleva cada palabra. Eso es a lo que yo llamo no dar puntada sin hilo o, si lo prefieren, escribir con pespuntes. Me agrada sobremanera esa forma de ir construyendo con puntadas la martingala de signos que permiten ir uniendo, casi sin esfuerzo, dádivas de silencio con estratos de realidad. Mientras me afano, vienen a mi cabeza fragmentos incomprensibles cuya razón desconozco: dobleces, sisas y plisados de nieves horadadas que se van elevando como si fueran en globo, tientos de pantalones fucsia y wolframio que debían pertenecer a un pariente lejano y, como no, la imagen de mi madre apacentando hechuras para que a su regazo descanse todo el peso de la luz.

lunes, 25 de mayo de 2009

ESTABA ALLÍ

A mitad de camino entre el desprecio y la admiración, su mirada no terminaba de hacerse cargo de la tensión poética que irradiaba el misterioso lugar. El hechizo de aquel paraje, de tenerlo, le resultaba esquivo. Simplemente estaba allí y lo cierto es que estaba allí sin saber muy bien por qué estaba allí y lo que se supone que tenía que hacer además de estar en aquel allí. Según dice su madre que dice su padre, tenía una constitución especialmente predispuesta para la vivencia del drama en cualesquiera de sus múltiples variantes conocidas, razón por la cual vagaba por la vida con displicencia en medio de un silencio interior incómodo, en espera de algo que se supone debía suceder y que cuando sucedía rara vez traía consigo algo bueno. Sin que nadie se lo dijera, o al menos sin que recordara haberlo oído nunca en boca de nadie, el sabía por experiencia propia que tenía un don especial, un magnetismo fuera de lo común para atraer los problemas. Todo tipo de problemas. Pero eso era una verdad general y el seguía allí, en aquel lugar concreto sin saber lo que hacía además de dar vueltas y más vueltas alrededor de aquel seto. Claro que tantas veces desconectó de la realidad, ora por el hambre, ora por el alcohol, que su presencia buitrera en aquel trozo de tiesto abandonado y mugriento al que llamaban parque, tampoco le llamaba la atención lo más mínimo. El mero recuerdo de ciertos pasajes vividos se dejaba caer sobre sus sienes procurándole un dolor, una especie de runrún pero ya en tiempo de presente, que no lograba quitárselo de encima. Entonces le vino a la mente un dolor claro y distinto, y recordó aquella vez en la que estuvo a punto de decirla que la quería. Fue en un parque, cerca de un seto sucio y desalmado…

domingo, 24 de mayo de 2009

CON TAL DE MORIR

Los mangos explotaron y todos los espantos del mundo se esparcieron por su rostro como ácidos lúcidos y corrosivos que anunciaban, sin quererlo, el relato detallado de todas aquellas abominaciones esenciales capaces de hacer temblar a cualquier ser vivo por el simple hecho de serlo. Como podrán imaginarse, su aspecto exterior resultaba poco presentable, y en su interior reinaba ese desasosiego propio de quien está en medio de algo que nunca llegará a entender. Mientras la niebla se esparcía por su intestino, no podía dejar de oír al extraño que vivía dentro de sí, y se recreaba hablando de anécdotas nimias y de equívocos nacidos en los estratos profundos de una memoria de la cual no sólo se sentía ajeno por completo sino que, a poco que lo pensaba, le resultaba enajenante. El tiempo pasaba y la noche caía sobre los restos de otra noche que a su vez fue alumbrada por otras muchas noches más oscuras y primigenias a las que en última instancia parecían querer remitirse. Y es que hay gente que ya no sabe qué hacer con tal de morir.

