jueves, 30 de julio de 2009

EXTRAÑA CONVERSACIÓN

Recojan sus cosas y váyanse, les dijo Carlota a los muertos que danzaban por la habitación. Pero ese fue el final. Antes de eso hablaron de otras cosas. Usted ¿Por qué se quedó muerto allí en el río? ¿No se da cuenta lo que pasamos? ¿Fue un corte de digestión? La corriente, así que fue la corriente. El hermano casi se ahoga también intentando buscarle en esa cueva. Y usted ¿por qué tuvo que enamorar a la mujer del coronel? Le mataron por esa mujer, yo lo sé. El coronel no dijo nada, pero mandó matarle. No fue a la ruleta rusa, ¿verdad que fue el coronel? Madre, lléveme. Yo estoy cansada. Estoy lejos y cansada. Lléveme, madre. Tengo frío. Yo cuidaré de su azúcar como cuido del mío. El aloe vera nos curará ¿Por qué me dejaron sola? Si están tan a gusto ahí, en la tierra, ¿Por qué no me llevan con ustedes? Los muchachos ya son mayores ¿por qué no me llevan?

miércoles, 29 de julio de 2009

LA ZARZA Y LA LUZ

Su cercanía a algún dios, su santidad al fin, se hacía patente en multitud de pequeños gestos, especialmente cuando declinaba la luz, convirtiendo la materia amorfa y oscura, gracias a la sutil germinación de la que hacía gala, en mansa fluorescencia. Pero aquella vez las cosas no salieron bien. Habló a la zarza sentado sobre su propia lágrima, con tal mala suerte que de su boca sólo salieron palabras de letra muerta. Si bien la sola forma natural del suceso que acabo de narrar dice lo esencial de lo que quiero decir, empero, no lo dice todo. Para arrimarse un poquito más a ese todo, aunque sin aspiración alguna a la totalidad, habría que decir que la zarza hacía serios esfuerzos por interpretar el más leve de sus gestos mientras que él, encadenado al pie de su nuca, hacía lo posible a su vez por apearse de la lágrima desclavándose como podía del eje mismo de la luz. La zarza, vale decir el signo, le leía, y soñaba con llegar algún día a las regiones donde se encuentra la secreta raíz de la matriz y coagulan todos los grises visibles. Él sólo soñaba con hacerse entender.

martes, 28 de julio de 2009

EN CASA DE ISAÍAS

Llegado el momento, los hombres abandonaban las faenas y los rebaños desperdigados en los que de forma natural se agrupaban según su función y actividad, y se sentaban alrededor de las estufas para escuchar historias. En casa de Isaías también se contaban historias. La historia de hoy decía que un día malo se torció para convertirse en otro peor, sin dejar por ello de ser el día que era. Los alcornoques habían mudado en chopos, y nubecillas de purpurina vagaban por el espacio azulado e inmaterial que hacía las veces de cúpula celeste. Ni que decir tiene que todo esto sucedía mucho antes del tiempo de las grandes prohibiciones, de forma tal que las familias extensas se juntaban unos con otros para hacer más llevadero el frío y bebían, sin otro objeto que el de beber y escuchar las historias, y fumaban, sin más pretensiones que la de escuchar historias y echar humo. Lo cierto es que, entre unas cosas y otras, perdí el hilo de la historia y poco puedo contarles al respecto. En un momento dado, el narrador dijo que el siseo del agua sobre un lecho de piedras se mezclaba con el ruido de las palabras que habían caído allí por casualidad, y resultaban ya del todo indistinguibles de todas las demás cosas que la propia tierra había segregado y la corriente tenía a bien llevarse. La descripción no estaba mal, pero nada decía sobre el argumento de la historia en cuestión. En otro momento posterior escuché también algo así como que la calumnia se adentró en sus oídos como una golosina se adentra en el paladar de los golosos, es decir, con avidez y naturalidad, pero de nada de ello puedo dar fe porque el aguardiente y aquel tabaco del diablo estaban haciendo su efecto, no sólo en mí si no en el narrador, que se colocó unas gafas de madera y dijo mostrarse incapaz de recordar nada que tuviera que ver con esa ni con ninguna otra historia.

lunes, 27 de julio de 2009

ABISMADO

Dando una vez más muestras inequívocas de su exagerada sensibilidad, el joven caballero se pasó la noche asomado al abismo, abismado podríamos decir, de sus propios pensamientos. La palidez del muchacho en poco se diferenciaba del carísimo lienzo holandés, regalo de sus tíos, que apenas si cubría su cuerpo abrumado tanto por la retahíla de sentimientos que alimentaba su propia tristeza como por el calor del inmisericorde julio cordobés. Buscó el desconocimiento más exacto y profundo que pudiera encontrar, y lo encontró. Ciertamente no hubo de ir muy lejos en su búsqueda, ya que pudo dar con él en su propio ser y en todo lo que bullía en derredor del mismo. Una fiebre de melancolía caía sobre su alma con la misma naturalidad con caen las hojas en otoño sobre las tierras del bosque. Efectivamente, pareciera como si su bosque interior estuviera en pleno deshoje. Sin poder precisar a ciencia cierta la circunstancia exacta de la que deriva el error que dio origen a tan lamentable estado de ánimo, lo cierto es que llegó al extremo de obligarse a ser lo que no era ni siquiera pretendía ser, violentando así de forma innecesaria tanto su pensamiento como su conducta. Este hecho explica por si sólo las fiebres, no así la tontería y languidez que se prolongaba con los días y que no parecía tener visos de finalizar. En nada hallaba placer, y desde fuera poco más puede decirse. Si bien los médicos que realizaron la autopsia diagnosticaron cólico miserere, quizás estemos ante el único ser que de forma efectiva murió de pena.

