domingo, 30 de agosto de 2009

CERRADO POR DESCANSO DEL PERSONAL

Durante una temporada voy a dejar de colgarme todos los días. El gusto de tener la historia enroscada al cuello y el véritigo de sentir la nada bajo los pies de cada tecla va a dar paso al silencio terapéutico. Luego ya veremos.

sábado, 29 de agosto de 2009

EL BORRACHÍN

El tiempo empezó a tomar conciencia de mi existencia desde el primer día que nos conocimos. De eso no tengo duda. En esas estaba mi pensamiento cuando se me acercó aquel personaje con aspecto de borrachín al que vi salir de una nube de cartones desde los soportales que hay enfrente del cine Morasol, en Prosperidad. Cuando llegó a mí, y antes de que dijera nada, le mentí. Lo siento, le dije, no tengo dinero. El tipo miró al suelo, luego levantó sus vidriosos ojos del suelo y los volvió a bajar, y luego los volvió a subir y ya con los ojos subidos en este segundo intento me dijo que era un alcohólico de mierda y que sólo quería un abrazo. Miré alrededor por si era una broma, una cámara oculta o cosas de estas, pero a aquellas horas allí no parecía haber nadie. Le di un abrazo como creo que no se lo habían dado en su puta vida. Yo abracé al menos como no creo haber abrazado nunca. Los dos lloramos. El se quedó, y yo me fui.

viernes, 28 de agosto de 2009

SECUESTRO

En aquel sombrío amanecer, los sollozos en la tienda de campaña ahogaron una vez más una voz incapaz de permanecer por más tiempo en la agonía silenciosa a la que estaba condenada de por vida. Por un momento llegó a pensar que, como en otras ocasiones, unas gotas de esencia de lavanda serían suficientes para devolverla a cierto estado de normalidad. Pero está vez no. Su desconsuelo era inmenso. Tantos años de sufrir los insultos sin intentar siquiera devolver parte de la mortificación a la que era sometida habían llevado a su fin. Pensaba en sus hijas. Qué sería de sus hijas, que no sólo eran sus hijas si no también las hijas de la violación y sobre todo hijas de él. En el paroxismo de la ansiedad, y no sin cierto embeleso, cruzó el umbral de la Comisaría del distrito 30, no sin antes girar la cabeza hacía tras y posar su mirada por un instante en el añoso tejo de un jardín cercano. Cuando contó al oficial de guardia que venía a denunciar los veintidós años de secuestro, violaciones, esclavitud y maltrato continuado se tranquilizó. Con el transcurrir de los días, su invariable amabilidad era causa de asombro.

jueves, 27 de agosto de 2009

ERA DE VER

Era de ver aquella cáustica saliva creadora de pozos y de palabras, de igual forma que resultaba admirable aquel compadre capaz de perdonar las burradas de su rucio, pero no así su tristeza. La amarillura de los túmulos en el atardecer era de ver también, así como la terquedad incisiva de hombres y máquinas abriendo y taponando socavones en los vientres bajos de la ciudad. La parte en lucha contra el todo era sin duda otra cuestión digna de ser vista, no menos por cierto que el espectáculo de aquel hombre al que se podía ver muy a menudo hablando consigo de él sin que se pudieran poner de acuerdo. El poema recitado por aquella piedra, era de ver, como los huecos abiertos por los rayos de luna en la cabeza, el pecho y la garganta de aquel buen hombre, como resultado de lo cual le vino a la cabeza el pecho, el pecho a la garganta y la garganta se quedó en el aire como hecha espuma. Y la cabra de mí, esa que fue cordero tuyo, llanto de carne al fin, también era de ver.

miércoles, 26 de agosto de 2009

EN CAÍDA LIBRE

Violento, poderoso y conminatorio, el péndulo del tiempo se disponía a alejar de mí las tristes noches de la ciudad. En esas estaba cuando giré la cabeza y miré como sin querer en el espejo de unos grandes almacenes, pudiendo distinguir de entre los cúmulos de sombras lo que resultó ser mi vencida figura. Pero de pocas cosas podía estar seguro aquella noche. Mis miradas, aún a pesar de que estaban ejecutadas correctamente desde un punto de vista técnico, y de que en ciertos aspectos incluso podría decirse que resultaban aguadas y cristalinas, lo cierto es que el líquido elemento que las servía de refrigerio estaba repleto de sal, la misma que me sube la tensión, y de tequila, que me bajaba todo aquello que no era la tensión, y de limón también, que de todo tenían aquellos ojos míos mientras me miraban, y que en mi paladar parecía menos agrio que la vida. Me senté en el suelo apoyado nuca y espalda sobre una farola, al parecer muy del gusto de los mamíferos miadores nocturnos, y pensé en la forma más hermosa e inteligente que existe. A renglón seguido me hice un ovillo y pensé en la bella eficiencia de una gota de agua en caída libre.