sábado, 23 de mayo de 2009

YO

Fui fabricando mi yo como buenamente pude. Me supe hablador o plantígrado, me imaginé mago, comenoches, princesa o suicida según las apetencias o las necesidades de un guión que iba escribiendo sobre la marcha y que no parecía tener un sentido y una dirección precisa. Las ocurrencias se iban sucediendo conforme llovían las mañanas y los soles ponían sus huevos de luz, y acontecían también, me refiero a las ocurrencias, conforme alguno de mis yos asistía estupefacto al paso del tiempo y mudaba de subjetivo en subjetivo, reconvirtiéndose a su vez con el transcurrir de los días en sujeto paciente o en otro objeto más o menos móvil de otros yos que, en extravagantes indumentarias, salían a escena. Yo que usted, oí que decía un yo laborioso a un yo apático, es decir, si yo estuviera en su lugar, no adoptaría una actitud tan displicente. En cada una de mis encarnaciones me dotaba de karmas distintos que se fustigaban entre sí y que estallaban en sonoras carcajadas similares a las que emiten las piedras de la paciencia cuando se despanzurran al chocar contra el abismo de la última confesión. Todas las mañanas mi yo pecador se confesaba a un dios que resultó no ser otro que otro yo, mezcla, eso sí, de ternura y crueldad extremas, proclive a la ira y sensible a la venganza, y dispuesto siempre a redimir a cualquiera que pasara por ahí con tal de que no fuera un familiar cercano. En el reino de las historias y en la selva de las palabras, avanzaba en zigzag de aventura en aventura en busca de unos brotes verdes y estables que me permitieran abandonar mi nomadismo travestido y asentar la cabeza de una santa vez. Pero nada, que no había forma. De vez en cuando, especialmente después de un desdoblamiento profundo, el yo que habitaba dentro de mí y hacía de acusador cascarrabias supuraba una queja vaga y laberíntica, a medias entre los sueños y la angustia, entre la tierra y las cenizas, una queja lastimera que me llamaba a repensar el origen mismo del mundo. Vana esperanza. Ese débil hilo de llanto al que llamo queja y que podría llegar a ser el inicio del final de todo, en realidad estaba anunciando el nacimiento de un nuevo yo.

viernes, 22 de mayo de 2009

UN DESLÍZ

No hay más que verle retorcer el pescuezo a la gallina para entender que estamos ante un hombre extraordinario. Extraordinario y algo misterioso. A solas con su conciencia habla en yiddish, sin embargo, a la hora de comunicarse con el exterior, por un criterio de estricta practicidad, dizque prefiere el inglés. Así ocurre que no hay forma de que humano alguno le entienda por el Valle de los Pedroches, Córdoba, que es donde vive, salvo los estudiantes, hijos de algún paisano del pueblo, que vuelven de la capital para descansar el fin de semana y ver a la familia. El caso es que este hombre, un día antes de la felicidad, justo el día de antes de la felicidad, tuvo un desliz. Se le ocurrió preguntarse por el sentido último de algo, no importa ya el qué. Y lo pagó caro. Ya en su día no tuvo más remedio que huir de la sombra que fue, y es por eso que se buscó refugio en medio de este hermoso secarral, y ahora, después de vivir sin noticias de dios durante más de veinte años, fue incapaz de digerir las consecuencias de una pregunta mal formulada y que venía a reflejar, a fin de cuentas, lo que parecía inferirse de forma natural y lógica del mero acontecer de los sucesos: que el mundo era absurdo e insensato. Enrabietado consigo mismo, salió al campo hecho un enigma más que un obelisco, e intentó desentrañarse a sí mismo destripando terrones que cogía con las manos. Como es de suponer, el día llegó y la felicidad pasó de largo sin que mostrara la ninguna curiosidad por el penitente aquel que, con las rodillas hincadas en tierra y lágrimas en los ojos, rogaba en silencio por su alma.

jueves, 21 de mayo de 2009

EL CRONISTA

Amante del insomnio y de las lunas, del calor y de las siestas, éste hombre, tranquilo como el que más, esperaba sentado a que las cosas pasaran para, una vez pasadas, seguirlas la pista desde lejos y levantar a renglón seguido acta meticulosa de los acontecimientos que habían pasado en el orden mismo en el que éstos sucedieron. Deslavado como tantos otros seres que habitaban por aquellos andurriales, estaba su caso más justificado que el de otros ya que no dejaban de pasar cosas constantemente y no tenía tiempo para según que detalles relativos a su higiene personal, estando en cuerpo y alma dedicado, como de hecho lo estaba, a ser cronista de los acontecimientos que pasaban por allí. Por esas u otras razones, lo cierto es que hoy, siendo viernes, echaba en falta la pesadez del lienzo mojado con el que solía atusarse la cara y los brazos, y las mudas limpias que le traía su mujer un sábado sí y otro también. Profesaba el cronista una callada y dolorosa devoción por el miedo que se esconde y nos acecha. De hecho, más de una vez sintió miedo y se sintió desamparado y desnudo ante el misterio de los demás. También tenía otros miedos, pero de menos intensidad. Pongamos un por ejemplo. Como decía cometer muchas tonterías, pensaba que el día en que todas las tonterías se juntasen le iban a matar, y también pensaba que se convertiría en agua y desaparecería en el manglar vestido de algas mientras las pirañas devoraban sus despojos. De esos miedos nunca levantó acta ni crónica alguna porque decía que bastante tenía con lo suyo y que, además, para eso estaba yo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