domingo, 26 de julio de 2009

HISTORIA DE UN DIOS MENOR

No importa lo que fuera, si juego, canto, voces, gestos, pantomima o ficción, lo que en realidad fue recibe el nombre de necesidad, y si este no fuera suficiente, añadan el de deslumbramiento. Este es el prólogo de la historia de hoy, una historia de comienza de la siguiente guisa: Un hombre tira de su memoria arrastrándola por los tortuosos caminos del espejismo, la decadencia y la rapiña. Ya comenzada, la historia va imponiendo su propia ley, que en este caso ha sido la ley de dios porque resulta que este mismo hombre que tiraba de su memoria resulta que quiere ser dios. Con ese enfoque de las cosas comprenderán que los problemas y enredos no tardaran en surgir, muchos de los cuales resultan comunes a todos los dioses en sus primeros pasos hacia el estrellato. Este nuestro aspirante a dios, a diferencia de otros, no pretende iniciar su andadura repoblando de hermosas criaturas los ilimitados confines de su señorío, si no que se dedica a hurgar en la experiencia de la soledad radical, que no es otra que aquella soledad en la que resulta imposible hacerse cargo de uno mismo. El nudo gordiano de la historia puede resumirse en la siguiente frase: Así fue como, poco a poco, lo imposible se fue haciendo más posible, hasta que de repente el hoy se hizo ayer y el hombre sin cabeza se puso a repensar la Historia, tratándose esta vez no de esta historia, la de hoy, si no de la Historia con mayúsculas. El instante revelador acontece cuando, borracho después de tanto beber de los húmedos vientos del norte, decide descansar paciendo allí donde pace el bisonte encantado. La historia de hoy es triste porque no hay nada más triste que un dios loco, y este aspirante al olimpo se volvió loco, o sólo como locura se puede explicar este final repleto de extravíos a modo de monólogos ensimismados en la que nuestro hombre intenta hacer suyas las irreparables goteras de un mundo que pareciera excesivo en todo y para todos, incluso para aquellos que se nos aparecen deslumbrados por la necesidad. Su padre, como casi siempre en las historias de dioses, ni pudo ni quiso salvarle. Fin.

sábado, 25 de julio de 2009

REANIMACIÓN

Parasitario y brutal como dicen que soy, si tuviera que plasmar mi visión del universo utilizaría el grafito y algo de papel para dibujar una tormenta permanente, una boquita de confines ilimitados, una caja de zapatos a modo de ostentoso ataúd, la imagen aquella que aún me persigue de la langosta pegada al teléfono, y un retrato de esos de a 25.000 dólares perteneciente a alguien perfectamente desconocido. Lo haría con gusto, me refiero a lo de plasmar mi visión del universo, pero la verdad es que no tengo permiso para hacer ninguna de las cosas que les he descrito. Además, estoy tumbado en el sofá y desde aquí es difícil hacer nada, con permiso o sin él. Cuando mi cuerpo se reanime, sé lo que pasará: notaré cierta gusilla en el estómago, gusilla que transcurridos unos minutos quedará definitivamente transformada en un hambre feroz. El crepúsculo hará el resto. Se lo tienen merecido. Me prometieron que nunca me dejarían solo, y ya ven.

PARADO

Estaba ahí, se daba al mundo parado en una esquina de la Gran Vía, y no hacía nada, ni esperaba nada, ni quería decir nada. Simplemente estaba. Y fue de esa misma guisa en la que estaba, parado en una esquina, cuando lo inaudito, lo nunca oído, llegó a su oído, pudiendo de esta forma quieta conocer lo desconocido, ver buena parte de lo invisible, y hasta tocar lo que hasta ese preciso instante parecía intacto. La forma peculiar que tenía de estar ausente, es decir, de estar pero no estar, la denominó presencia de encriptación incomunicada, y solía vivir en esquinas donde el hilo de la salvación estaba constituido, en realidad, por el propio laberinto, no resultando extraño por tanto que, perdido como se encontraba los más de los días, sintiera una alegría enorme al encontrar el ya citado hilo de marras y se dejara guiar por sus señales. Sin expectativa alguna a la que agarrarse, pues todas quedaron enquistadas en alguna de las múltiples telarañas que teje el olvido, ciertos –algunos, pocos- quistes de memoria perviven milagrosamente vivos a lo largo y ancho del tiempo vivido. Claro que, por muy parado que estés, si o si, a la postre los ecos del silencio imponen su ley.

