martes, 30 de junio de 2009

ELEGÍACAS PALABRAS

Todo él se entrega a un sol caprichoso y dormilón, mientras cierra los ojos hacia dentro y trata de recordar las mil maneras posibles de nombrar la luz. En sus sienes nieva hacia arriba y no tiene otra afición conocida que la de desenterrar antiguas palabras para evitar que, a fuerza de desuso, acaben resultando extrañas en su propia tierra. Fue hombre de muchas almas, con tan mala suerte que a todas las dio por hablar con voz propia, formándose en su cabeza un guirigay de toma pan y moja cada vez que tenía que adoptar una decisión de cierta envergadura. Como cualquiera puede colegir de lo dicho hasta ahora, nunca estuvo cerca del paraíso, y eso que se exprimió y exprimió mansamente hasta no poder dar más de sí, todo con tal de convertirse en un hombre de provecho. Gustaba también de rememorar sin ton ni son. En la tarde de autos que vino a su memoria, las almas tuvieron algo más que palabras, y es que la cosa no era para menos. Durante un buen rato observó el silencio, o el silencio le observó a él, que todo depende como es bien sabido del sistema de referencia. La habitación estaba oscura. A renglón seguido entró el padre con el cinto en la mano. Mientras aguantaba los zurriagazos prefería mirar al suelo. Pensaba en mil cosas: carmín, rana, amigo, madre…Cuando, agotado, su padre terminó la faena, un alma, la más valiente de entre todas, pronuncio las elegíacas palabras que le hicieron famosa. Vete a tomar por culo, padre, dijo el entonces muchacho. Y se fue.

lunes, 29 de junio de 2009

SUBREPCIÓN

Dañado por voces cóncavas que reclamaban de mí lo imposible, supuré emponzoñados lagrimones y me desmayé después, creo, víctima de mi propio veneno. Entonces me pareció ver el vértigo de las sombras adueñándose de sus ojos y a las entrañas interminables, esas mismas que yacen entretejidas en los vientre de las hembras, dibujar extrañas danzas alrededor de mi cuello. Vi gatos pasando a gatas para que nadie les viera, y a las arañas bajar y subir por lo que después serían las arañadas paredes. Vi linces ciegos de buena cerveza pestañeando perplejos, y llegado el inaplazable día en el que el poeta se preguntó por su utilidad, llegué a ver, al fin, un poeta útil. Sin asomo de subrepción, vestido de mi mismo, me recreo en lo que creo ser llegando al corazón del fruto, es decir, al hueso, sin otro fin que sorberlo como tuétano que es.

domingo, 28 de junio de 2009

ANTES QUE AHORA

Fue antes que ahora que tuve que esperar un buen rato a que la tela fuera traspasada por el acero del poema, de la misma manera que fue hermoso contemplar al torturado lenguaje, vulnerable como un puerto sin nombre, sumando páginas y más páginas al compás de una vocación extraviada que nadie entiende. Afortunadamente, nada hay que entender. La certeza de mi soledad se convierte en un dragón que salta al vacío desconociendo por completo el noble arte de volar. Se trata de un dragón de tierra que tuvo en el rotundo canto de un villano al que, en la penumbra de la luz de gas, me parezco bastante. Pero todo eso fue antes que ahora. En el ahora de después de antes no hay nada más concreto que la contenida violencia del viento azotándome la cara. Una cara, mi cara, que no entiende nada, y sin embargo lo dice todo. Es ella, por ejemplo, la que denuncia el temerario comportamiento de mi ombligo, que pareciera no tener fondo, y que entre la pelusilla de sus recovecos ha engendrado un nuevo personaje loco que se empalma sólo de pensar en una virgen de plástico que vio expuesta en un escaparate de “El corte chino”. Se trata de alguien que nunca supo dónde ir y mucho menos para qué. De hecho, podría haber terminado como repartidor de pantuflas, con la consecuencia inevitablemente de haberse extinguido sin pena ni gloria al compás de los magros platos infestados de cuervos con los que se desayunaba todos los días. No le culpo de nada. Me refiero al ombligo. Hago mía su tontería, su locura y muy especialmente su ceguera, y no me queda otra que asumir con cristiana resignación sus creaciones de antes y de ahora, sin otro alivio que pensar en aquello de que no hay mal que cien años dure.

sábado, 27 de junio de 2009

EL INTÉRPRETE Y EL CENCERRO

No hay un signo preciso que indique cómo debe ser tocado el cencerro sobre la cabeza del intérprete, y así ocurre que, horrísono e inconmensurable a un tiempo, cada día de ensayo reinaba en las alturas de la estancia el puro vendaval de la crispación. Empero, siendo las cosas así no resultaba menos cierto que todo lo que sucede al intérprete, hasta el misterioso sonido de la niebla, tiene una cierta andadura temporal, un tempo, y como se quiera que el tiempo del cencerro pareciera eterno, pensé que, una de tres: o lograba quebrar de alguna forma el sonido, o me protegía mientras interpretaba introduciendo la testa en la cámara de plomo que tengo por nevera, o mis orejas acabarían siendo devoradazas por la estridencia de los parásitos que reinaban en el éter. Como casi siempre, la realidad no tuvo nada que ver con ninguna de las opciones previstas: un buen día amanecí suspendido, colgado como quien dice del ventilador a modo de un metrónomo loco. Con el paso del que todo lo puede aprendí a quererlo, me refiero al cencerro, y ya sea abierta, aleatoria o serialsta, o como sea que sea la forma que adopte su sonido, lo cierto es que hoy por hoy le necesito.