lunes, 24 de agosto de 2009

CORDURA

Rara vez vienes a mí, supongo que por la misma razón que rara vez los gorriones anidan en los árboles muertos. Y luego dicen que me ocurren cosas. Ver de cerca la cara que pone el vacío cuando le sorprendo con mi mirada. Verle despintado, ojeroso, sin peinar, con el cutis mustio y cansado…Oír el cuchicheo constante de las bombonas de butano que descansan en los balcones y que se dedican a malgastar su tiempo poniendo como trapos a todo el que pasa…Observar los rostros de gente con los que te cruzas por la calle y que dos horas después bien podrían ser tus asesinos… Escuchar las trompetas de Jericó y el ulular de las ambulancias sin por ello dejar de oír rumrum de las bombonas, ver la cara del vacío y observar los rostros de potenciales asesinos… Recuerdo que antaño, y por contraposición al nebuloso océano de lo real, eran tus ojos, la diminuta claridad de tus ojos, la que roía los secretos del invierno marino hasta lograr aclarar cualquier sospecha de negritud en las aguas. Hoy, empero, lo único que parece claro es la sospecha: las estructuras que conforman el fuselaje de la cordura no siempre están bien calculadas.

domingo, 23 de agosto de 2009

VOY A SER BUENO

Llegó un hombre y dijo: sé que lo que llega llega, y eso es todo. Bueno, eso no es todo. También dijo que se aburría mucho, y después de decir que se aburría mucho dijo que no había conocido a nadie que se aburriera tanto como el se aburría, dicho lo cual el hombre calló. Una vez en silencio pensó en los animales. Pensó concretamente en dedicar las energías que le quedaban en crear una raza superior de burros capaces de sobrevivir junto con las cucarachas a la hecatombe nuclear, y pensó también en los animales que, como él, lloran cuando son abandonados. Pero no. Por ahí no voy a seguir. Aún a pesar de que la tarde es calurosa y las noticias malas, prometo ser bueno y no entristecerles en exceso. Además, lo que pensaba el hombre mientras estaba callado es una cosa que nunca se sabrá y todo lo que se diga al respecto no son más que puras conjeturas. Probablemente ya no se acuerde ni él. Después de callarse durante un buen rato, rato en el cual no se movió de su sitio, el hombre, entre deslumbrado e irritado todo a un mismo tiempo, dijo lo siguiente: la fiesta terminó, y eso es todo. Con el y eso es todo como muletilla casi permanente, al hombre se le notaba un cierto afán por concluir algo que no sabía o podía dar por terminado. En esta ocasión tampoco pudo ser ya que a renglón seguido del y eso todo dijo que no, que no era todo, que además de lo dicho tenía que decir que una vez que la fiesta terminó el lamento del amante se hizo patente y que a partir de mañana quitaría la postal que tenía pegada sobre su escritorio. Luego volvió a callar y por la cara que puso casi podría jurar que pensó en el deseo. Claro que viendo el agujero en el costado de su camiseta a pocas personas se le ocurría decir que esa persona está pensando en el deseo. Pues sí, pensaba en el deseo, lo que pasa es que convertido como estaba en un trozo de carne inmóvil, sus deseos poco o nada tenían que ver con la carne. Deseaba poder seguir respirando alritmo que respiran los días, y deseaba también ver a la realidad incendiada por los cuatro costados de una vez por todas. Deseaba también un para-siempre y deseaba sobre todo volver a soñar con aquel lugar en el que desembocan los mares. Aquí me quedo. Prometí ser bueno y lo voy a cumplir.

sábado, 22 de agosto de 2009

ME REFIERO A LA TRISTEZA

Los canarios piaron bajo el sol y llegó un momento en que el lenguaje quedó destruido por el dolor. Cuál truculenta relación pueda existir entre los canarios y el lenguaje, y cuál podría ser la procedencia de tal dolor, son preguntas que yo también me hice en su momento y me sigo haciendo todos los días por lo menos durante cinco minutos. Tangente siempre, evadido por los márgenes, vivía hasta ahora despegado de estos asuntos tan fuera del alcance de mi mano y de mis entendederas. Me bastaba con contemplar la alberca cuajada de canónigos. Eso era suficiente. Para mí y para la ensalada. No es que desconociera de la existencia de otras cosas importantes. Creer en la humanidad y creer en que se tiene un alma son cosas que están bien. Son creencias piadosas que, a falta de dios, pueden ayudar a morir. Pero tengo la sensación de que nunca conoceré la historia completa, y mi instinto me decía que a falta de historia no queda otra que trabajar en la conquista del equilibrio de los sentidos. Excrecencias de azúcar y brezo, pura animalidad, mezcla de olorosa mierda y sangrante sangría. Todo esto me lo decía a mí mismo cruel y sonriente durante los cinco minutos que dedicaba a los canarios, el lenguaje y el dolor. Claro que no siempre podía ocultarla. Me refiero a la tristeza. A veces se me escapaba a través de los ojos como se escapan los muchachos al patio a la hora del recreo. Menos mal que nadie me miraba, porque si no podría haberla visto. Me refiero a la tristeza.