jueves, 23 de julio de 2009

EL DÍA EN QUE TODO ACABÓ

Como todo lo digno de ser empezado, ésta historia comenzó con un sueño, un sueño que tuvo su inicio, como todo aquello digno de tener un final, el día en que todo acabó. Ese día, el día en que todo se acabó, me quedé callado y al acecho, e intenté mirar tras la ventana lo más lejos que pude. Me dejó, pero no terminaba de quedarme solo. Durante un buen rato deambulé sonámbulo sin otro norte que la melancolía, y luego tuve un repentino retortijón de tripas que me dejó frío. A todo esto, su lengua de trapo resonaba continuamente en el interior de mi cabeza. En el juicio final que tuvo lugar aquella misma tarde, fue un error elegirme a mí mismo como testigo de cargo contra mi propia locura. No se puede estar en misa y repicando, al plato y a las tajás. Dicen que nada ocurre al azar, pero a la chita callando es el azar el que coge las riendas del devenir y te hace papilla. No sé por qué diantres me niego a dar por buena la lectura más obvia: estoy solo y es difícil llorar con el oído, sobre todo cuando nadie gime y el desgarro de la oreja pareciera un acontecimiento de otro sueño, cosas de Van Gogh y Gauguin. Nunca tuve pecera pero lo cierto es que en este sueño, muertos o a punto de morir, peces de ojos enormes me interrogaban desde las profundidades marinas. Ni que decir tiene que, afortunadamente, la historia terminó ese mismo día, si bien el sueño continuó noche tras noche.

miércoles, 22 de julio de 2009

INMERSIÓN

Fue durante el equinoccio de otoño cuando tuvo la ocasión de zambullirse en aquella majestuosa piscina de vidrio salado. En el breve lapso de tiempo que tardó en llegar hasta el fondo, se le ocurrió pensar que, por mucho que Newton se emperre, la gravedad, lo atractivo de la gravedad, no reside tanto en acto de la caída, si no en la abstracción que subyace a ese mismo fenómeno. De hecho, es la presencia de la atracción lo que produce la caída, y en eso consiste la extrema gravedad de tal acto. Era buen teórico nuestro nadador y todo eso lo pensó en el primer segundo de la inmersión. A punto de tocar el fondo de porcelana salpicado aquí y allá con algas y cerámicos peces de colores , creyó saber que uno es lo que fue, lo que es y lo que llegará a ser, todo eso indistintamente junto y hasta revuelto, como revueltas están en el espacio la vida de una piedra, el tenebroso cobre y las altas vasijas. Tocando el fondo con su mano derecha, se imaginó en un pasillo extraño y sin más séquito que la que tenían a bien proporcionarles los dos espejos que colgaban de sus paredes. Luego continúo el impulso y, sin saber ni cómo ni por qué, vino el golpe de su cráneo contra algo, y ocurrió como si un cuerpo largamente perseguido llegase a su destino final, y como si lo que antaño considerara una lejanía, se acercara ahora a una velocidad de vértigo hasta el lugar y la hora en la cual terminaría acurrucado en un nicho del montón. Se sintió seco, muy seco.

martes, 21 de julio de 2009

DE VUELTA AL PARAÍSO

Yo no tengo culpa alguna de que la verdad me escogiera para revelarse. Eso que quede claro. De hecho, antes de la transformación, permanecía abrazado a mis cientos veinte kilos de humanidad y el tiempo que se acercaba a mis inmediaciones parecía un tiempo inmune al tiempo, como si no avanzara ni pa’tras ni pa’lante. Eran buenos tiempos estos de la inmovilidad, en los que vivía temeroso del trueno y de la lluvia, y me pasaba las horas diciendo eso de que parece que quiere escampar. Pero después del milagro las cosas cambiaron. Enemigo de mí mismo las más de las veces, clavé mis ojos en mí y me seguí, con el resultado de que mis ojos se quedaron por siempre ocultos tras una cortina de lágrimas. En los despertares, al cobijo del árbol del bien y del mal, la catarata de niebla transformaba el mundo ante mis ojos cada vez más cansados y enrojecidos. Y así una y otra vez todas las mañanas. A veces lograba descansar y entonces soñaba con parterres de ensueño donde viven aquellos que vivían y morían, los mismos que no encontraban forma humana de comer sin trabajar, y donde se ubicaba, gozo sobre gozo, todo aquello que dicen se necesita para ser feliz. Tonterías. Al despertar, y como no podía ser de otra forma, aún se notaba las marcas de la cadena que durante tantos y tantos años llevé al cuello, de forma tal que algunos días sentía una súbita nostalgia de hozar y gruñir por los rincones como buena alimaña que fui, sujeto al tiempo y a las enfermedades. La vuelta al paraíso, créanme, fue terrible.

lunes, 20 de julio de 2009

ENTRE ÉL Y YO

Ininterrumpidas hordas líquidas llamaban consecutivas a las puertas de su lagrimal, sin que desde los altozanos de ninguna inteligencia conocida se pudiese vislumbrar fin posible a todos los nubarrones que se cernían sobre un alma, la suya, en permanente estado de abatimiento. El tono general de su figura venía a representar la existencia de un personaje extraño e inquietante, equidistante entre el vacío y la tontería permanente. A pesar de la que imagino estaba cayendo de puertas a dentro, sus facciones no exteriorizaban mutación alguna. Nada pasaba, pues, a decir de sus gestos, y de pasar algo, cualquiera que tuviera tiempo y ganas lo que podría observar, no sin asombro, en los recovecos de su rostro, era cierto alborozo ubicado justo en ese espacio comprendido entre los párpados inferiores y las mejillas. Este rasgo íntimo de su personalidad, apenas perceptible entre diario, sólo emergía con claridad a la luz pública cuando su corazón, vestido de domingo, era presa de sentimientos encontrados y profundos, y balanceaba con insistente parsimonia su silla de ruedas en el porche de la casa principal. No sé por qué, mientras le miraba pensaba en que mira tú por donde, a la chita callando, se lo había montado más que bien, lo suficiente para no llamar la atención e ir desplazando poco a poco su gordo culo hasta posarlo en una parte del globo en la que, a la calidez y la humedad del clima, había que sumar unos insectos insufribles y un languidez general donde quedaba perfectamente camuflada su trabajosa inactividad. Ante la imposibilidad de desearle éxito alguno en su tarea, debido a la imposibilidad misma de imaginar la tarea en si, no cabía otra que mostrar en su presencia una respetuosa lejanía. Entre él y yo, así quedaron las cosas.