viernes, 26 de junio de 2009

CORDOBÁN

Dejando que sus raíces cúbicas enraícen en mí, llego a lo más hondo vacío empujado por el puro peso del legajo. Es cierto que allí me esperan las ensenadas de azucenas, la luz de los tamarindos enconados, el arribar de los fletes y el trajín de la estiba, pero nada me seduce. Se desgrana la tarde desde el imaginario altozano del puerto en espera de que el aire me transfigure en cordobán y mi piel de macho cabrio quede por fin convenientemente adobada. Por razones que se me escapan, en vez de adoptar forma de macho cordobés todo lo mío se recuece en forma de aflicciones, penas y dolores provenientes del corazón, en cordojos que dirían los antiguos. Visto lo visto y harto de tanta chusma interior, me refugio en la vertical de las aspas donde todo se ventila, y así voy ventilando uno a uno los asuntos del sufrir, aunque sé que esto último tampoco me lo creerán. Pero no importa. De todo lo dicho pongo por testigo a la brazada de silencios que compiten en belleza con la ordenada turba de sarmientos sometidos al yugo del hatillo. Pregunten. Pregunten al cordobán.

jueves, 25 de junio de 2009

LA PUERTA

En verdad que la forma en la cual me perdí y sobreviví a mi extravío pudiera llegar a resultar enigmática y absurda, pero quizás por esto mismo pueda despertar algún interés en quienes esto leyeren y entendieren. El caso es que en el techo había una puerta y creí mi deber llamar a ella. Ya se sabe que contra las puertas y los deberes nada podemos hacer, máxime si una doble nube negra en forma de flecha te señala con claridad el camino a seguir. Y llamé. Esperé un rato, y volví a llamar. Siendo la postura en la que llamaba y esperaba extremadamente incómoda, no me extrañó que quien abriera la puerta fuese el mismo diablo. Y así fue, en esa postura tan forzada, como pude comprobar que la baba del diablo, como el vino de Asunción, ni era blanca ni tinta, ni tenía color alguno con la que pudiera distinguirse, supongo que en cumplimiento estricto de los protocolos infernales. Luego apareció la luna. Me gustaría decir lo contrario pero las cosas son como son y lo cierto es que la luna no me reconoció, ni nada más verme ni al cabo de un buen rato. Primero tuvo que recordar, y después de recordar le pareció oportuno evacuar consultas con el mar, único espejo al que concedía alguna credibilidad, para caer en la cuenta de parte, sólo parte, de lo que tiempo atrás la luna y yo disfrutamos juntos. Cuando nos separamos (la luna me dejó) no resultó fácil rellenar su ausencia, y casi pierdo el hígado en el intento. Afortunadamente los sueños no tienen higadillos, de ahí que uno vaya de un sitio a otro llevándose consigo su sombra, sus sueños y los amaneceres más o menos apocalípticos que le han tocado vivir. En estas volvió el diablo, me dio a entender que se había hecho tarde, y con las mismas me vi de nuevo colgado en el quicio de aquella puerta mal puesta que pudo ser mi perdición.

miércoles, 24 de junio de 2009

ALGO NO IBA BIEN

Insuficientemente muerto como para estar muerto del todo, y lo suficientemente muerto, empero, como para parecer de todo menos vivo, sobrevivo como puedo suspendido en medio de un tiempo lunar, extraño y equidistante entre el ser y el no ser. En estas circunstancias, sólo el miedo destacaba por su abundancia y claridad. Permitan un ejemplo que, a modo de botón, pueda darles una visión del panorama: adiposas, las hiedras de alcantarilla dejaban ver sus herrumbrosos sexos de forma y manera tal que, ya fuera en posición oblicua o en posición giratoria, mostraban a las claras la espesura de un argumento -vivir para el placer- agotado en sí mismo y que se alimentaba de su innata y oscura imposibilidad. Allí, hasta los dioses parecían descentrados, con el resultado de que, ahítos de visiones, ciegos de tanta luz, se mostraban incapaces de procesar lo que captaban sus sentidos y sucumbían finalmente a manos de la ceguera más absoluta, que como todo el mundo sabe es la que padece aquel que no quiere ver. No queriendo ver, y chorreando luz por los cuatro costados, imaginé que mi única fuente de salvación estribaba en volver a andar sobre las aguas utilizando para ello mis pies de piedra mal tallada. Definitivamente, algo no iba bien.

martes, 23 de junio de 2009

HABLAR CON LETRAS

Aprendió a hablar con letras, y eso la salvó la vida. Con dificultad, una tras otra, las repetitivas y machaconas letras se fueron asociando entre sí, al igual que los sonidos, y los unos y los otros se juntaron a las cosas, y las cosas a las ideas, y a partir de ahí, el milagro. Pero lo del milagro vino después. Al principio lo que sucedió es que aprendió a leer y empezaron a pasarla cosas. Muchos años después, sentada en la puerta de lo que fue su escuelita, la agridulce marea del recuerdo traía a su presencia las medallas de cobre que colgaban de la pechera del capitán el día que los soldados se llevaron a su hermana selva adentro. Con todo, lo novedoso no fue la violación, si no que por primera vez la rabia, el odio y la vergüenza fueron escritas. Ella las escribió. Ayer volvió a ver al mismo oficial en un conocido restauran de la ciudad antigua. Se fijó en lo mucho que le costaba dejar de mirarse en los espejos, y tomó nota. Imaginó perros perdidos olisqueando la pegajosa piel de la impudicia, y lo apuntó. En la barra del mismo restauran, mientras apuraba la espera de mesa con un daiquiri, anotó las primera líneas de un futuro estudio al que denominó “fenomenología de una manzana”, y esto lo hizo, que tiene mucho mérito, mientras observaba un mango envejeciendo en un frutero ornamental. Tuvo tiempo también para pensar en coger un cuchillo y degollar a ese cerdo de la mesa del fondo, y lo escribió, y luego escribió que sería una acción justa, y a renglón seguido dejó escrito que no la importaría morir fusilada si no fuera por la manía que tienen de fusilar muy de mañana siendo como era que no soportaba los madrugones. Sugirió, a renglón seguido, la posibilidad de la horca, que por razones desconocidas le parecía más propia del mediodía. Pasados ciertos años, estamos en manos de la luz. Eso escribió. Antes, sin tantos años, también estamos en manos de la luz, siguió escribiendo, pero no nos damos cuenta. Sin esperar a más, guardó en el bolso las servilletas manuscritas, devolvió el bolígrafo al camarero, y abandonó aquel lugar viva, aunque en medio de fuertes arcadas.