PARÉNTESIS AUTOCRÍTICO

El estilete de la luz se abre paso entre la paradoja de un zarzal ensortijado. (Hasta aquí, nada que objetar). Las sombras de nubes de anteayer, con las que se construyen sus ajuares los olvidos, rivalizan sin encontrarse con el vago sonido del rasguño en la piel. (Más de lo mismo: pareciera como si, además de la luz, alguien dotado de piel se hubiera metido entre unas zarzas). En el centro, la arboladura y el deseo de quemazón articulado que hace desistir al día de sus más groseras pretensiones. (Esta claro: el corazón de la zarza parece ocupado por un espacio sin espinas.) Y es allí, a refugio de las miradas, donde escondo mi tesoro de vidrios ataviados con el peso del vacío, de besos sesgados al bies y aquel trozo de cedazo útil tan sólo para la pesca de impertinencias. (Y es aquí precisamente donde empiezan las extrañezas: el tesoro que dice guardar el personaje de la piel arañada, tal cual está descrito, queda lejos de los tesoros al uso y no deja de resultar, ciertamente, algo estrafalario y difícil de imaginar). Acurrucado, espero la llegada del sueño mientras añoro el tintineo de las esponjas y de las descorazonadoras begonias, el sonido del gajo enristrándose en la claridad de sus dientes, y las epifanías de sal que, a rachas, escuecen mi corazón. (Definitivamente, la cosa se torna oscura. Parece que el animal sangrante va a echarse una siesta y que ha debido perder ya mucha sangre porque sus palabras no tienen otra explicación más que el delirio). Me dejo ir. (Nada que hacer: la historia, una vez más, se torna incomprensible y apenas si deja tras de sí una retahíla de palabras más o menos ocurrentes y retazos narrativos en estado gaseoso).

martes, 19 de mayo de 2009

MARÍA DE LA O

No envidio tu suerte de garnacha tinta que persevera en sus aromas de desgraciaita y sabores de gitana ansiosa que todo lo quiere. Que todo lo quiere porque quererlo todo era la única forma que se te ocurrió para alimentar de negras visiones esos ojos negros y enormes, salpicados a ratos, eso si, de sandungas, dicharachas y bullangas. Que todo lo querían aquellos ojos mustios y apaleados de tanto sufrir, y es por eso que querían candela para seguir sufriendo. Y el agua para la sed. Y los caprichos que dan las monedas. Y los mantones. Y los labios y las sedas. No envidio la redondez de esa suerte tuya, María, propia de quien todo lo quiere, teniéndolo to’. Llevas a cuestas tu cruz, alta de luna y estrellas, y el grito contenido de quien supo reconvertir el susto en asombro y se tragó el espanto propio y el ajeno como algunos políticos se tragan los sapos, es decir, prácticamente sin que se note porque has de saber María que notarse no se te nota nada. Saltopatrás sin apenas tenerme en pie cada vez que te vienes a mi memoria, y eso debe ser otro castigo que dios me manda sólo para que no estés sola.

lunes, 18 de mayo de 2009

UN DÍA MÁS

Un día más, cosido a su yugo, trilla la noria el espacio conocido poniendo así sordina a un mundo que se le antoja por momentos desencuadernado y falto de gracia. Tanto en la alquería como en el manglar, las resquebrajadas páginas de la vida se escriben al ritmo de un monótono ir y venir que, a fuerza de repetitivo y agotador, termina supurando ciertos rescoldos de seguridad, muy de agradecer por todos aquellos que, hartitos de mal vivir, habitan al filo de lo imposible. Por la noche, en la enramada, el desfile de glóbulos enrojecidos es el preludio que da pie al desguace de las laceradas almas. El quinqué alumbra la estancia matando con inocencia los charcos de cielos reflejados que salpican aquí y allá el patio interior. Se sienta sobre el camastro para que sea el camastro y no él el que soporte el peso de su pecho. Mientras tanto, alguien vestido de añil parece columpiarse sobre un trapecio en lo más profundo de su ser, lanzando voces que apedrean sus oídos. No encuentra forma de desatrancar la pena. Las preces se estancan. Se quita las botas de agua acurrucándose pensativo sobre la manta: cuando todo oscurezca, se dice, un jazmín hecho profecía me servirá de conjuro ante tanta mierda acumulada y, un día más, saldré de ésta.