POSESIONES

Las piedras y las hierbas que poseo en absoluto proceden de virtud alguna. Fueron las palabras de siempre las que, allá por el rumbo de la Fuente de San Pedro, me dieron a entender que era preciso poseer tales y tales cosas. No sé como, pero el caso es que conseguí tener los brillantes ojos de un borracho bajo la mortecina luz de una barra, y unas monedas que no olían a nada más que a fracaso. Me beneficie también del negro agujero de la noche, un bucho oscuro que se hacía más agujero y más negro conforme avanzaba en su conocimiento, del mismo modo que llegué a poseer todas y cada una de las estrellas que mis ojos llegaron a contar. Tomé posesión también de carnes orgullosas y de unos aullidos macerados, nada fáciles de escuchar, que eran emitidos por esas mismas carnes. Logré captar la imagen, triste como una boda, de un sofá en tierra de nadie, y me pertenecen por entero todas las preguntas que no escuché, así como todos los precipicios a los que irremediablemente debí haberme precipitado y no lo hice. Son míos también los barrancos en los que, ésta vez sí, me despeñé, y los sueños que lloré, con especial mención a aquellos en los que al despertar seguía llorando. Todas las razones que me achicaron el alma son mías y nada más que mías, como también son míos aquellos lugares en los que, sin ser de mi propiedad, viví y trabajé, consiguiendo hacerlos míos de alguna forma. Las máscaras que me ayudaron a llegar allí donde en cada caso y en cada tiempo parecía necesario llegar, y la pura abstracción de lo que me queda por poseer…todo eso también forma parte de aquello que he dado en llamar el baúl de mis posesiones.

domingo, 19 de julio de 2009

ELÁSTICA

Su vida, incompleta como todas, configuraba una especie de pieza sin título: una suma de fragmentos catárticos e improvisados que, a la postre, dio como resultado algo de una belleza fuera de lo común. Las raíces estéticas de su elasticidad, porque ella siempre fue una niña muy elástica, nacían de una búsqueda constante en las almas de aquellos que la rodeaban, y del descubrimiento de sus interiores desolados, todo lo cual la convirtió en víctima propicia de ciertas obsesiones propias y ajenas. La conmoción que producía cada uno de sus movimientos resultaba fiel reflejo de su capacidad innata para sentir, don éste que compartido en el día a día resultaba asombroso y, en ciertos momentos, delirante. Ágil y sutil a un tiempo, era capaz de laminar la lluvia y de descender a los infiernos para revisitarlos por decimonovena vez, volviendo al mundo de los vivos con una sonrisa entre los labios. Nada más conocerla me amortajé a su cuerpo e inicié así un hermoso viaje lírico que me ha transformado la vida. Aún sigo en ello. Se lo tengo dicho: el día que muera me pondré el tutú y morderé todos los micrófonos que se encuentren al alcance de mi boca para gritar su nombre como se merece. Sobre la tierra húmeda esparciré, uno a uno, los siete pecados, e inundaré el mundo en un mar de flores rojas. Bailaré para ella, que no tenga la menor duda, cuando llegue al matadero.

sábado, 18 de julio de 2009

ENTERRADO EN EL MAR

Enterrado en el mar desde muy pequeño, razonaba las cosas de una forma sencilla y demoledora. Requería, eso sí, de silencio para entender y para hacerse entender, de forma tal que, ante la ausencia reiterada del tal silencio, rara vez llegó a entender nada y mucho menos logró que nadie entendiera nada en aquellas escasas veces en las que intentó decir algo. Políticamente inútil, solía colocar la ética por encima de la ideología, no veía contradicción alguna entre aquellos que pretendían cambiar la vida y aquellos otros que lo que pretendían era cambiar el mundo, y tenía por costumbre crear nutritivas verdades a base de hilar prodigiosas mentiras. Solía decir que disponía de un método infalible para burlarse de la muerte, consistente en reivindicar la vida hablando una y otra vez, como si de un tertuliano al uso se tratara, de aquello que nunca verá y de lo que nada sabe. Un buen día se vistió de tierra y escuchó a modo de canto una leyenda que hablaba de noches moribundas y de sangre, mucha sangre, que al parecer se beberán unos lobos sedientos. Pasó miedo. Desvalido y concupiscente a extremos inimaginables, al final de sus días se dejó llevar mansamente por unas cenizas huracanadas a la que llaman polvo de estrellas.

jueves, 16 de julio de 2009

MUTANS MUTANDIS

La señal parecía dada: los pájaros se ocultaban para morir y los perros enloquecían silenciosos, medio carcomidos por los latigazos del sol en aquella playa de guijarros somnolientos. Allí mismo se enjugó el sudor de la frente con el reverso de su mano y acto seguido pasó a convertirse en un animal puro, puro y no tan duro como quisiera, en un mamífero bípedo antaño racional, que bailaba por dinero, como bailaba el can, y hasta por pan si se lo dan y el hambre apremia. Si diésemos por cierta esa sentencia de Petronio según la cual la elegancia es la última esperanza de los pobres, ese pobre animal que tenía frente a mí pareciera que hubiese perdido hace ya tiempo toda posible esperanza. Ruido sobre ruido, sentí su vida desmenuzarse ante mí y girar como rueda que gira cada vez más lentamente en la molienda de los días y las noches, todo inestable, todo fugaz, hasta que logró acomodar su instinto al mundo como nuevo centro de gravedad. El sueño, cualquier sueño, resultaba perturbador. La mutación duró apenas un rato y lo cierto es que el inventó no prosperó, pero su esfuerzo transformador, su capacidad de cambio e innovación, ahí quedó para siempre como ejemplo de generaciones futuras.