viernes, 21 de agosto de 2009

VIVIR DE PIE

Descansan las salivas y pareciera como si las lágrimas hubieran vuelto al mar de los ojos que las vieron nacer. Pero no es así. Con la palidez propia de las almas moribundas, los muelles anegados la luz oscura, de la mezquindad de la luz oscura, atraen para si las largas caricias de exasperante lentitud. Así funciona el secreto paladar de lo imposible. Te atrae a sus brazos y mueres en ellos. Incluso aquellos que resisten en los baluartes sumergidos donde reposa la sombra azul, añoran el anverso y el reverso de una luz negra que les despierte como un fulgor. Ya está próxima la primavera de piel escamosa mientras los cuerpos contractos se acostumbran a su nueva vida repleta de tenues convicciones. Insólita melancolía la que observo en medio de tanto equilibrio, pero si además tienes la mala suerte de que te pegue un lastimón, entonces no acierto a adivinar cómo podriamos vivir de pie.

jueves, 20 de agosto de 2009

EL ACABOSE

Todo comenzó de esta guisa: una carta cerrada, matasellada y provista de dirección, llegó a sus manos. Nada de lo que extrañarse hasta el momento, dado que tanto el nombre como la dirección eran suyas, y lo lógico es que, con más o menos tardanzas y dificultades en función de los niveles de calidad y eficiencia de los servicios postales de cada país, esa carta terminara finalmente por llegar a sus manos. Y allí estaba. En derredor del patriarca todo era expectación. Cavilosos y callados, los labios del destinatario de la misiva no dijeron ni esta boca es mía, dejando ver en algunos instantes, que todo hay que decirlo en honor a la verdad, ciertos brillos de insana malicia en la comisura de sus labios. Cuando por fin decidió abrir la carta, el alborozo de miradas a su alrededor era palpable. Al fin, pasados unos segundos, procedió. La convincente sinceridad con la que desgarró ese trozo de papel, ese filtro que se interponía entre él y la felicidad de sus seres queridos, era muestra evidente de lo que estaba en juego. Su mujer, y yo creo que todos los que compartíamos aquellos instantes de emoción contenida, nos sentimos conmovidos ante la extrema y triste constatación del extraordinario poder con el que la pasión tiene a bien operar en la vida de los hombres. Cuando por fin sacó el folleto del sobre, los embelesados sentidos de todos los presentes arrasaron por completo la imperturbable serenidad y comedimiento del que habitualmente hacían gala en las veladas más excitantes. Orgulloso, más próximo a la eternidad de lo que había estado nunca, levantó finalmente el vale descuento de hasta el cincuenta por ciento en cualquier establecimiento Burger King y una fantástica silla de playa con bolsa de nevera. Aquello fue el acabose.

miércoles, 19 de agosto de 2009

YEYUNO

Citado estoy con el caracol, y mientras espero su llegada veo crecer el musgo en las palabras y a los salubérrimos signos encallar entre las rocas de puro hocico. Les miro y me digo: qué extraña manera de vivirse, o de estarse vivos, quietamente vivos. Nada les mueve, salvo la hipoteca. Mis rarezas son otras: busco y encuentro con pasmosa facilidad piedras en las que tropezar, y anteojos oscuros que sollocen por mí cuando ya no esté para llorar de cuerpo presente. Dadme de vivir, les digo, y ellos me entregan la bolsa, y me entregan también, a la que huyen, su tristeza apócrifa y fúnebre. Yo todo lo cojo que de todo voy a necesitar en estos tiempos saurios donde retoñan distancias de miedos y relojes. En realidad, nada de esto me importa ya. Hoy me basta con saber que en la segunda porción del intestino, entre el duodeno y el íleon, habita el yeyuno.