domingo, 17 de mayo de 2009

EL NIÑO JOSÉ

Agonizaba el Atlántico a mis pies mientras el niño José, tumbado en la hamaca, se iniciaba en los misterios de lo que más adelante llegaría a conocer como el lenguaje de sus sueños. Así, balbuceaba expresiones incomprensibles mientras dormía, se supone que con la barriga llena y el corazón contento, y parecía por el devenir de sus gestos que hubiera llegado a un trato con la muerte para no morir y simplemente tener una aventurilla con ella, una especie de fuga lo suficientemente contundente como para empalagar cualquier amargura futura. Cómo sucedió no lo sé, el caso es que, mientras pensaba que tenía sus más y sus menos con la parca, el niño José se corrió. Allí mismo. Mientras dormía. Obviamente, mi aguda interpretación no se tenía en pie. O la muerte estaba más buena que el pan, que todo puede ser, o el argumentario del sueño que vivía el niño distaba mucho del que imaginaba. En realidad, lo que debió pasar es que el niño José, en pleno sueño, llegó al convencimiento de que las cosas, especialmente las cosas del placer, conviene tomarlas al instante, aunque la confusión del momento no permita discernir si el tal placer es fruto de una necesidad, una recompensa, un privilegio o simplemente de un capricho. No importa. Conviene cogerlo como viene y cuando viene, y él cogió, según me confesó más tarde, con lo que resultó ser el daguerrotipo de aquella muchacha de la que años después se enamoraría perdidamente. Limpié al muchacho con una toalla y con la urgencia que requería el momento, recogimos las cosas, y dejamos aquella playa blanca y caliente. Avanzamos con el coche hacia el interior de la comarca hasta que, a lo lejos, se empezó a perfilar en la ladera de la montaña la figura de un pueblito, nuestro pueblito, pueblito que, a fuerza de resultar chico, y como ya era costumbre, guardaba en su interior un infierno extenso en el espacio y prolongado en el tiempo, uno de esos infiernos que llegan prácticamente a todas las casas, cuadras y pajares y que no se detienen siquiera delante de la puerta de la gente decente aunque en su interior suene alguno de los tristísimos preludios de Chopin. Paré el motor del coche, se paró la radio y pude comprobar que el único ejecutante era yo. Ubérrimo de tristeza bajé la voz para no despertar con mi canto a este niño que, huelga decirlo, dormía de nuevo, sin que me atreva ya elucubrar a caballo de qué sueño.

sábado, 16 de mayo de 2009

ADREDE

Es adrede como el durazno hace suyo la quietud del querer. Igualmente, resulta del todo deliberado el gesto de la niebla tensando el aire para que las nubes arrastradoras de vientos tengan el espacio que les es debido. Y por seguir con este hilo, diremos que yo mismo soy naranja horizontal no sólo con conocimiento de causa si no que lo soy hasta con mala leche. Cítrico consciente y nadador falto de sueño en busca de sueños que no entiendo, honda y piedra, todo a la vez, todo aposta. Menos mal que de forma igualmente expresa y premeditada el hermano cristal me salva de los síncopes propios que sacuden a los que pretenden vagar por donde cruzan las sombras. Y ya que estamos, un último apunte para que nadie se lleve a engaño: las díscolas, las flotantes lágrimas, quieren coger bola, y lo hacen muy a sabiendas de lo que hacen: quieren retornar a lo desconocido. Y es que aquí ya no hay nada casual: ex profeso es el afán y los esfuerzos del hombre suprimido por convertirse en eco de otra voz. Pero su esfuerzo no va de gratis: no pretende otra cosa que ocultarse para siempre detrás de la risa. De cualquier risa.

LA BESTIA

Vive como una bestia. Lo conozco. Es mi hermano. Mutilado, desgarrado en su interior por una sucesión interminable de desdichas, camina bordeando los límites del minúsculo apartamento en el que dormita hasta que, vencido por el miedo o el cansancio, siente caer su cuerpo en medio de lo que antaño fue una moqueta gris y hoy no es si no una terca estructura pensada para dar soporte a la mugre en todos los estados que quepa imaginarla. El sordo rumor de la timidez y restos de un antiguo decoro apenas si logran desdibujar tanta dejadez acumulada. Al despertar, aún con la cabeza en el suelo, observa lo que le parecían altas paredes colmadas por altos lamparones donde iban a morir unas sombras que parecían andar como borrachas en medio de un mar de telarañas. No importaba la postura: la larva del suplicio, mezcla de búsqueda y azar, se adueñaba invariablemente de su cuerpo. Juraría que estaba endemoniadamente muerto si no fuera por el fuertísimo dolor de cabeza y el griterío de sus tripas que le demandaban cuestiones básicas de entender hasta para un cavernícola. Como pudo se levantó y como pudo caminó encorvado a través de los últimos puentes que le quedaban intactos entre el alma y la realidad. Al fin llegó y abrió la puerta de la nevera. Embobado, dejo pasar las horas mientras miraba el lento deterioro de algunos alimentos que malvivían milagrosamente aposentados en los oxidados estantes, trozos irreconocibles que no han sucumbido aún al inefable buen hacer de los gusanos y los mohos. Cansado después de una observación tan detallada de los procesos degenerativos de la materia, no supo que hacer. Al fin y al cabo, la irreverente disonancia entre el ser y el no ser se mueve con demasiada facilidad entre las reglas de la incertidumbre y nadie sabe con certeza si un sombrero es un sombrero. Yo tampoco.