miércoles, 15 de julio de 2009

LA VISITA

Las verjas cubiertas de madreselvas cercaban un pedacito de mundo realmente acogedor y paradisíaco, un lugar cuya arrebatadora delicia producía en mi acompañante auténticos milagros en su disposición de ánimo. Pareciera como si su organismo generara extrañas endorfinas en forma de bondad inusual. Más tonta que un tal Abundio, que vendió el coche para comprar la gasolina, y ajena por completo a los placeres o penas que causaban sus actos, la baronesa de impronunciable nombre se regodeaba en el ejercicio de su avieso humor y, por qué no decirlo, en la práctica de la única tarea conocida a la que se dedicaba con ciertos visos de constancia desde que tuvo uso de razón: el exquisito goce de la simplicidad en el gusto. Insustancial y glacial todo a un tiempo, sus indiscretos atavíos y sus amanerados gestos huían de la llaneza en el trato como la fiebre de la penicilina. Su vida declinaba, no así su dinero, entre lánguidas conversaciones, y hallándose sin duda en las postrimerías de una existencia aparentemente plena, no hacía ascos a comentarios de dudoso gusto cuando no directamente groseros. Durante la visita, sucedió en más de una ocasión que el cúmulo de chanzas y atavíos indiscretos y graciosos lograron lo que parecía imposible: subir los colores de un rostro oculto bajo kilos de maquillaje. Afortunadamente, no hay mal que cien años dure y la velada de alto copete tocó a su fin. Entre risas absurdas e impertinencias indignas de tanta alcurnia, tuvieron lugar los litúrgicos gestos de la despedida, que remataban en fríos adioses y forzados apretones de manos. En fin, la visita terminó como empezó: en medio de una naturaleza domesticada pero hermosa.

martes, 14 de julio de 2009

LA MANZANA

En mi interior las palabras navegaban sueltas e inconscientes, procurándome con sus graciosos movimientos tales roturas por la zona de los intestinos neuronales, que pareciera como si algún energúmeno me estuviera rajando por dentro. Al amanecer, los parches de morfina aún suponían un cierto alivio, pero conforme avanzaba el día me veía envuelto en una especie de nube de polvo y corcho en forma de sopor, por donde poco a poco iban encontrando carne las agujas del dolor. Bien entrada la tarde toda pantomima se hizo añicos y me puse a llorar, con el agravante de que aquello no terminó allí: esa misma noche conocí al diablo y, utópico como soy, me dispuse a jugar con él. Cuando me dijo que no, que no tenía tiempo que perder y que no estaba para tonterías, el poco alma que me quedaba se me cayó a los pies hecha una bayeta, de forma tal que en ese instante creo que no me hubiera importado morir. En el siguiente ya no, y en el anterior tampoco, pero en ese, precisamente en ese instante en el que me dijo que no, creo que todo llegó a importante una mierda, todo mierda y nada más que mierda. No tengo dinero para invertir en improductivos rencores, así que no le guardo ningún odio. A ver, terminemos con algo bonito que luego me acusan de patetismo innecesario... Pensemos… A ver, lo más agradable que me ha ocurrido durante el día… Sí: el contacto de los dientes con el metálico frío de la manzana recién sacada de la nevera: un lujo y una necesidad, todo a un tiempo. Si al menos pudiera volver a dormir.

lunes, 13 de julio de 2009

HORCOS

En su cabeza, una especie de cueva en cuyo centro albergaba un pozo frío y profundo, lo viejo aparecía mezclado con lo nuevo y su odio se había convertido en una implacable máquina de recordar. Nunca llegó a aparecer aquello que debió despertarlo de la pesadilla de hoy, algo así como un ladrido, el camión de la basura, o la propia voz de la hierba en diálogo con la tela del pantalón, razón por la cual los hechos se sucedieron sin nada ni nadie que pudiera poner fin a aquel sufrimiento. El sueño, pues, siguió su curso, y se vio así mismo, sin comerlo ni beberlo, metiendo un cordón umbilical en una maleta de hidrógeno líquido. Sus ojos, sus gestos todos, perturbados por la continua sucesión de imágenes nocturnas, traslucían cansancio. Él, que en el hábitat de la consciencia se posicionaba en las antípodas de la misantropía, con un humor tétrico que no manifestaba otra cosa que amor por los de su especie, en la orilla del subconsciente, empero, parecía obligado a representar otro personaje bien distinto: sus cejas arqueadas proyectaban sobre su alma la mayor de las sombras, y los demonios que habitaban dentro, como los Horcos, se multiplicaban hasta el punto de convertirse en legiones capaces de aniquilar la luz. Oculto tras los helechos del miedo, se frotaba los ojos con agua y vinagre sólo para no dormir y poder continuar así su combate con las sombras. De procedencia incierta, un dulzón aroma a canela impregnaba el aire cuando el sonido de un despertador salvífico le hizo caer en la cuenta de unas sábanas y de una estancia en cuya certidumbre encontró el oxígeno necesario para respirar en paz.