lunes, 22 de junio de 2009

EL LANGUI

El langui, uno de los fundadores del Cuartero de Alejandría, tenía por costumbre apagar la luz de la mesilla y viajar. Payaso en junio, berberecho en julio, saltimbanqui en agosto, bicho en septiembre y lombriz en octubre, llegó a noviembre con las fuerzas justas para convertirse en comediante atrapado por las salobres aguas del deseo. Diciembre lo dedicó íntegro a cosificarse, a ser cosa plural que mutaba con los días hasta que llegado el día diecisiete del mes decidió quedarse siendo piedra. Pero la piedra, como la edad, pesa, de la misma forma que se espesa también la sangre y el tiempo, y la única forma que se le ocurrió para aligerarla, además del consumo diario de aspirinas, fue pelar la cebolla del recuerdo y hundir a base de mamporros las teclas de esa máquina perturbada que parecía tener un tic-tac en su dura cabeza de silicio. Así pues, en enero escribió lo que tenía que escribir y febrero lo dedicó a olvidarse de lo escrito. Humo en marzo, flor en abril y oso en mayo, el Langui acumuló con el transcurrir de los años un considerable desbarajuste en su cabeza, hasta que el fin de la noche llegó, y con él, el fin del viaje.

domingo, 21 de junio de 2009

AMAR CANALLAS

Embarazada y sonámbula, volvió a enamorarse de quien menos debía, y todo eso ocurrió en la hora en que la noche debía sumergirse en su propia oscuridad y las rogativas y las interminables cartas que le enviaba su madre acababan de ser desleídas por un llanto insaciable y tardío. No podía evitarlo. Amar canallas tiene estas cosas. Si al menos hubiera tenido un espejo a mano, entonces hubiera podido ver cómo su ojo derecho se escapaba del cuenco en el que moraba, y si en medio de la somanta de palos hubiera tenido la suficiente paciencia como para pararse y escuchar, entonces habría escuchado cómo de su lengua de diamante no paraban de salir maldiciones y exabruptos. Todo parecía salir de sí menos su alma, que no salía por la sencilla razón de que ya no estaba allí. Y así pasó la noche y llegaron las primeras luces del día. Bello e inalcanzable, creyó ver en el cielo metafóricas sombras que, abusando de su lentitud, preludiaban tinieblas. Estúpida y terca como siempre, creyó también escuchar que necesitaban voluntarios en el mundo de los muertos, y dio un paso al frente. Creyó, pues, y amó. Muy de mañana, renegando padres y mentando madres, la vi irse calle arriba camino de la estación.

sábado, 20 de junio de 2009

DODECAFÓNICO

Durante un tiempo que me pareció eterno, todas las mañanas del mundo me despertaba tarareando la música del hambre. Inejecutables por interés expreso del propio ejecutante, las 24 piezas que conformaban esta hambruna sinfónica se desplegaban a modo de arcadas dodecafónicas que servían para transponer los inarmónicos gritos de un chamán depositario de viejas sabidurías y que decía seguir a pies juntillas todos y cada uno de los 24 cantos que conforman la Ilíada. Huyendo de la relación dominante-tónica como si de la misma peste se tratara, la piedra de la impaciencia solía caer sobre mi testa simulando así un inexistente matrimonio de conveniencia entre las letras muertas y los vivos sonidos que con insistencia y disimulo terminaban por adueñarse del aire. De joven, en mis visitas a las tiendas oscuras, siempre acaba topándome con una tercera mayor a la que podía añadirse una quinta justa, y era así como se hacían ausentes los ecos etéreos de lo indefinido, ocupando su lugar la materia corpórea y presencial que todo lo arrasaba a su paso. El resultado es esta ruina que el lector tendría frente a si con poco que levantara la vista del texto y se centrara en oler entre líneas lo que trae el aire en su regazo. La lluvia, antes de caer, se lo piensa dos veces. Y es en ese espacio de sí pero no, donde se generan tensiones entre lo seco y lo húmedo, en los que nacen las tinieblas, se escucha el timbre del espejo, y huyen despavoridos los disímiles acontecimientos de la escucha, las alturas y los ritmos. El resto de las bagatelas, incluidas las benévolas marcas de nacimiento, quedan en manos del diablo. Siempre termino preguntándome lo mismo ¿y si pongo una nota más?, y sugiriendo a quién esto lee la misma recomendación: no intente comprender. Si puede, limítese a sentir.