viernes, 15 de mayo de 2009

EL ANZUELO

A mi también me duele la palabra, pero aquí me tienen una vez más paladeando uno a uno los manoseados signos que, cansinos y amargos de tanta ausencia, vuelven de nuevo a mi conciencia con la promesa, mil veces repetida, de que el día menos pensado serán mi único consuelo. Después de tanto tiempo vivido a deshora y trasmano de todo tiempo y espacio, renunciar ahora a un anzuelo tan sedoso y ensoñador no sería razonable y, sobre todo, no serviría de nada. Sea como fuere, noto en mi interior cómo la callada iracundia se va gestando, mientras por fuera me abrazo con torpeza a una vida que se va cretinizando a ojos vista, y yo con ella.

jueves, 14 de mayo de 2009

SOLOMBRA

A veces salgo al balcón, espero a que no pase nadie, y cuando todo parece tranquilo aclaro la voz para proclamar a los cuatro vientos mi personal partitura de hartazgos. Es un ejercicio muy saludable que, en dosis adecuadas y bajo prescripción poética, resulta recomendable para el conjunto de la ciudadanía en general y en particular para todos aquellos que padecen de males inespecíficos. Ya dentro de la casa, y en un ámbito más privado, me da por pensar. Debe ser que al soltar al anónimo vecindario aquello que me producía atracón y empacho, se ha producido en mí un vacío que pretende ocupar el pensamiento utilizando para ello la vieja excusa de que no ocupa lugar. Mal asunto, pienso para mí, pero ya no hay vuelta de hoja, porque ya estoy pensado en unos pensamientos que recrean las apariencias de caricias desmotivadas que a modo de puras habladurías se pegan a la pared de mi rostro y caen a plomo. No salgo de mi asombro. Y después de haber pensado esto se me ocurre llevar el pensamiento, así como quien no quiere la cosa, al abultado vientre de una toronja. Pero no todo es pensamiento. En realidad lo que ocurre es que la solombra, mezcla solapada de sol y sombra, ha entrado por la ventana hasta hacerse hueco entre un nutrido grupo de globosas toronjas. Me asombra que la toronja y la solombra vivan como quien muere, atados como todos a la correa de sus instintos. Desde la semioscuridad, la blanca hoguera de mis ojos ilumina a unos y otros y me siento bien, como si la suma de todos los males sin mezcla de bien alguno, es decir, como si el pecado mortal, hubiera echo mella en mi alma, y la seguridad de la condena produjera en mí un balsámico y tranquilizador efecto.

miércoles, 13 de mayo de 2009

SINGLADURAS

Siempre me ha gustado ser una persona leída y escribida, con desigual resultado. Esto fue así desde momento mismo en que comprendí que con el cuerpo no iba a ningún lado, ni siquiera a ninguna parte, que es como decir que ni tan siquiera tenía yo esperanzas de llegar a parte alguna de cualesquiera lados, escogiera el lado que escogiera. Y no es que yo tuviera nada contra los cuerpos, dios me libre, habiendo como hay cuerpos para todos los gustos. Me refiero más bien a que desde pequeño tuve la clarividente certeza de que para ir a cualquier sitio tendría que hacer acopio de todas las fuerzas y de que, por tanto, fuera donde fuera, habría que ir siempre en cuerpo y alma. Más tarde descubrí que, en muchas ocasiones, ese ir y venir sería posible gracias al poder volitivo del alma, y que se realizaría a regañadientes del cuerpo. Y eso que me gusta la carne. No hay en esto que digo, créanme, ni pizca de valoración moral. Respecto al alma, nada que decir. La volición es un acto de voluntad. Voluntad es querer, y una de las cosas que siempre quise hacer, y que el cuerpo me aceptó a mal que bien, fue viajar. Lo que más recuerdo de mis viajes son las gaviotas. Muchas fueron las gaviotas me acompañaron en mi nostálgico viaje a lo desconocido, y así luego ocurre lo que ocurre, que se me cuelan los sueños por entre los pellejos y enfermo de melancolía. Y es que ir está bien, pero partir, lo mires como lo mires, es morir un poco. Otro de los viajes que hice y para los cuales tuve que morir un poco fue el de salir para convertirme en un hombre de provecho. Y fue para eso, para servir de algo y convertirme en un hombre de provecho, que me cubrí la cabeza de azogue. Así dejé de ser cristal, carne transparente, y empecé a convertirme en un individuo útil y convenientemente azogado. Recordar. Tocar el recuerdo. Recuerdo el siglo agonizando hasta que, arrodillado, se nos murió entre los brazos. Murió de un suspiro. Recuerdo el suspiro.