domingo, 12 de julio de 2009

GILIPOLLEZ

En el ínterin de su propia existencia, es decir, en el tiempo que dura el desempeño interino de una vida, e indiferente del todo a los sutiles matices que pretenden llamar la atención, pongamos por caso, entre la estima y el amor, su impenetrable calma, su extraña espiritualidad, me resultaba por entero incomprensible. Se nutría de su propia realidad como el remedio más sencillo de ir adquiriendo vida propia a marchas forzadas, aún a riesgo de coquetear con la vulgaridad y la aflicción día si y día también. Para conjurar este peligro, hacía gala de un impresionante catálogo de cautivadoras maneras y de un tono de voz tan frío, tan sin alma, que generaba en sus interlocutores, sin que éstos notaran nada, respuestas semiautomáticas de serena cortesía. Su espíritu, proclive a la melancolía, era capaz de remover los entresijos del alma llegando a producir en su interior una especie de útil comunión entre el sentir y el pensar. En su longevidad, y aún a pesar del modo imperfecto con el que articulaba las palabras, llegó a pensar, y por lo tanto a sentir, que la felicidad era aquel estado vital en el que el ser en cuestión espera la llegada de la felicidad sin saber que ya disfruta de ella. En otras palabras, su mente asociaba instintivamente felicidad con gilipollez, generándose en su cortex cerebral, cada vez que escuchaba pronunciar a su alrededor algunas de esas dos palabras, una conmoción de la inteligencia seguida de un bloqueo terrible, del que tardaba meses en recuperarse.

sábado, 11 de julio de 2009

EL NUEVO DORADO

Desde su trinchera de música, libros y películas, y sobre la mesa que más le gusta, baraja el poeta sus cartas de corazón de tinta en busca de la palabra que le conduzca a la invisible sima del último poema. Para ello, remueve y vuelve a remover una y otra vez la apabullante colección de malas noticias convencido de que allí encontrará aquello que busca (nuevas energías sonoras, los límites de una proyección, el amanecer de unos ojos azules repletos de asombro), pero su peculiar ética del dolor le incapacita para seleccionar la linterna roja que necesita para ver allí donde la luz ciega. A la espera de un encuentro consigo mismo, decide mirar ahora en los confines del paraíso inhabitado, y lo que encuentra tiene interés pero tampoco le sirve: un ladrón de sombreros se devana los sesos intentando encontrar algún modo de reconstruir los sueños. Descartado el dolor y los sueños, no queda otra que echar un vistazo al exterior, allí donde menos es más y allí, también, donde la resistente dignidad del ser humano se convierte en un fetiche al que algunos llaman utopía. Pero del exterior vuelve como se fue: derrotado y con las manos vacías. Hablando consigo mismo, y por decir algo, le viene a decir a quien le acompaña que mañana no será lo que dios quiera, y que encontrar la caja de los deseos, ese nuevo dorado repleto de palabras inesperadas y hermosas, va a resultar más trabajoso de lo que parecía.

viernes, 10 de julio de 2009

INDISTINTOS

Mi instinto me decía que debía permanecer al lado de esa mujer, cosa que hice con gusto y constancia, y todo ello a pesar de que no tenía vida ni especie que conservar guiándome de tal acción instintiva, y a pesar también de que, para colmo de males, mi instinto no suele dar una a derechas. Sin ir más lejos, y respecto a esa misma mujer, mi instinto me decía que sus labios fucsia serían míos aquella misma noche, y aún estoy esperando. Mi instinto me permite valorar más bien pocas cosas, y por más que me instigo y sugestiono, resulta del todo indistinto el instinto que utilice porque no hay forma humana de que acierte lo que se dice por instinto. Los entendidos opinan, supongo que instintivamente, que siempre hay más de un motivo, y no digo yo que no, pero lo cierto es que como causa que explicara tanto desatino sólo recuerdo éste: los sueños se fueron alimentando de rumores, de forma tal que nadie se extrañaba si, con el tiempo y una caña, ese río rumoroso acaba convertido en canción que a su vez acababa confundiendo deseos por realidades en las entendederas del propio instinto. Hundido con mansedumbre en el silencio de la noche, llegué a interpretar la aparición de cada instinto como una señal fatal. Habitan en las tripas, y no me refiero sólo al instinto maternal si no a todos, incluidos el animal, el asesino, el básico y el de supervivencia, y sabiendo donde moran queda dicho todo.

jueves, 9 de julio de 2009

PÚBLICO

Justo es, que no me reconozcas. Las manadas de mares primero, y las bandadas de palomitas después, organizadas unas y otras en tropeles de torbellinos devoradores, han transformado mi bajo vientre hasta convertirlo en algo ciertamente irreconocible. Y fue precisamente para festejar esta debacle que ordené a la orquesta de guerreros sin dios la ejecución de un hermoso réquiem, cosa que hice sin otro objetivo que conseguir ver a mi carne difunta bailando al son que marcan los tiempos. Después bajé de la estatua, até el caballo a la verja, y arengué al público de la plaza, ese mismo público al que tanto debo y del que tanta gloria esperaba conseguir. Tengo para mí que el público en su mayoría no entendió nada, pero que mis palabras enternecieron a los más débiles de corazón y logró sobrecoger, sin duda, el sebáceo aire de la tarde. La estrafalaria gloria de la que disfrute, que resultó ser tan efímera como tantas, me permitió al menos insuflar en los ventrículos del alma cierto aire que vivificó secretos tules ya casi olvidados. El jurado del público, amable como siempre, me hizo entrega de una concha, dijo haber escogido al mejor, y ordenó de inmediato mi sumaria ejecución. Justo es, pues, que no me reconozcas, ya que jamás esperé que pudiera obtener tanto y tan merecido reconocimiento de un público tan atento y entregado.