viernes, 19 de junio de 2009

DIZQUE

Dizque se quedó sin argumentos sabiéndose, empero, en posesión de la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, razón por la cual no le quedó otra que llorar. Y claro está que con el llanto se puede enamorar a cualquier mujer, pero difícilmente se la puede retener por más de un día, y mucho menos mantener a lo largo de los meses, a no ser que la llorera adquiera tintes de dramática profesionalidad, cualidades éstas para las que no parecía estar dotado. Lástima que no lloró lo suficiente, o lloró mal, que nunca se sabe si las causas del abandono hay que buscarlas en la falta de calidad en lo llorado, o por razones más cuantitativas de escasez en el flujo lacrimógeno. En todo caso fue una lástima que, cabal y hueco todo a un tiempo, no le quedara otra cosa que el recuerdo de su nombre y su nombre lo fuera todo, como lástima fue que siempre soñara en perderse caminando hacia el sur y nunca diera un paso en la dirección deseada. Qué lástima, en fin, que tuviera que vivir de sus conejos, que eran muchos, y que viviera infeliz porque sabía que todos ellos le miraban mal y le trataban como a una mierda, y ¡qué lástima!, dios bendito, que dependiendo de las horas del día su mente lo mismo semejara una tortuga o una nave sideral y todo lo gravara en un viejo magnetófono de aspecto indescifrable, entre ácido y rancio, extraño en todo caso. Sea como fuere, el caso es que a juzgar por su olor cualquiera diría que llevaba más de cuatro días muerto, muerto o matado, que la verdad nunca se supo y a nadie pareció importarle.

jueves, 18 de junio de 2009

CUATRO COSAS ME DIJO VALLEJO

Cuatro cosas me dijo Vallejo. Me dijo que, de entre toda la horda de signos y sombras que pululaban por aquel jardín, llegó a discernir aquel al que tanto había amado. Eso me dijo. Y me dijo también que, en ese momento de lucidez, la terca luz que todo lo habita señalaba con claridad en dirección a un corazón de piedra caliente que era horadado gota a gota por el agrio son del vinagre, resultando, como presumía, que no era otro que mi interlocutor el propietario de aquel corazón. Atinó en tercer lugar a decirme que respiraba una mezcla de sudores remezclados a su vez con la mixtura del aliento y el vapor de aire denso que emanaba de su cabeza, y eso que me dijo no acaba de entenderlo muy bien hasta que, apiadándose de mi gesto de perplejidad, me aclaró la estructura profunda del párrafo: se ahogaba. Por último, se declaró incomprensiblemente nacido, sobre todo, dijo, si comparamos tanto trajín con esta sensación de acabar deshecho en pedazos de esperada inutilidad. Yo le agradecí sus palabras y me fui. Ya en casa, tranquilo, me dedico a adecentar la cárcel del cuerpo mientras aprendo con Vallejo a desandar el llanto.

miércoles, 17 de junio de 2009

PASADO MAÑANA

Blanco y solo como la luna, sediento de nubes como el nudo reseco del árbol viejo, los sueños abandonaron hace ya tiempo el hilo de sus decimonónicos discursos de bolero, mango y trementina. Falto de luz propia, enciende la del techo para contemplar en el espejo sus ojos de aguachirri. Los mira bien mirados y no se le ocurre otra cosa que ver en ellos la imagen de un sacerdote antiguo, vestal de un templo levantado en su propio honor, a falta de otro dios más cercano y creíble. Nunca acierta cuándo le vendrán a visitar. Piensa que hoy, y hoy ya no será hoy porque a la hora que es ya tendrá que ser mañana. Sí. Mañana vendrán los hijos que nunca tuvo, y los vecinos olvidados, y los amigos quejosos y doloridos, y el padre muerto. Y si no es mañana será pasado cuando vengan en tropel los hermanos y los primos, los tíos y tías. Más tarde, si todo va bien, vendrán las amigas de amar, esas mujeres enormes capaces de dejar tras de sí hechos picadillo los tiempos todos y buena parte de los espacios. Entonces tendremos tiempo de hablar de lo inexplicable y triste que resultaron ciertas cosas, decir eso de que entre todos la matamos y ella sola se murió, o si no muerta sí que parecía en nuestras manos muy enferma, tanto que ya no parecía amor si no costumbre, costumbre de amar que se convirtió en petrificado acto litúrgico de ese mismo amar, en rito que se comía la vida de cada día para terminar siendo nostalgia del asombro y la novedad de antaño. Sí, mañana puede que venga un tiempo sin ceremonias, un tiempo muerto repleto de herrumbrosas canas de alambre torcido. Pero eso ya será mañana, o pasado mañana, o a lo más tardar, al otro.

LA SENTINA DEL ALMA

Siento tanto, que siento ya de más. Siento a un tiempo lo que siente un cofrade y lo que siente un bético de toda la vida, que también es sentir. Ocurre a veces que en algunos tiempos y personas, cuando siento cambio la e por la i, sin por ello dejar de sentir un ápice. Y cuando digo sentir digo sentir bien sentido, hasta el tuétano, hasta sentir de un modo tal que puedo llegar a sentir nostalgia de no sentir. Y no sólo siento, sino que mientras siento no dejo de sentirme. Bien, mal o regular, me siento a ver pasar la vida y los trastornos hormonales, como siento el toreo, como siento mucho no poder ir a la Patagonia, y como creo sentir el roce de los peces bajo el agua. Sin apenas sentir nada, inadvertidamente, siento también mis propios pasos, y la verdad es que no siento miedo de sentir todo lo que siento, presiento y hasta barrunto. Bien es cierto que a veces estoy a punto de perder el sentido (son simples bajadas en la tensión del sentir), y entonces me tumbo para seguir sintiendo desde la horizontal. Una vez agotado lo sentido, le pongo un lazo, una etiqueta, y lo guardo en la sentina del alma.