martes, 18 de agosto de 2009

LOLA

Atravesar aquel campo de huesos no resultó fácil en modo alguno. Además del inconfundible crujir de las osamentas, las tinieblas hacían su trabajo levantándose a cada paso más amenazantes que el anterior, llenándome el alma de turbios presagios y el pensamiento de oscuros razonamientos cuyos corolarios no me conducían a nada bueno. Era difícil olvidar dónde estaba uno y dónde estaban los muertos. En el cementerio de Jérez de los Caballeros la noche avanzaba y avanzaba, y yo con ella. Era como si la realidad, en aquel espacio perdido, estuviera abombada y tragicómicamente deformada, y como si la cita con Lola en este panteón familiar resultara no más que una broma macabra. Pero allí estaba, y no era la primera vez. La verdad es que cuando la follo sobre la lápida siento el peso de mi cuerpo como si me viera morir. La sensación de vértigo, creo yo, debe resultar muy parecida al de otras muertes. Ni que decir que el descenso es calcado. Cuando la dejé en la puerta de su hostal, la mañana se adueñaba de mí sin aparente dolor.

lunes, 17 de agosto de 2009

ÁMBAR

El ámbar atrapó una burbuja de nada, y aquel lugar me pareció un buen lugar para reposar y estar juntos. Fue allí donde se produjo la cópula primera, el saqueo de las redes rotas, y fue allí también donde me dio su tiempo de salamanquesa y me dijo que era para olvidar. Ni que decir tiene que fui empequeñeciéndome a pasos agigantados, y que me fui extraviando como sólo saben hacerlo las estatuas extraviadas. Ocultos primero en los bajos del tren, e inclusos después en otros ámbares mayores junto con gotas de aire y agua, hongos, semillas, mosquitos, termitas y otros seres y cosas que ahora no recuerdo, no nos percatamos de los roncos temporales y los agrios ruidos que se perciben más allá de nuestra estancia de ámbar azul, allí donde se recogen los manteles del miedo. Me bastaba contemplar la resina vegetal fosilizada de sus ojos sapeli. Más allá de aquella quietud se encontraba el reino de la plástica sordidez, exento como podrán comprender del más mínimo interés.

domingo, 16 de agosto de 2009

EL PREDICADOR

Vivía encaramado en su columna de piedras, en el centro mismo de un mar de arena, sin otra tarea que la de amar a los muertos que pasaban por allá, previo sermón cuya temática variaba con los días y con el estado de ánimo del predicador. Todas las disertaciones tenían, eso si, un núcleo común. Con la gravedad y la gracia propias de un dios, aconsejaba a sus criaturas las enseñanzas clásicas que los antiguos le habían enseñado a él: nunca desprecies a los que sufren, nunca sientas admiración por el poder, y nunca odies a tus enemigos. Pero no todos lo entendían de la misma forma. Por ejemplo, a primera hora de la mañana pasó por allí un caballero de cierta edad que lucía una larga caballera como de heno helado. Este buen señor, vestido todo él de añil, se preparaba para soportar la ausencia de su amada sin saber a ciencia si podría lograrlo, cuando sobrevino lo inevitable. En el momento de tropezar con el hacedor de mensajes iba pensando precisamente en lo inevitable, y en eso siguió pensando mientras el conferenciante le hablaba, razón suficiente ésta que explica por si solo el hecho de que no entendiera nada. Por la tarde apareció por allí una muchacha muerta también, al parecer, de mal de amores, y repleta toda ella de dudas de naturaleza diversas: ¿qué sería del buen dios sin el mundo? ¿qué sería del mundo sin el danzón? Perdidos el amor propio y el ajeno, derrotada por el mundo, sentía fatiga por la vida, y entre el cansancio y que no encontraba forma de salir de su madeja de adivinaciones, el caso es que tampoco entendió mucho de que dijo aquel ser ciertamente extraño que se dirigía a ella en un tono filípico fuera de lugar. Pero claro, quien le iba a decir a ella que la muerte consistía en esto. Afortunadamente, el predicador no cobraba en función de objetivos.

sábado, 15 de agosto de 2009

LA PALABRA Y YO

La palabra y yo. Empujar la palabra hasta la cima para dejarla caer. Y fijaros bien que digo la palabra y no digo la idea, ni digo la cosa. Hablo de empujar la palabra hasta la cima para dejarla caer. Ascender la palabra, enorme e impía, para dejarla caer de nuevo en una sucesión infinita de órdenes implacables. Y vuelta a empezar. Nadie mira al tiempo mientras éste demuda sus escamas de eternidad y yo amaso las palabras con venenos y cebos de mentiras diurnas. En la justa proporción de veneno y mentira. Tiene gracia este castigo. Devorado el subsuelo y olvidados los despojos, queda sólo el morir traslúcido. Y vuelta a empezar. La palabra y yo. Empujar la palabra hasta la cima para dejarla caer.