miércoles, 8 de julio de 2009

EL COJÍN

Aquel cojín olía enteramente a mí, es decir, olía a ondulada promesa de infierno, a pesadilla caliente y recta, a rompecabezas en penumbra, a gambón dormido y llevado por la corriente, a enajenación quebrada, a luz callada y seca, a anhelo atorrante…Las sensaciones eran demasiados fuertes y tuve que soltar con pánico el almohadón, pero la tentación de volver a reconocer en ese trapo buena parte de mis esencias pudo más que la prudencia, así que al cabo de un rato sumergí de nuevo mi nariz en él, y olí a fruslerías, a ojos vulnerables, a plegamientos secretos y defensivos, a cielos cargados de lloros y cantos mezclados e indistintos, a artista pretencioso capaz de enlatar su propia mierda y venderla en porciones, a encefalogramas más o menos planos. Olí por último a miedo, y esta vez sí, lo solté en banda.

martes, 7 de julio de 2009

MIGUELÓN

Arrastraba su dolor por entre los arbustos de la serranía, y pensaba que, asada así, la carne tenía un cierto regusto a rancio matadero de provincias, con el agravante de que al salir de la cueva el testarudo hedor continuaría erre que erre acompañándole allí donde se le antojara ir. Pero de la carne mejor ni hablar, ya que incluso sus huellas, que aquella tarde quedaron impresas sobre la arcilla fresca, se perdieron para siempre. Ni rastro quedó tampoco del resplandor de tantos y tantos ojos que se iluminaban como antorchas ante los rugidos del fabuloso bestiario que le rodeaba. Los silenciosos alfabetos, el rastro del óxido de hierro con el que logró dejar constancia mágica de su mano sobre la pared, la angustia, la soledad y el fracaso de tantos y tantos días, los rituales de pavor…nada de eso quedarían ochocientos mil años después. Toda síntesis de sus ágiles movimientos sobre los animales despeñados en la gruta, el desgarro de las anatomías dominadas, la oscura materia en la que se sustanciaba la vida repleta de irresolubles misterios,…de todo eso nada quedó. Sólo el cráneo, unos dientes bien conservados, y la constancia empírica de un dolor de muelas que hizo época y que explica, sin duda, la familiaridad que sentía al mirar aquella calavera.

lunes, 6 de julio de 2009

LA MUJER QUE DESCONOCÍ

La mujer que desconocí vivía en un ático con jardín. Tenía por costumbre desayunarse con dolorosas obsesiones conformadas a base de hojas de sol y sombra, y le gustaba sobremanera verse viéndote, es decir, mirarse en los ojos de quien la miraba. Gazmoña en las tardes de otoño, repleta de venturosa soledad en los largos inviernos, pensaba que el mundo, al contrario que los hombres, no necesitaba de redención alguna. Su gran fortaleza, a mi entender, residía en la capacidad que mostraba para dudar metódicamente de casi todo. Por añadidura, la mujer que desconocí parecía tener un don especial para oler la muerte horas antes de que hiciera acto de presencia, y solía decir a quien quisiera escucharla que el pensamiento no tenía fin alguno, y de tenerlo ese no era, desde luego, el de la certidumbre. A veces actuaba movida por fuerzas que parecían no tener nombre, resultando, quizás por ello mismo, tan misteriosas como ella misma. La mujer que desconocí viajaba mucho de cabeza, y así, la vida se le iba en cotidianos de polvo, viento y bueyes. Definitivamente, la mujer que desconocí no tenía buena opinión de ciertas prácticas políticas. Declaraba a unos incapaces de dar a luz esperanza alguna, y de los otros decía que parecían tener una capacidad innata para traicionar esa misma esperanza. Resumió los círculos viciosos que percibía en los asuntos públicos en una frase lapidaria que hizo fortuna entre sus allegados: el aire, decía, está lleno de mentiras. La mujer que desconocí no tenía buena opinión de la mentira.

domingo, 5 de julio de 2009

LA DUCHA

De cuerpo frágil y silencioso, su propensión al asombro se compadecía bien con el escaso interés que mostraba por todo aquello relacionado con la verdad, adoptara la tal verdad la forma que en cada caso tuviera a bien tomar. No obstante lo anterior, tenía momentos de debilidad. Hoy mismo, sin ir más lejos, llegó a pensar que a la lumbre del amor el invierno es menos invierno y toda fatalidad se torna más llevadera. Y pensó más. Pensó que esto acontece así y no de otra manera porque, aunque estemos abocados a la más radical de las soledades, las aguas sólo se espejan en los ojos del otro y es en ellos donde los seres que aman pueden llegar a conocer cierta sensación de plenitud. La necesidad de verdad se tornó cuasi locura cuando su pensamiento dio una vuelta de tuerca más, la tercera, a su débil razonamiento: a veces, pensó, esta sensación se hace tan clara que te entran ganas de bajar a las entrañas de la tierra abrazado a ese cuerpo que te mira. Abrumado, se metió en la ducha y abrió el grifo del agua fría mientras cerraba sobre sí las cortinillas del miedo.