LA SENTINA DEL ALMA

Siento tanto, que siento ya de más. Siento a un tiempo lo que siente un cofrade y lo que siente un bético de toda la vida, que también es sentir. Ocurre a veces que en algunos tiempos y personas, cuando siento cambio la e por la i, sin por ello dejar de sentir un ápice. Y cuando digo sentir digo sentir bien sentido, hasta el tuétano, hasta sentir de un modo tal que puedo llegar a sentir nostalgia de no sentir. Y no sólo siento, sino que mientras siento no dejo de sentirme. Bien, mal o regular, me siento a ver pasar la vida y los trastornos hormonales, como siento el toreo, como siento mucho no poder ir a la Patagonia, y como creo sentir el roce de los peces bajo el agua. Sin apenas sentir nada, inadvertidamente, siento también mis propios pasos, y la verdad es que no siento miedo de sentir todo lo que siento, presiento y hasta barrunto. Bien es cierto que a veces estoy a punto de perder el sentido (son simples bajadas en la tensión del sentir), y entonces me tumbo para seguir sintiendo desde la horizontal. Una vez agotado lo sentido, le pongo un lazo, una etiqueta, y lo guardo en la sentina del alma.

lunes, 15 de junio de 2009

VI TABACO EN SUS OJOS

Ya no tengo dudas al respecto: es ese magnético imán de arborescencias oscurecidas que tengo por florero el que favorece la implosión del magnesio y las grises procesiones del plomo. Así está el día, gris plomo, y es en medio de tanta atmósfera plomiza que surgen, aparentemente sin causa, las alegorías entretejidas que cauterizan el metal y me obligan a deletrear su nombre de forma tal que las letras de delante se entrejuntan con las de atrás formando un muro de mentiras trasparentes donde las alondras se dan de cabezazos. Cambio florero por frutero, y veo cómo la manzana se devana los sesos dando vueltas sucesivas a una vieja idea que la albañilería de los años ha convertido en obsesión. El asunto que masculla la reineta en cuestión consiste en que sea Botticelli el que pinte los ojos a su gusano, dejando para sí la representación de las nubes golfas que se desprenden del azul y dejan los cielos como trapos. Alcé la viste del mantel y vi tabaco en sus ojos.

domingo, 14 de junio de 2009

SUBJUNTIVO

Lame mi lengua la desgastada epidermis de aquellos que me son prójimos, con una particularidad: me encuentre donde me encuentre en la situación que me encuentre, y lo mire por donde lo mire, las huellas de todos mis actos rebosan subjetividad. Así pues, rara vez el indicativo refleja con rigor la categoría del modo en el cual suele desarrollarse mi existencia. Me pienso subjetivo y ese es el único estado en el que puedo relajarme y disfrutar de mi propensión a la duda metódica. De ahí que, al igual que la cabra tiende al monte, yo tienda de natural a la utilización indiscriminada del subjuntivo, con tan mala suerte que hasta ese derecho básico a la subjetividad me es negado por aquellos que de todo pretenden hacer ciencia. En mi caso, sólo me indico si resulta necesario para la mente, me prescribo entonces podríamos decir, sirviéndome así el indicativo para reparar la quebrantada salud de la que tan a menudo hago gala. Son esas gruesas y diabólicas venas en las que se atasca el óxido transparente, las mismas que fuerzan la flexión del tiempo, y una vez flexionado el tiempo, desde la categoría del modo, me fuerzan a mí a verbalizarme en lo virtual, en lo que pudiera ser posible, en aquello que deseé o que hipotéticamente me resultaba más interesante, en lo que creí, o en lo que deseé y temí a un tiempo. Esperanza de lo necesario, subjetivo pero junto a ti, no creo que llegue a tiempo para el disfrute de verdad alguna.

sábado, 13 de junio de 2009

LA FÁBULA DEL PÁJARO Y EL ESPEJO

Entre los entresijos mismos de la memoria di comienzo a un paseo solitario y delirante que me condujo al gris horizonte del tiempo, y de ahí al nido de un pájaro que, según pude constatar hoy mismo en el espejo del baño, resulté ser yo. Así comienza la fábula en la que tuvo lugar la escena más maravillosa jamás imaginada por mente alguna. Difícil de narrar incluso para aquellos que tienen el don de realizar representaciones de forma agraciada, es decir, difícil incluso para aquellos agraciados con eso que llaman talento, la misión se torna imposible cuando se tiene que escribir desde la más normal de las capacidades y pretendiendo un estilo afilado, telegráfico y sincopado. Describamos primero la atmósfera: el murmullo de todas las nieves desaparecidas conducía a un viejo aeropuerto somnoliento donde yacían hacinados los motores del deseo, todo ello en medio de un bosque de bambú y sauces llorones. Vayamos ahora, por decirlo de alguna forma, al nervio narrativo: el caso es que el pájaro protagonista de la historia se vio envuelto, sin comerlo ni beberlo, en una guerra sin cuartel entre unos cuerpos que se resistían a ser meros huéspedes habitados, y unas almas alienígenas que todo lo querían ser porque todo lo habían sido ya. Intruso en su propio polvo, enajenado por las geografías del cobre y el alcanfor capaces de transformar todo aquello que tocan en puro movimiento, el pájaro se limitaba a tomar buena nota del destructivo silencio que habita en la cultura del sueño y la materia. La moraleja final consistía en una pretensión ilusoria e imposible, consistente en que todos los lectores, o por lo menos algunos de ellos, reflexionaran sobre lo conveniente que resulta no fiarse ni un pelo de aquellos que piensan que, hagas lo que hagas, nada va a cambiar. Bien es cierto que la escena más maravillosa jamás imaginada por mente alguna no aparecía por ningún lado (se trataba de un mero truco para atraer su atención), pero como decía el pájaro, yo no soy el ornitólogo dotado de la ciencia y la verdad, pero tengo en el cerebro un pájaro azul que es el que me ayuda a volar.