viernes, 14 de agosto de 2009

LA HUÍDA

Los desgarradores chillidos que salían de aquella boca de alcantarilla elevaban a un plano más allá de lo conjetural la posibilidad cierta de que allá abajo estuviera sucediendo algo. Me acerqué. En realidad sólo quería acercar el oído pero no encontré forma humana de acercar el oído sin acercarme yo, razón por la cual tuve que acercarme todo yo para poder trasladar así el oído a la boca de alcantarilla y poder volver a escuchar, si es lo escuchaba, lo que me parecía haber escuchado. Llegué, escuché, y apenas si pasados un par de segundos mal contados sin que se oyera nada, precisamente cuando me disponía a abandonar aquel lugar extraño con la sensación del deber cumplido, pude escuchar una especie de sonrisa nerviosa, una sonrisa insana y maligna de esas que se producen en momentos cercanos al desvanecimiento. Este entretejido de evidencias compuestas de gritos y sonrisas histéricas, ahondó en mí la idea, no sólo de que allí abajo pasaba algo, si no de que eso que pasaba le estaba pasando a un animal que ríe, razón por la cual deduje que se trataba de un congénere. Esta convicción, hiriente, profunda y hasta diría que turbadora, me hizo pensar en la conveniencia de salir de allí pitando. Mi razonamiento fue el siguiente: si poco o nada podía hacer por nadie en la superficie, a ras de suelo, mis habilidades y destrezas llegarían a valores muy cercanos al cero si tuviera que bajar al mundo subterráneo para hacer lo que tuviera que hacer. Si a lo dicho le sumamos un factor actitudinal, en este caso mi acreditada cobardía, y si a este factor le incorporamos un cuadro clínico penoso -a esas alturas constituía un verdadero milagro el hecho de que mi corazón no hubiera estallado en seiscientos pedazos-, decidí poner lo que se dice pies en polvorosa, en busca de refuerzos. Como siempre ocurre cuando se les necesita, no encontré ninguna autoridad cercana a la dar cuenta de lo ocurrido, tampoco un taxista. Al cabo de un rato, el grato paseo me permitió recobrar un sosiego indecorosamente perdido y volver a la insulsez de mi vida cotidiana rumiando, como era costumbre, mis anodinas penas de mamífero bípedo y superficial.

jueves, 13 de agosto de 2009

TRAS LA SOMBRA DE LA PIEDRA

La invisible trama del fósforo deja mi delantal de esfuerzos ahíto de lamparones. Sin haber batido aún un sólo huevo, la polvareda de lágrimas se esparce por la cocina hasta que la clara al punto de nieve me llega al borde mismo de las rodillas, justo a la confluencia entre el antaño y el hoy. Como esconde el gallo su cantar tras las cercas del sollozo, así procuro yo esconder mi tontería, con desigual resultado en función de los días y de los criterios de evaluación que se utilicen. Siete veces tropecé hoy, siete, en la misma piedra, y en todas ellas caí. Con todo, lo asombroso no son las llagas ni los jadeos, ni siquiera que la ósea columnata de entrometidos huesos se viera afectada de tanta pérdida del equilibrio. Lo verdaderamente asombroso es que después de la última caída me arrastrase al borde de la almohada, al gozne mismo de la inquebrantable unidad de las manos recíprocas, y llegase a imaginar a una ola mientras intentaba disfrazar sus lágrimas tras el requiebro de la espuma. Como pueden comprobar, caído y todo, trataba de imitar los hábitos de un sol curioso que intenta husmear lo que habita tras la sombra de la piedra. Y así no hay forma.

OLVIDO

Hoy madrugué y tuve la sensación de que amaneció más temprano. ¿Será posible? El secreto de la vida no está en los libros y mucho menos en el refranero, sino en la profundidad de los océanos de tiempo. Y claro, cualquiera entiende nada de lo que ocurre allí. Pienso en sus profundidades y pienso que a mi también me hubiera gustado estar en Sorrento aquella noche extrajera y enorme, en medio de la glaciares de arena turbia. Lejos del sol de Sorrento y del vino de Capri, reverbera el sol sobre nuestras cabezas, y es eso lo que me agota, y lo que me hace estar como bebido, como loco que ahora quiere morirse y ahora no. Y todo, el agotamiento, la borrachera y hasta la locura, tiene su origen en un olvido: me fui olvidando a mí mismo y a los amigos, no sé en que orden.

