sábado, 31 de octubre de 2009

HACIENDO ESES

Hoy no voy a hablar de ese sonido consonántico fricativo y sordo que va por ahí haciendo eses, ese mismo que lleva en su cuello el eslabón de una cadena que me resulta familiar. Y no voy a hablar de ese ni de aquel otro por la sencilla razón de que no quiero volver a señalar nada de lo que acabo de mencionar, por muy cercano que esté de mí y de todo lo que represento. Ya está bien. Bien mirado, no conozco al hombre ese, cualesquiera que fuere ese, y el hecho de que luzca el signo de la ese atravesada por un clavo no significa nada para mí. Apicoalveolar o predorsal, definitivamente, yo no soy ese que tu te imaginas. Negada la ese, debo decir también, porque es mi obligación, que " lo ómbre i la muhére " que pretendan decir su silbante nombre deben dejar abiertos los labios y retirar hacia fuera tanto el aliento como la lengua. A continuación, basta con herir con esa misma lengua el paladar y los dientes, y ya está. Se hizo la ese. O la santidad. O el silencio propio del SS antes de rematar al esclavo.

viernes, 30 de octubre de 2009

ETERNIDAD

El dolor la despertó, y ya despierta pensó en el significado de la ausencia prolongada y profunda, esa misma que simplifica, corrompe y mata las cosas que son, y pensó también en el ser nuestro de cada día, ese ente capaz de fecundarse a sí mismo tras un fugaz vistazo en el espejo del baño. El porvenir del instante acontecido, es decir, la eternidad concentrada, se inmolaba en instantáneas de lunas, y sabía que eso ocurriría al menos hasta que el calmante hiciera su efecto y pudiera pensar en cosas más agradables. Lo que estaba pasando, eso de ser tocada por el fuego, es lo que ya pasó ayer y antes de ayer, y era lo mismito que volver a andar como si todo estuviese andado ya. Muerta de miedo, lo que en ella quedaba de inocencia se refugio primero en su pecho dormido y luego optó por pedir posada en mirada ajena. Habían pasado ya cuarenta minutos, con sus dos mil cuatrocientos días y sus dos mil cuatrocientas noches, cuando decidió rendir al viento su cada vez más exigua cosecha de placer. Ahora sí, la química hacía su trabajo. Impotentes estrellas. Floraciones de basalto. Continuidad callada.

jueves, 29 de octubre de 2009

DESGUACE

Tras el cristal de la estancia, inmune a todo, una mujer se sienta en el ángulo exacto desde el cual mejor se observa el brillo de Venus. Pero yo no estoy allí. Llegada de muy lejos, y como traspasándolo todo, se acerca a mí y con ella enormes olas de retorcida nostalgia salpicadas aquí y allá de azulejos y matasellos que empapan mi rostro. Todo es recuerdo, historias de pezuñas desgastadas como la huesuda herrumbre del espigón, y amaneceres de madrugadas flacas de amor. Mojado, descorro desnudo la cortina del miedo mientras las viejas ciruelas sonríen a las hileras de luz que se amontonan en forma de túmulo. Me hundo muy despacio en la hormigonera de guijarros de hielo gris mientras la imaginaria lluvia de sus ojos barniza unos dedos helados de tanto esperar ese asco lúcido y necesario que es mordisco de escavadora y preludio del inminente desguace.