viernes, 12 de junio de 2009

UN DÍA MÁS

Altos como muros, los deseos se alzan elevándose sobre la tierra en espera de la ciega llamada de la mañana. Se desvanecen así las espesuras de penas, desentumeciéndose de paso los hondos vacíos que, unánimes, tienen por misión dar soporte al mundo. Me desayuno con palabras que pongo sobre la mesa dejándolas escurrir en el cuenco de los sueños. Y repito de todo, y todo por miedo al morir, por miedo al olvido, y por miedo al miedo. Repito pues para conjurar este continúo y confuso merodear de miedos mañaneros en engañosa actitud, donde sólo los henchidos círculos de su belleza poderosa y giratoria son capaces de ofrecerme las formas frescas de realidad profunda que necesito para salir ahí fuera. Con los pies sobre la tierra, bogo un día más.

jueves, 11 de junio de 2009

COMO UN VIOLONCHELO EN CLAVE DE SOL

Antes o después del tiempo, o superpuesto a él, ella vive conmigo, es decir, me compone. Utiliza para ello la sustancia del llanto, fragmentos muertos de pura indiferencia y poemas-madera que aprovecha para dar voz al bosque. Resulta difícil de creer pero a 78 revoluciones por minuto la sensibilidad se transforma y surge la música sobre cuya densidad se construyen los rascacielos de orden interválico. Es la música concreta, algo capaz de sobrepasar los pelillos y la cera de la oreja, la que tiene por misión dotar de vida musical al erial de silencios cerebrales donde de normal no pasa nada. Ella trabaja su música por aproximaciones sucesivas utilizando para ello, entre otros, el órgano de la boca. Pero no siempre las cosas salen bien. A veces el arco se queda inmóvil y la resultante es un sonido injusto, una música en blanco y negro salpicada de pequeñas liturgias mal amasadas, medio crudas unas, medio chamuscadas las más. En otras ocasiones, empero, se producen momentos maravillosos como cuando la negra semicorchea menea su cuerpo a medio centímetro del mío, cimbrándolo como dios le da a entender. En esas y otras circunstancias parecidas, aúllo por dentro como un violonchelo en clave de sol.

miércoles, 10 de junio de 2009

EL SEÑOR BELL

Si bien su sentido último resultaba ciertamente opaco, cuando no directamente indescifrable para el común de los mortales, parecía que al menos la dirección era exacta: Margaritas 156, 1º B. Y allí me presenté, con la inmediatez de un rayo, en busca de un hombre al que la muerte le estaba desgastando y que al parecer vivía su lenta agonía en permanente concubinato con el demonio de la felicidad. Con la amoralidad natural propia de los que habitan en cualesquiera de los paraísos al uso, el sujeto en cuestión, sordo como una tapia, me abrió la puerta y me condujo a una sala repleta de guías telefónicas, todas ellas muy anteriores a la existencia del señor Bell, que así era como se llamaba el tipo en cuestión. Con un gesto vago e impreciso me invitó a sentarme, no sé si sobre el suelo o sobre una pila de estos mamotretos amarillentos, y ya en el suelo me contó que desde muy niño vivió del estraperlo, y que se alimentaba, como un lunático errante, de las huellas su propia obsesión. Las ausencias le impresionaban. Todas noches se acostaba con la miseria y todas las noches llamaba con su grito a las puertas de una asediada fortaleza en la que permanecía oculto el mayor inventario de vicios jamás escrito bajo forma de catálogo. Apoyándose en una muletilla consistente en dudar constantemente de su propia capacidad para decir lo que quiere decir (“no sé si me explico”, decía), trataba de contarme su caso mientras un sol matutino y arrogante describía con precisión los confines de su rostro. Era temprano y de su boca emanaban prodigiosas imágenes.

ESCUPIDERA

Un olor pretérito anterior al primer olor, un tufo a medio camino entre la funeraria y la casquería, lograba abrirse paso en su memoria entre la música estridente de los nuevos vecinos (música que servía, todo sea dicho de paso, para dar a conocer la devoción de éstos por la bachata en kilómetros a la redonda, al tiempo que le taladraban la cabeza de lóbulo a lóbulo), y unas ganas locas de amar que se le antojaban exageradas. Bizco de nacimiento, cojo por vocación, de cuerpo lánguido y algo triste, cada vez que pensaba en los desfiles de migajas en los que se habían convertido sus vivencias amorosas, destilaba casi sin querer una saliva salada y salvaje que, convenientemente amasada y dirigida, iba a parar, ya con forma de gargajo, a la vieja escupidera que tenía en el salón. Recogía los platos mientras murmuraba nombres de mujeres a modo de batallas perdidas, cuando cayó en la cuenta de que las mujeres no escupían, y de que igual era esa la razón íntima y profunda, la razón principal diríamos, que explicaba el misterioso hecho de por qué las deseadas féminas en su mayoría no usaban escupideras, y de que, de paso, no quisieran verle ni en pintura. Presentía que había dado en el clavo. Presentir para luego sentir y volver, al fin, a recordar lo que sintió ante del sentimiento. Presentir, antes del aguacero, migajas de amores pospuestos y proposiciones inacabadas que le dejaban tumefacto e incapacitado de raíz para amarse a sí mismo. Y todo por culpa del gargajo y la escupidera.