martes, 11 de agosto de 2009

CONFUSIÓN

Imposibilitado como estaba de conocer sin comprender, y ciertamente algo confuso, no por ello se cansaba de explorar en busca de quiméricas posibilidades de sensibilidad y belleza. Se dedicaba a intuir, es decir, viajaba a los escondites de su interior en busca de lo que no sabía ni tenía la posibilidad alguna de saber a ciencia cierta en el tiempo, claro está, que necesitaba saberlo. Dormían las piedras dentro de sí mientras lamía y relamía los huesos de los recuerdo, y era así, de esta forma tan impropia, como abordaba los asuntos relacionados con los problemas del gusto. Aun a pesar de esconder su fragilidad tras de las piedras, el peso de su propia biografía le conducía directamente al encuentro con la tontería o, si lo prefieren de esta otra forma, las más de las veces era el peso de su propia tontería el que le conducía directamente al encuentro con otra tontería, la siguiente a la anterior, aquella que hará el número tal y tal, y que quedara perdida en el mar de tonterías al que cada cual sobrevive como puede. Con mineral indiferencia, entre los intersticios de plomo y luna donde aún es posible leer lo ilegible, sobrevivió. En medio de un teatro construido a modo de esperanza sobre un abismo de signos inquietos, aprendió, tarde pero aprendió, que quien se atreve a cualquier cosa, pocas cuentas tiene que dar.

PÉRDIDAS

Le robaron todo lo que tenía en medio de aquel desfile de miradas en la que el pueblo tenía por costumbre adorar a las bestias. En aquel instante, toda la ternura del universo condensada en una sola caricia le hubiera parecido insuficiente para paliar el terrible sentimiento de pérdida. Para colmo de males, nadie parecía interesado en ayudarle a sacar lo que tenía dentro de sí, que era mucho. Pensaba con la piel, y eso ya le decía su madre que, a la larga, no podía ser bueno. De resultas de pensar con la piel, ocurría que tocaba el cuerpo del libro como cualquier flautista tocaría el cuerpo de una flauta o como los amantes de los cuerpos en general tocarían cualquier otro cuerpo en general, sin otro requisito ni miramiento que el de poseer, siquiera de forma presunta, signos potencialmente capaces de ser descifrados. Pero nada de eso tuvo lugar. La ausencia y él, juntos y callados, temían el momento fatal en el que uno sería privado del otro y viceversa. En espera de ese momento, los ojos de uno se anclaron en los ojos del otro, del mismo modo y manera en que quedó sumergida en la tierra aquel fuego que decidió enterrarse en vida entrando así, de la noche a la mañana, en la noche más oscura del tiempo. De ahí aquel lamento silencioso, y de ahí también su lejana tristeza.

domingo, 9 de agosto de 2009

EL MUERTO SE QUEJABA DE SU SUERTE

Definitivo e incompleto a un tiempo, el muerto se quejaba de su suerte. Los cirujanos primero, y los gusanos después, le estaban dejando irreconocible. En la intimidad de su propia muerte, reflexionaba el finado sobre la conveniencia de persistir en la obediencia de las leyes de la imagen y el ritmo, refractario por competo al poder omnímodo del signo. Muerto y bien muerto como estaba, tiempo tenía también para rememorar el ir y venir de las olas, máquinas terribles éstas capaces de horadar la roca y acarrear el tiempo de un lado a otro sin utilizar para ello el trasiego de la respiración. Esa peculiar forma de morir oxidándose, se decía para sus adentros, es la forma que tienen los seres vivos de convertir los futuros imperfectos en pretéritos más o menos perfectos, todo ello en función de la disponibilidad de memoria y de la honradez que en cada momento cada cual quiera concederse. En medio de tanta reflexión, se asombraba de descubrir en él restos rituales de soledad, amueblada de esporádicas caricias aquí y allá, como las que antaño utilizaba para atormentarse a sí mismo.

sábado, 8 de agosto de 2009

HIJO DEL LIMO

En último extremo, la posibilidad misma de la forma depende de él. Y lo sabe. Empero, su sordera ante cualquier otro lamento que no sea el suyo no tiene nada que ver con ese saber. Es sólo que bastante tiene con lo suyo, con su porción de pena, y también con el hecho de haber pasado por días en los que con lo suyo no sólo bastaba si no que le sobraba para dar y tomar, días en los que de hecho no podía ni con su alma, días malos en los que realizaba esfuerzos sobrehumanos con tal de dotar de algún sentido a aquello que, como la vida, no parece tener otra génesis que el puro azar. Pero nada. Por más que las polifonías de impulsos automáticos carganban de contenido psíquico cada uno de sus gestos y que de pascuas a ramos aparecen atrevidos resabios de luz que consiguen sacar los colores a la vida, su alma silenciosa lo cierto es que su alma seguía flotando sin sentido aparente que explicara sus locos movimientos. Simple y uno, sin signo claro que le diera cobijo, terminaba el hombre sensible buscando en el abigarrado gusto por lo grotesco algo que le doliera. Y era así, con las manos doloridas y manchadas de tiempo y de silencio, como llegaba a sentirse preparado una vez más para revivir la experiencia del azar y la obsesión. Hijo del limo, sigue soñando en vano con disolverse definitivamente en la centrípeta blancura del lienzo.