lunes, 11 de mayo de 2009

CANTO

Hasta que encalle la muerte o hasta que la vida toda calle haciendo encallar así, por endemoniada concatenación de voluntades, todo vestigio de ruido; hasta el momento mismo en el que las cuerdas del clavicémbalo sean heridas con los picos de una pluma y dejen paso, en su sufrir, a los pífanos labios de mil travesuras; hasta que las vestiduras del aire digan hasta aquí he llegado, y se desgarren en intersticios prefigurados para romperse al fin en mil regalos de rosas hondas; hasta que el desolado y negro sol se siente a esperar ese otro sol ausente que anuncie el aciago mediodía; hasta ese instante, en el corazón mismo del obsceno pedernal, las alocadas voces de mi canto se bastarán para dar cuenta de mi sed de ti.

domingo, 10 de mayo de 2009

SALOMÉ

El aire convertido en grito surcó verticalmente el espacio en busca de orejas que se hiciera eco de sus demandas. Así fue como la imagen del Bautista degollado, y la de su cabeza servida en bandeja de plata, trajeron a mí memoria el recuerdo de otras imágenes que a su vez servían de llamada a otras más, hecho prolífico este, el de la sucesiva convocatoria, que me venía al pelo para apuntalar una idea que llevaba barruntando desde hacía un tiempo. El olvido nunca es completo, decía esta idea. En la ligazón de actos de creación espontánea, los humanos gestos se van ordenando hasta componer sombras sin voz ni sangre que se mueven de neurona en neurona llegando a configurar el caldo de cultivo propicio para una sabiduría adenítica, una especie de saber hacer entre instintiva y prebásica. Y es a cuento de esto que viene lo de Salomé. El embrujo de Salomé es el mismo que el de los dioses que se crean a imagen y semejanza de sí mismo y que bailan para sí sin otro objetivo que el de vivir en paz. Juegos de espejos cóncavos en los que yo también quiero creer, como cualquiera que viva amancebado con un domador de sueños en forma de mala conciencia. Ya quedó dicha, para escarnio de los incrédulos, la gran verdad: mientras las mujeres sigan engendrando, seguirá en vigor la muerte. Ahora, los excrementos de pájaros, aleatoriamente ubicados, adornan las últimas imágenes del juicio final. Salomé. Bastó que posara un dedo sobre sus labios para que las teclas se quedaran en suspenso.

sábado, 9 de mayo de 2009

EXTRAÑEZA

Atento a una oscuridad no por esperada menos profunda, me sumergí hasta el centro mismo del páramo y aquel paisaje, créanme, era algo muy parecido a lo que los especialistas en diseño de interiores llamamos desolación. La noche absoluta, inquieta compañera del temor, tachonaba con ventanas ciegas los ya de por si oscuros pasadizos y las altas techumbres en las que, otrora, pacían las estrellas. Si no fuera por los desperdicios propios del olvido, y por urgencias que no me detengo en relatarles, podría contarles algún detalle más sobre la oscuridad de aquel callejón, pero debo cambiar de tercio y hablarles ahora de las devoradoras fauces de una luz que parecían surgir, a lo lejos, del centro mismo de la extrañeza. Conforme me aproximaba, más me parecía conocer la historia, y mientras andaba, por dentro me reía de buena risa. La fuente de la luz me condujo al fin a una puerta apenas entreabierta. Después de una mirada detenida y paciente, me pretexté que nada me obligaba a abrir esa puerta, pero como casi siempre ocurre, ignoraba la verdad sobre mí mismo. Los cadáveres, en simétrico orden de formación, abarrotaban aquello que resultó ser una morgue.

viernes, 8 de mayo de 2009

ALGO DE JURISPRUDENCIA

La palmada con una sola mano suena como ausente, como perdida, pero basta para escucharla con poner algo de atención y aguzar el oído lo suficiente. Así son las leyes de la audiometría. Por otro lado, el hecho de que alguien, que ya tiene su misterio lo de ese alguien porque si se fijan bien no digo quién es ese tal alguien pudiéndolo decir perfectamente ya que le conozco casi como si le hubiera parido, pero dejémoslo pasar y digámos simplemente que el hecho de que ese alguien tuviera que alejarse de lo que quería ver para poder ver algo, lo cual ya es colmo mismo de lo enigmático, me refiero a lo del algo, ya podría describirles pelos y señales de lo que ese alguien quería ver casi como si ese algo lo estuviera viendo ahora mismo con estos ojitos que han de comerse los gusanos, pues bien, digo que todos esos hechos que tuvo que hacer alguien para ver algo, conforman un fenómeno ciertamente más complejo que el descrito con anterioridad a propósito de los sonidos, y que nos invita a iniciar una dura travesía a través de los anduarriales por los que deambulan los cazadores de letras. Así de extrema se presenta a veces la ley de los sueños.