sábado, 4 de julio de 2009

EL JUICIO

Estaba tan hartito de tantísima confusión, que se prometió a sí mismo, en cuanto tuviera un rato, separar la luz de las tinieblas. Pero antes tenía que terminar de descubrir la ligazón entre la avaricia, la lujuria y la muerte. Y la tarea no era fácil. Aún resonaba en su cabeza lo que de caduco descubría en todas las cosas. En medio de un bosque de odios, el lado oscuro de su ser pareciera no poder superar una cierta tendencia a recrearse en esa sucesión de traiciones, desdichas y toros embolados a la que llamamos mundo. Sea como fuere, no parecía oportuno morir dos veces, y por eso se extrañó cuando muy de mañana bajó a la playa y escuchó los ecos de los ahogados diciendo lo que ya sabía: que más allá no había nada, nada de nada, y que antes de la nada sería juzgado. Un buen día Thoth pesó su corazón en la balanza y ordenó al escriba anotar su peso. En eso consistió el juicio. Ni declaraciones, ni abogados, ni pruebas, ni asomo de reflexión por parte alguna. A la postre, todo se redujo a pura matemática.

viernes, 3 de julio de 2009

EL DILUVIO

Era un hombre tan resentido que al nacer no dijo ni pío, inmediatamente después tampoco, y sólo pasados muchos años, cuando nadie lo esperaba, soltó de golpe todas las lágrimas que con parsimonia y tenacidad había ido guardando desde entonces. El diluvio tuvo lugar un decembrino mes de un año anodino y gris en el que el tiempo se mezcló de forma especialmente sosa con el polvo del olvido. Además de resentido, el hombre de esta historia resultó ser un hombre tan guardián de su soledad que nunca se supo si fue él quien regresó al llanto o el llanto el que tuvo que aproximarse a las inmediaciones de nuestro personaje. Sea como fuere, el caso es que encontrarse y rejuvenecer fue una y la misma cosa. Olvidado del polvo, del tiempo y de todo, joven al fin gracias a la explosión de llanto que se prolongó durante meses, pudo expulsar todo lo que en él había de mortal y como todos los artistas –al final no le quedó otra-, fundó su propia realidad.

jueves, 2 de julio de 2009

DIVINO ANIMAL

Un manojo de espadas púrpuras habitaban dentro del enjambre de carnes que conformaban su ser. Iban y venían los aceros retorciéndose al son de los acontecimientos e impidiendo así, con la cadencia de su vaivén, que cicatrizaran las viejas y no tan viejas heridas del alma. Falto de sustento, la vida se apagaba en melancólica inquietud, como una vela venida a menos. Soñó con ser sólo cosa, lágrima coagulada deambulando entre los amplios ropajes del miedo. Soñó también con una ola que se mostraba desnuda ante un mundo repleto de enigmas. Tuvo ensueños de eucaliptos y pinos, nostalgia del porvenir y de las cosas que han pasado. Sogas umbilicales, caracoles voladores y plantas bebedoras de leche, cualquier cosa, juró por lo más sagrado que daría cualquier cosa, con tal de sentirse necesitado. Soñó que los ojos de uno, sus ojos, se anclaban en los ojos de otro, que resultaron ser unos ojos indescifrables y desconocidos. Ya despierto pensó que el divino animal que somos reclamaba del mundo algo que no fuera la revelación de una renuncia más. No más renuncias, se dijo, y volvió a escribir: tiempo de mi tiempo, palabra sin principio ni fin.

miércoles, 1 de julio de 2009

NOSTRADAMUS

Con paso lento de hospital, extremadamente paciente, iba dejando tras de sí el inmenso desamparo que le proporcionaba su propia ausencia, y algo debía haber de cierto en todo eso, o tal vez fuera coincidencia, el caso es que con otro paso, esta vez con el paso de los días, la sonrisa fantasmal de sus labios adivinados y orondos resultaba cada vez más triste y apagada, al punto que una tarde tonta dobló las rodillas y como un pájaro herido cayó a los pies de la enfermera. La impostura propia de la carne desmemoriada y muerta se hizo a todas luces evidente, incluso para un tipo como él, muy dado a confundir la confusión con la locura y la locura con la muerte. Pero esto no era ni locura ni broma, y si lo era, la mascarada estaba realmente bien hecha y servía para encubrir algo muy serio. Siempre quiso ser profeta de algo, y la verdad es que no hubo forma. A falta de profecías dignas de un nuevo Nostradamus, se las apañó como pudo para vivir de los recuerdos infernales que le llegaban con profusión a través de sus ojos permanentes aguados y derretidos. Como me recordaba con asiduidad, él no pensaba, veía. Hacía tiempo ya que no escribía lo que veía, y como la enfermedad le impedía pensar en todos los libros que había leído, optó por pensar en todos aquellos libros que le quedaban por leer, obteniendo por ambas vías el mismo resultado: espacios de sombras en blanco que hablaban y hablaban de lo desconocido. Sólo el sueño, por liviano que fuera, le procuraba alguna paz. Por la mañana me había hablado de ríos de hojas y nubes. También de ríos de tierra. Todos eran ríos secos. Me habló también de sueños fracasados y de ingentes esfuerzos por soñar que resultaron baldíos. Quería soñar, decía, pero se lo impedían los pelos del culo, grumosos y sucios de pura mierda. Se veía a sí mismo cada vez más tentado a sumergirse en la barbarie del silencio. Hasta que, sin darse cuenta, lo logró.