viernes, 7 de agosto de 2009

EN EL TERRAT

Me mordí el carnoso sistema de comunicación verbal que comparto con mi comunidad, es decir, me mordí la lengua, y me dispuse a renglón seguido a nadar y tomar el sol en sucesivas tandas de rayos y brazadas. Afectado de una gravedad y una pompa innecesarias y fuera de contexto, prosopopéyico como nunca, realizaba mis tareas sin otras virtudes que las que se deducen de la soledad y el silencio. De esta guisa, me dispuse a conocer los entresijos de los que estoy hecho. Mi ser, al menos mi forma de ser, implica la palabra, con el resultado paradójico de que al cabo de un rato, no mucho rato, es la palabra la que me implica a mí. Implicadas de esta forma palabras y seres, no es de extrañar que me sienta extraño cuando me siento poseído por hordas de signos parásitos en los que el significante brilla por su ausencia. La noche avanza en el terrat, y en espera de un eclipse que pareciera que nunca llega, aprovecho para darme otro baño de hierbas y rayos de luna llena.

jueves, 6 de agosto de 2009

HACER MUDANZA

Lo que sé, el leve espesor de certezas resultante de toda mi sabiduría, cabe en el canto de una hoja de papel. Así pues, el conjunto de lo que sé, ese cúmulo de transparencias ebrias y oscuras medidas en su eje vertical, apenas si se diferencia de ese otro conjunto de infinito de asuntos pendientes de saber. Como comprenderán, se hace difícil dibujar la línea precisa que deslinde el descentramiento desnudo de aquello que se supone debo conocer, de ese otro mundo donde deambulan las órbitas de lo desconocido en sus límites extremos. Visto lo visto, visto en particular el vacío abarrotado de palabras huecas, desposeídas y recónditas a través de las cuales conozco y desconozco aquello que es susceptible de ser conocido, lo normal sería hacer mudanza de las altas estancias del saber y refugiarme en el sentir. Pero tampoco ahí las cosas son fáciles. Mi tenue corazón de arcilla se demora en extremo en la caricia retráctil mientras el aguacero cae y la luz soberana traspasa la cortina de lluvia en su caída libre.

miércoles, 5 de agosto de 2009

EL HOMBRE DE YOKOHAMA

He muerto. En realidad, hace mucho que morí. El hombre de Yokohama, el que siempre vuelve a Yokohama, murió de la forma más vulgar que quepa imaginar, pero aún así sueño, como el pájaro de Akita siempre sueña con Akita. Aparezco como enredado entre las hojas y ramillas de un fondo de lodo azul. Doy vueltas y más vueltas en un intento desesperado por liberarme de las oscuras raíces que me sujetan al fondo limoso, aun a sabiendas de que tanta actividad no me produce si no más asfixia. Aparezco pues luchando a brazo partido por llegar al puro aire, al límpido reino de las mariposas. Siempre que sueño imito su modo de volar, especialmente la forma que tienen de volar cuando vuelven a casa, y también sueño con poder producir el metalizado canto de los grillos, y el ruido de las gotas de lluvia en el aire, el de todas juntas y el de cada gota por sí sola. Sepulturero de palabras como soy, me esfuerzo por encontrar un nombre para los labios de las mariposas cuando son atrapadas por la tormenta, pero no doy con él. En casa del herrero cuchillo de palo. Tengo palabras que engordan, como engorda el moho el queso, que habitan ahí prácticamente sin hacer nada, mientras imagino otras tan o más necesarias que las mohosas de a diario, que no acaban de salir y que necesitarían de mis cuidados. Pero eso ya me ocurría de vivo. Mi mirada perezosa se detenía aquí y allí sin ver nada, hasta que acerté a mirar con los ojos de dentro, que es la única forma cierta de ver algo. Y lo que veo es que muerto y todo sigo jugando. Si esto es un juego, tengo la sensación de haber cogido de la mesa más cartas de las que habitualmente permiten. Hay secuoyas de tres mil años, pero yo tengo más cartas. Y más hormigas. Paso los dedos por el teclado, y siguen apareciendo hormigas.