jueves, 7 de mayo de 2009

FÉNIX

Incapaz de distinguir el arriba del abajo, perdió el control de sí mismo, y lo perdió de forma tal que todas las noches se derretía con lentitud bajo la superficie de su propia piel. Se suponía que al amanecer, cuan ave fénix, resucitaría de nuevo solidificado en forma de paisaje cacofónico. Los densos recorridos en los que venían a resolverse sus inmersiones nocturnas venían a confirmar lo que ya se sabía: que no hay historia más triste que la de la traición, y que no hay peor traición que la de engañarse a uno mismo. En tal contexto, resultaba paradójico su afán por resultar creíble, objetivo éste al que dedicaba la totalidad de sus cada vez más exiguas fuerzas, y que le llevaban a construir claras mitologías cotidianas, limpias y sencillas, elevadas como paisajes de redes que nacieron fruto de múltiples y dolorosos experimentos con la luz. De nuevo la luz. Hoy era mediodía cuando el iris de su ojo resultó herido, precisamente por la luz.

miércoles, 6 de mayo de 2009

LUZÓPOLIS

Era con la luz, con la cualidad expresiva de la luz, con la memoria de la luz, con la que tejía los paraísos cansados bajo los que encontraba refugio este hijo de carpintero, todo ello a pesar de su profunda ceguera. El desdén con el que miraba las almas perdidas entre las dunas que sostienen el mar a las afueras de Lisboa no era si no expresión de su propia incapacidad para ver lo evidente. Afuera, el hiriente sol ofrecía a todos su apreciado elixir. A todos menos a él.

martes, 5 de mayo de 2009

MÁS TEMPESTAD

Aprovechando las nervaduras de su piel, clavo mis ojos en ella cosiéndome cada noche a su relámpago y zurciendo así los ecos con las luces. Alta, muy alta para mí, queda la bóveda de estrellas. Ese es el escenario propio de la tempestad. Función derivada de la sal. Fulgor de óxidos de zinc. Salazón de lágrimas. En el momento cumbre, cuando más arrecia el miedo, me ovillo en la sentina de mis ojos y oculto allí toda la luz que soy capaz de asumir como propia. El resultado es un ser modulado contador de cuentas de café que respira al son de indistintas ráfagas de dichos y hechos, y un barco de fieltro blanco habitado por árboles de fieltro blanco que navegan rodeados de penumbras voraces en pos de sueños oceanográficos. Quillas que brujulean por el rompiente. La calma llega a mí en forma de madrugada y ojos de color vino amor, que no cambiaría ni por todo el oro del Perú.

lunes, 4 de mayo de 2009

DESOLVIDOS

Tiembla el ondulado trino del jilguero en su marcha enajenada a través del éter, ciñéndose así a lo acordado con el pico de aquel otro inventor de cantos, como tiemblo yo sólo de pensar que nunca alzaré el vuelo. Y es que en el aire todo es camino, y aunque los sutiles torrentes de luz nos llegan a todos por igual desde los misteriosos luceros que ya Galileo vislumbrara con su lente, mis ojos escrutan esos mismos cielos pero nada ven porque carecen de recuerdos y de paradigmas soñadores que aclaren si soy yo el que gira alrededor de la nada o es la nada la que me abraza girando. Guardo su ausencia de todos los días entre los dedos de mis manos, mirando con desdén la distancia y el tiempo que nos separa. A eso me aferro, y el alma torpe que soy huye tropezando entre susurros de labios mientras no dejo de desfacer desolvidos e inventar besos de largo aliento. Y eso me salva del miedo a la brevedad y de la colgante estación de horas muertas que destilan su eterno e insípido presente delante de mis narices.