miércoles, 28 de octubre de 2009

ANÁBASIS

Aquel de entre vosotros que haya muerto podrá decirme si es verdad o no lo que se dice en los discursos previos a las matanzas y en los postreros momentos de la extremaunción. La ocasión la pintan calva para que el que tenga aún algo que decir abandone su silencio sepulcral y diga lo que se le antoje o calle para siempre. Eso sí, que nadie mueva ni una sola lápida ni remueva siquiera un puñado de tierra para repetir aquello de que eran muchos los hombres se merecían esas guerras y esas muertes, porque esa es cosa bien sabida y poco o nada aporta al acervo común. Todo eso les decía yo a los muertos cuando, con aspecto de haber sido abandonado durante largo tiempo por la naturaleza y por los otros hombres, se me acercó un señor que parecía un animal o, al menos a juzgar por su aspecto, alguien de su ascendientes, bien su madre o bien su abuela, debió aparearse con algún animal, debiendo reconocer empero la radiante calidez de su cráneo que resultaba innegable. Pues bien, el señor en cuestión vino a decirme que él estaba muerto y bien muerto y que tenía algo que decir, concretamente tres cosas. Dijo en primer lugar que algún día, si encontraba un buen editor interesado en el asunto, quería contar la anábasis de la que fue protagonista y en la que en realidad estuvo bregando toda una vida, siempre marchando hacia delante, siempre en constante retirada hacia el interior de su ser, expedición ésta que duró poco más de medio siglo y en la que estuvo acompañado por más de diez mil neuronas mercenarias; en segundo lugar dijo que las gorras descoloridas de los soldados napoleónicos ya no le decían nada; y en tercer lugar maldijo el rancho de carnes ajadas y maltrechas con sabor entre liebre y gato que le obligaron a tomar aquel invierno en las trincheras de Stalingrado. Bien es cierto que no había otra cosa y que en aquel momento no estaba para muchas exquisiteces, insistió el muerto, pero que vistoel asunto con la perspectiva y tranquilidad que la da la muerte era de las cosas que más recuerda y de las que más se arrepiente. Debí morir allí, dijo, en la frontera polaca, justo después de soportar aquel discurso repleto de insidias pronunciado por un general desalmado y dirigido a dos mil pazguatos medio muertos ya de frío. Bien es cierto que cada uno habla como puede, pero me pareció a mí que este cadáver de señor animal, a juzgar por lo florido de su verbo, debía cultivar la oratoria en sus ratos muertos. Le dí las gracias y con las mismas se marchó por donde vino.

martes, 27 de octubre de 2009

ERRE QUE ERRE

La vigésima primera letra del alfabeto cervantino aparece de normal como una vocal vibrante y simple, ya sea como final de sílaba, o en la misma sílaba pero agrupada con otra consonante, o en posición intervocálica. En todos esos casos ésta consonante atiende al nombre de erre o, si la sensibilidad del hablante resultara extrema, también se la puede denominar ere sin por ello esperar reprimenda lingüística alguna. Cuando a la erre original se le suma otra erre, ésta primera pierde lógicamente toda su simpleza, pasando su vibrante sonido a convertirse en múltiple y transformándose de paso su nombre que queda rebautizado en doble erre. El complejo mundo de la erre tiene sus orígenes en las testas egipcias, en la letra ros del alfabeto fenicio y posteriormente en la rho griega. Para pronunciar bien la erre conviene herir el paladar con la punta de la lengua, que es lo que en rigor tanto cuesta a los que nacieron con la dulzura de la lengua de Moliere en la boca, produciéndose de esta forma un temblor áspero y fuerte que resulta inconfundible, especialmente cuando la tal erre se encuentra en principio de dicción o precedido de otras semivocales como la ele, la ene, o la ese. Ojito, que ya lo decían los antiguos: por la misma regla de tres que con la a te aprueban, con la erre te reprueban.

lunes, 26 de octubre de 2009

ENTRE EL ORUJO Y EL JAZMÍN

Empiezo a no ser el que fui ayer. Como polvo empedrado en la resina de sus ojos, así sobrevivía yo hace apenas unas horas, como cal derrotada, al bajío de sus cuencas sin fondo. Hoy, empero, los biombos de sus pestañas agitan la incierta vibración de unos espejos donde el tiempo se acicala con detenimiento extrañándose del ruinoso rigor en el que se encuentra el granado en la distancia. Rigor lunar también, que ningunea la noche y la sal, y hace perder el norte a los grises espasmos de unas caricias disueltas entre el orujo y el jazmín. Hoy no me queda otra que buscar con desespero un centro donde poder naufragar mi elipse de oscuros óxidos, o un dios que me prometa la incierta dádiva de sus manos retráctiles. O un dios y un naufragio, todo a un tiempo.