martes, 4 de agosto de 2009

EL RAMO

No encontraba forma alguna de salir de su hastío. Esta vez, ni siquiera esa preferencia tan suya por la mortificación en la que gustaba solazarse a menudo parecía sacarle de las quebrados y ásperos paisajes del muermazo y la monotonía. Las altas cimas de la literatura, esas obras que otrora resultaron su salvación, hoy no producían en su estado de ánimo apenas si un leve bostezo. La luminosidad de las sinuosas nubes sobre la campiña inglesa, antaño fuente de fantasía, las altas tierras tan propicias para los charcos como para los musgos que echan canas, o la figura, el rostro, el carácter o la inteligencia de cientos de personas, en todas y cada de las posibles combinaciones y permutaciones que quepa imaginarse, nada le sacaba de ese estado de fastidio permanente en el que parecía vivir. Su propio yo, en el que estuvo embelesado durante un cierto tiempo, ya no le interesaba lo más mínimo. El aislamiento, el silencio y el desánimo tampoco parecían sacar de él nada extraordinario. Ni siquiera el sonrojo de su propia inutilidad hacía mella en él y el aburrimiento llegó a resultar, para propios y extraños, realmente extremo. No parecía llegar el tiempo en el que se evaporara aquella lánguida rutina, hasta que un día, por error, un empleado de la floristería llevó a su casa un ramo de ortigas, cardos torcidos y brezas desmembradas. Nadie sabe muy bien ni como ni por qué, pero fue verlas, sonreír levemente, y la idea de tener que soportarse a sí mismo un día más se le hizo más liviana.

lunes, 3 de agosto de 2009

DÍA TÍPICO EN EL RAVAL

Hoy mi corazón adelanta algo. No mucho, pero algo sí. Antes de acostarme tengo que acordarme de ponerle en hora. Tanta pena como paso estos días hace como que se detenga el pulso casi sin darme cuenta, y así, claro está, ocurre lo que ocurre, que si sumamos un pulso con otro, pues la cosa pierde, es decir, el corazón va con algo de atraso, o debiera ir con atraso porque lo cierto es lo que he dicho al principio, que mi corazón adelanta algo, diagnóstico éste en el que me reafirmo. Este adelanto, que no atraso, se produce por que a los atrasos que se producen en el polinomio de miocardiocitos, que tienen su origen en las penas que afligen a uno y actúan como restas, hay que sumar los adelantos producidos por los sobresaltos del día a día, que no es que sean alegrías, digámoslo ya para que no haya engaños, pero que no dejan de producir sus aceleraciones. El ofertorio es muy grande, baste con señalar los tiroriros del despertador, el repunte de bisbiseos con algo de mostaza, el muestrario de pechos obedientes apoyados sobre esquinas roncas y vagas, y sobre todo las ganas locas que uno tiene de quitarse la congoja del pecho aunque sea escribiendo y mintiendo diestro y siniestro. Con todo esto, que es la descripción de un día típico en el Raval a efectos de horarios cardiacos, yo diría que el misterioso pulso de mi corazón estaría en hora. En punto. La razón definitiva de que mi corazón adelante algo hay que buscarla, sin duda, en doña Lucía. Su forma loca de trazar tildes en el aire, sus ojos pancreáticos como en busca de un pistilo perdido váyase a saber usted dónde, las aristas de voces que arañan cada rincón de la pensión hasta conseguir asordarme, aquel café lleno de astucias al final de la tarde…Sí, ella es la causa de que a fin de cuentas mi corazón adelante algo. Hay días en los que, si no fuera por las penas, no sé que sería de mí.

domingo, 2 de agosto de 2009

TRAGAPERRAS

Mucho tiempo antes de que las cosas violentas se impusieran de forma drástica y definitiva sobre las cosas bonitas, éstas, las cosas bonitas, existían, y para que me entiendan ustedes y sepan reconocerlas si alguna vez se encuentran con ellas les diré que las tales cosas bonitas eran como cosas de otro tiempo, como la voz aquella que salió del corazón de un reno y que después de escucharla nunca pensé que volviera a escuchar una voz tan bonita y tan triste por la sencilla razón de que toda la carne de aquel reno en cuestión era bonito y triste por ese orden, cosa natural por lo demás si tenemos en cuenta que su voz no era si no una prolongación de su ser. Pero como de costumbre me equivoqué. Esa misma voz, esa misma tristeza, la volví a escuchar donde las máquinas que tragan perras, algunas de las cuales son máquinas bien bonitas, cosas de otro tiempo. En fin, aquel día todo iba bien. Las máquinas tragaban perras y murmuraban números mientras diminutas bombas de litio explotaban en las neuronas de los propietarios que echaban las perras para que se las tragaran. De pronto, la luz se fue. Y fue irse la luz e irse todo, todo me refiero a todo lo que se movía que hacía algo de utilidad, de forma tal que todos nos quedamos como la luz, medio idos y con una cara de idiotas que ahora que lo pienso quizás hubiera tenido alguna utilidad de índole estética. Pero eso es otra cosa, El caso es que, justo antes de que surgieran las protestas, en ese instante de perplejidad y sosiego que precede a toda tormenta que se precie, sonó esa misma voz que escuché en el caso del reno y que en esta ocasión provenía, sin ningún lugar a dudas, de la tragaperras que tenía a mi izquierda. La tragaperras era normal, pero la propietaria de las perras que eran echadas ahí para que se las tragaran, era todo un cromo.