domingo, 3 de mayo de 2009

REALIDAD

La realidad es lo que es gracias a que se engaña a sí misma con el mismo entusiasmo con el que los fanáticos cultivan el elogio mutuo y los dioses la introversión más extrema. Con esmeros y cuidados que harían ruborizar a la mismísima Madonna, se acicala cada día para parecer lo que no es. Se trata, por tanto, de un truco. Toda ella es un mero truco, muy parecido al del viejo truco del polvorón, pero con consecuencias más demoledoras. Cuando la realidad miente se convierte en una realidad mentirosa como tantas pero no por ello deja de ser realidad. Tenemos que empezar a acostumbrarnos al hecho de que la realidad realice cosas inexplicables y a no preocuparnos mucho por ello. Al fin y al cabo, la efectividad de lo real, su valor práctico, está fuera de toda duda. Por definición, nada ni nadie es más real que la realidad misma, especialmente a partir del día aquel en el que la realidad tomó conciencia de lo real, es decir, tomó conciencia de sí misma, tras un fuerte golpe en la nuca que terminó en urgencias. A partir de entonces, la realidad, ser diletante donde los haya, eligió no elegir, y se dijo a sí misma que nunca se enamoraría de nadie, y mucho menos de la realidad equivocada. De hecho, a la realidad siempre la dan gato por gato. Y esa es la principal diferencia entre un perro que agoniza, cualquier imbécil, y la realidad: ellos, los perros y los imbéciles, rara vez se equivocan, pero pudiera darse el caso; la realidad, por el contrario, en esto es taxativa: nunca se equivoca. Claro que también tiene sus momentos bajos. Hay días en los que se mira en el espejo y percibe en su rostro la triste realidad de una realidad envejecida. Hay otros días en los que mira a su alrededor, cierra los ojos, y se siente sola. En días así la realidad llora realísimas lágrimas como puños y sólo la reconfortaría el abrazo de una verdad cualquiera, aunque sea imaginaria.

sábado, 2 de mayo de 2009

ESPAÑA

Entre los tesoros de su memoria se escondían errantes figuras de barro, tristes historias de despedidas y de borrachos fracasados que ahogaban el espanto de la verdad en profundas tinajas de vidrio. Si las vidas fueran paisajes, ella sería un descampado que, peinada y repeinada hasta la frustración, salía de la alcoba dispuesta a contar la crónica mugrienta de su propia depresión: una oscuridad visible en el que acaba convertido el eterno mal de la náusea melancólica, y que lo describía con forma de sol negro con sabor a bilis. Incapaz de comprender una realidad distinta a la suya, incapaz de comprender, en fin, realidad alguna, se esforzaba todas las mañanas, con una lucidez digna de mejor causa, en resolver el problema de España en vez de resolver el suyo propio. El problema primigenio, es decir, el problema de España, lo empezó definiendo como un círculo vicioso que se convirtió en circuito ferial para terminar travestido en un mero circo interior más o menos bruto. La untuosidad de su delirio le llevaba a pensar que aquellos que no pueden ser otra cosa son españoles, y aquellos de entre los españoles que a su vez no pueden ser otra cosa son poetas, poetas españoles, que es la forma de ser que adoptan los que, por doble imposibilidad, no han podido llegar a ser otra cosa alguna mas que lo que son.

viernes, 1 de mayo de 2009

EL GRAN IMPOSTOR

Espía en su propio mundo, el gran impostor acataba una tras otra las normas que le habían sido dadas y pensaba que el abismo de todos los días es un lugar más o menos grande al que vamos arrojando las rutinas cotidianas y que algún día terminará por engullirnos después de haber respirado, por fatal descuido, sus fétidos gases de ultratumba. El pasillo de su casa se le antojaba un mundo ancho y ajeno repleto de matemáticos y cirujanos que se tornaban en albañiles y drogueros si es que la cosa venía a cuento, o en profesores de lenguas muertas, pastores de almas o en exorcistas, en el caso de que la trama del día cogiera tintes de clásicos pensamientos funerarios. No resultaba tampoco difícil tropezarse, en modo alguno, con físicos o con metafísicos, dependiendo de si el argumento iba de lo tangible o de lo que están más allá de lo tangible, o de secretarios y jefes de gabinetes si la cosa se torcía por las veredas del alto politiqueo de alcantarilla. También podía ocurrir que uno se tropezara con afamados zapateros y desconocidos poetas, con impresores de vietnamita, con centinelas de oscuras cárceles y pintores de cuadro único, con maestros o con fruteros, o con tratantes de blancas y pellejeros,…en fin, que aquél pasillo parecía un jubileo. Mentido y amordazado por su propia mentira, hilvanaba excusa tras excusa, mentira tras mentira, y los unía a una retahíla de auto halagos gratuitos, inexactos, fruto de un continuo ejercicio de tergiversación. De hecho, el gran impostor fingió estar muerto durante toda su vida como fingía deambular por un largo pasillo a modo de purgatorio, hasta que finalmente se hizo realidad su frágil simulacro.