lunes, 8 de junio de 2009

EN EL VÉRTICE MISMO DE LA ESCORIA

A cubierto tras su camisón de amianto gris, dispara a discreción bucles de sonrisas que me abomban, percutiendo inmisericorde sobre mi sexo la dúctil espoleta del deseo. El escándalo de nuestros besos no quedará impune, me dice, mientras arranca de mi pechera de pizarra, uno a uno, el medallero de ojales ganados en viejos combates que tenía por costumbre lucir con orgullo los días de desfile y otras fiestas de guardar. Deshonrado y todo, no puedo quitar ojo de los poderosos labios que, como imanes, se atraen la oscuridad, magreando sus carnes hasta que, azogados de un lado para otro por la bisagra de la pleamar, terminan siendo poseídos por otros labios que les reclaman el estricto cumplimiento de la misión que tienen asignada. Con las manos atadas a la espalda, me empujas contra la tapia de la memoria, y vuelves a disparar. Acariciando los abismos, los guepardos se agazapan temblorosos en el vértice mismo de la escoria, y yo con ellos.

domingo, 7 de junio de 2009

SINFONÍA PARA UN HOMBRE SOLO

Soy un eslabón que sobrevive como puede en un estado de perdición continuo, materia orgánica sumamente dúctil que adopta formas caprichosas o amorfas según sea de profundo el aburrimiento que padezca en cada momento, un animal, en fin, al que no le queda otra que recurrir a falacias tímbricas, variaciones e improvisaciones constantes sobre mí mismo como forma de ordenar los mares de ignorancia soterradas que me ahogan, reconvirtiendo siempre que puedo las mareas en piscinas anatómicas propicias para el despiece. Yo soy aquel que escribe para el oído, y que sin mucho éxito se esfuerza hasta el infinito en lograr que su ser se adapte al orden sonoro dominante. A veces, muchas veces, me cuesta seguirme a mí mismo en según qué tipo de experiencias. Para evitar desgracias innecesarias, instalé hace ya tiempo sucesivos frenos hidráulicos al gramófono que llevo en mi cabeza, con tan mala suerte que cada vez que actúan producen un estrépito del carajo y, por ende, unos dolores de cabeza a la altura del estrépito. Sin ir más lejos, la noche pasada tuve un encontronazo onírico con soterradas sombras malayas que me obligaban a volver al odiado intervalo. Con pasión nunca vista, mascaban su desarraigo transcribiendo minuciosamente sus sensaciones en manuales de espumas que transportaban después en maletines repletos de huesos y maderas. No tuve otra que rendirme a sus tambores de acero y ofrecer como prenda de rescate mi alma recién exhumada y áfona.

sábado, 6 de junio de 2009

POSIBILIDAD INCIERTA

Rezongaba de la ceca a la meca en busca de la suficiente cantidad de caos como para poder construir el volcán de sus sueños, y tal cosa la hacía sólo para poder darse el gusto de hacerlo y terminar bañándose en la ardiente lava que emanaba de su misterioso cráter. Agotado un sueño, otro vino a sucederle. En esta ocasión, una serpiente que soñaba con serpientes digería un flamenco rosado mientras el agónico pájaro destrozaba con su pico el vientre del bicho, que a la sazón resultó ser una pitón de esas de siete metros y más de cien kilos que pululan por las alcantarillas de la ciudad. Aprovechando la siesta del reptil, aburrida desde el punto de vista narrativo, los ojos del soñador se frotaron con ristras de ajos de Albacete, de cuya mezcla rezumaron picantes boleros repletos de miradas, pechos devastadores y amplias caderas en las que refugiar los atávicos miedos que le perseguían torturándole desde su más tierna infancia. Luego tuvo lugar un sueño culposo, inocente suma de males y bienes, en las que el cuerpo se relacionaba con la memoria en un terreno baldío, a medio camino entre la sombra y la luz. Banales, anónimas y hasta sosas, las historias reposaban su latencia en medio de la nada, expectantes ante la posibilidad incierta de que algún día pudieran ser contadas.

viernes, 5 de junio de 2009

UN DESASTRE

El hecho es que al llegar la noche desaparecían por completo las paredes de mi casa. Podría darle algunas vueltas más, prepararles un poco mejor, decirlo en mayúsculas o con un cuerpo setenta y dos, pero el asunto vendría a resultar el mismo. Esta transparencia en el envés de lo dado, este derrumbe de las fronteras aladrilladas, es decir, ese desaparecer de los confines delimitados por lo que resultaron no ser otra cosa que ladrillos alados, esa locura al fin con aire de levedad, no constituiría otra cosa que una perplejidad entre tantas, sino fuera porque las visitas y algunos vecinos, que de tontos no tienen un pelo, se daban cuenta del fenómeno y me asaetean a preguntas. Yo también me hacía preguntas. Me preguntaba, por ejemplo, ¿por qué yo?, pero la cosa, bien mirada, cojeaba de tal forma desde el punto de vista de su trabazón lógica que sólo desde el más estricto irracionalismo podía uno pretender entender algo e hilar algún tipo de explicación, utilizando para ello la soberanía que da el poder de la dicción. Lo cierto es que, desintegradas por completo las arquitecturas convencionales que me ofrecían cierta protección, quedaba expuesto al desamparo de la noche. Tanta desnudez me dejaba boquiabierto y tenía que tirar de mi propia bocamanga para salir de un trauma que, como tantos otros, iba a resultar ser reflejo de otro trauma anterior. Incluso para un hombre como yo, amante del enigma, aprendiz de almas y especialista en fuegos fatuos, nada de esto resulta fácil. De normal, no me quedaba otra que refugiarme en los retablos residuales del recuerdo y de la memoria, esto es, cerrar los ojos e intentar recordar cómo era la vida cuando la opaca solidez de las paredes eran lo que eran, y echar mano del sentido común y de las verdades básicas, por muy encontradas que parezcan. Las consecuencias de todo este proceso histérico no han tardado en hacerse notar, y a día de hoy dos fantasmas recorren mi cabeza: la incertidumbre de la inacción, y la posibilidad de conseguir una instantánea de la inmortalidad. Mientras tanto, las solicitudes de visitas han aumentado una barbaridad, los focos de los periodistas y las cámaras no me dejan pegar ojo, y un servidor, que dormía desnudito, ahora no gana para pijamas. En fin, un desastre.

jueves, 4 de junio de 2009

UNA CUCARACHA FELIZ

La cucaracha corría que se las pelaba por las paredes de una habitación, que si la califico de cochambrosa les ruego que se imaginen la peor de las cochambres con el fin de que su mente pueda hacerse cargo, siquiera pálidamente, de la mugre de la que hacía gala el habitáculo. Pero aún resultando excesiva tanto la cantidad de mierda como las velocidades que era capaz de coger el ortóptero, lo más asombroso del todo resultó ser que el insecto en cuestión iba de un lado para otro preguntarse por el color del caballo blanco de Santiago, pregunta ésta que en otro contexto y con otro protagonista pudiera parecer una pregunta ociosa y hasta tontorrona, pero que en esta ocasión, y por razones obvias, no lo era tanto. Esta forma extraña de pensar en una cucaracha se explica por otra rareza del animal consistente, a saber, en que era la única cucaracha capaz de digerir celulosa por ella misma, especialmente un tipo de celulosa especial a la que llaman marihuana o, a falta de marihuana, tabaco. Las antenas filiformes del bicho estaban especialmente diseñadas para detectar maría allí donde ésta se encontrara. Una vez localizada la planta, procedía a ponerse ciega. Sabido es que las cucarachas utilizan sólo dos informaciones por decidir a dónde ir, al contrario que muchos humanos que no utilizan ninguna: qué oscuro está y cuántos de sus amigos están allí. Cuanto más hubiera de ambas cosas, más atractiva le resultaba la propuesta. Como ya queda dicho que solía ponerse ciega, con la consecuencia lógica de que todos los lugares le parecían per se bastante oscuros, sólo queda añadir que sus amigos, tinterillos y chupatintas en su mayoría, resultaron ser más bien pocos tirando a ninguno, y vivían su vida resbaladiza y pringosa a través de una fina película de grasa, sin apartarse más de lo imprescindible del cubo de basura. Silenciosas y sincopadas, movía sus patas largas y espinosas de forma tal que, o bien no podían caminar, o bien volaban, con el resultado, en lo que a mí se refiere, de que emitían unas palabras mudas que ponían en mis ojos las imágenes de la catástrofe. La última vez la soñé montando a caballo por encima de las nubes y sabiéndose en el fondo de su ser una cucaracha feliz.

miércoles, 3 de junio de 2009

MUTIS

Variables en su duración e intensidad, el desgarro y la perplejidad propias de quien mal vive en tierra extraña sólo se ve atemperado por el recurso a la memoria y, más allá de la palabra o la imagen, por el refugio en el mutismo, el más radical de los silencios, ya sea éste voluntario o impuesto. Los desiertos adoptan visos de eternos y pareciera como si el manantial nunca fuese a aparecer. Se sabe sólo. Estira la mano buscando alrededor, y sólo acierta a tentar una suerte de desolación innominada e incorpórea. Por extraño que parezca, de ese vacío poderoso nace una costumbre sin fe, una suerte de imitación vaga de la vida, consistente en adorar toda materia que haya sido objeto de beso. Y es ese goteo de frías certezas lo que le permite, segundo tras segundo, negarse a morir. De hecho, suele decir a quien quiere escucharle que no quiere saber la verdad, si es a eso a lo que llaman morir, dicho lo cual suele retirarse de la escena.

martes, 2 de junio de 2009

TARDES DE LUZ

Nunca supe si era montaña o estrella. La mera sucesión de las horas inconmovibles y los aguaceros tibios no aportaban elementos que permitieran discernir la naturaleza del fenómeno. A mis pies estaba la llanura pelada, extraña en su extrañeza misma, y el diablo mandinga de piel nocturna que no perdía ocasión de sugerirme su receta infalible: dejar colgado el tiempo y anunciarme por la ciudad libre como los taxis. Lo que fuere está en lo alto y su comprensión me ha sido vedada. Y así se lo decía al agua misma y al mismo sol. Yo soy yo, les decía, y mientras yo me pienso empachado de canela e imagino el qué será, soy arrastrado por el río de las causas y los efectos, de las palabras y las razones, sin apenas tiempo para nadar y guardar prenda de lo que pudo haber sido y no fue. Últimamente, apenas si puedo atesorar en mi memoria algunas tardes de luz.

lunes, 1 de junio de 2009

BARRO TIERNO

Progresivamente, casi de la nada y con lentitud pasmosa, empezó a surgir en mí una apariencia que parecía libre de todo sentido. En ese tiempo pretérito el mundo era sagrado y me sentía barro tierno donde los significados hervían a su libre albedrío. Tan es así, que tuvo que ser la lectura la que me devolviera, envuelta en un lienzo de música y números, unas palabras, las mías, hasta entonces silenciosas y sedentarias en el vientre de la celulosa. Después llegó el olvido, y llegó también una queja que, necesitada del consuelo de la victoria, supuró el inconfundible perfume de la muerte. Yo no sé nada de la muerte ni del amarillo, pero sé que es mi sufrimiento el que soporta la chatarra roja, y que es el alquímico veneno de la luz sólida el que me salva todos los días del desguace inminente, y no sé pero intuyo que es mucho río para mí, el que vislumbro tras sus ojos inevitables. A todo esto, el mundo no cambió, pero cambió mi conciencia del mundo.