domingo, 25 de octubre de 2009

LA CE

Letra muda ésta, de forma y manera tal que como todas las consonantes, mudas de nacimiento, se ve necesitada de una vocal para poder ser alguien en el mundo de los sonidos, de ahí que no resulte ocioso en absoluto decir que su nombre es ce. Las sesudas mentes que han indagado en busca de su procedencia gráfica nos dan cuenta de diversas posibilidades, una de las cuales, a modo de por ejemplo, se la voy a referir. Según estos sabuesos, debemos remitirnos a la K (kappa) griega, letra a la que no sabemos bien ni cómo ni por qué el caso es que alguien le quitó el palo de la letra, o se le cayó a la propia letra sin darse cuenta en un momento de debilidad, con el resultado de que luego bastó con rodear las puntas que le quedaban para que el signo c viera la luz. Avanzando un poco en la historia de la ce conviene saber que entre los romanos la ce era una letra triste ya que, por razones obvias, la asociaban al verbo condemno, lo que no sabemos ni nadie nos ha explicado es por qué no la asociaban a otros verbos que igualmente comenzaban con la misma ce y que no resultan tan tristes. Ya en nuestros tiempos, cuando la ce se topa con una vocal en forma de e o con una i, queda convertida automáticamente, si no lo está ya de antes, en un fonema consonántico fricativo, interdental y sordo. Si por el contrario el encontronazo sucede con la a, con la u, o con la o, entonces su propia genética la lleva a convertirse en una consonante oclusiva y velar, aunque igualmente sorda. Así pues la ce no sólo es muda de nacimiento sino que en muchos casos se hace la sorda o, por mejor decir, adopta por lo general un sonido sordo. Ahora bien, también hay que decir que la ce, muy dada a dejarse llevar por el deseo en las zonas del suroeste peninsular español, en Canarias y en toda Latinoamérica, padece lo que se ha dado en llamar el seseo, fenómeno éste que lejos de tener nada que ver con siesta alguna, quiere indicar que en estos casos, al producirse el contacto de la ce con la e o con la i, se produce un sonido predorsal, fricativo y sordo capaz de convertir las cenas en sénas y lo aciago en asiágo. Y es que el deseo y las calenturas propias de los trópicos, que en lo que a mezcla de sangres dio lugar al fenómeno de lo mulato, en lingüística da como resultado cosas no menos hermosas, como esta del seseo.

sábado, 24 de octubre de 2009

FA

UT queant laxis REsonare fibris —MIra gestorum FAmuli tuorum, —SOLve polluti LAbii reatum...( para que tus siervos puedan exaltar a plenos pulmones las maravillas de tus milagros, disuelve los pecados de labios impuros, San Juan)…Esos y no otros eran los versos que en forma de himno escuchaba Guino Arentino allá por el año 1010 de nuestra era, cuando le dio por pensar en la conveniencia de que se produjeran ciertos cambios en la manera de entendernos con la música. Habrá quien diga, y no sin razón, que a él todo esto ni fu ni fa, y contra tamaña indiferencia poco o nada se puede hacer. A mí también me ha ocurrido alguna vez, no esto del pensar, que también, ni lo del fu ni fa, que por supuesto, sino lo de escuchar el himno de San Juan Bautista casi enterito, y la verdad es que en cada ocasión me entraba dentera y se me ponía un mal cuerpo enorme cuando me imaginaba a San Juan disolviendo los pecados producidos por mis labios impuros, y todo ello aún a sabiendas de la principal particularidad del himno no consistía en su capacidad para producir miedo en los oyentes sino en que cada frase musical empezaba con una nota superior a la que antecedía. En fin, la historia de hoy sólo pretendía informar de cómo y en qué circunstancias fue imaginada y nombrada por primera vez la fa como la famosa nota musical todos que conocemos hoy día, ya que les aseguro que en modo alguno hemos querido hacer proselitismo de la Falange Auténtica, ni publicidad subliminal de la conocida marca de jabones que compite con los limones salvajes del caribe, ni mucho menos traer a colación de manera innecesaria a la empresa de Ferrocarriles Argentinos, que bastante tiene con lo que tiene.

viernes, 23 de octubre de 2009

LA O

La más redonda de las letras, ésta de la que no se conoce ni principio ni fin resultando por tanto expresión pura de la alfabética eternidad, conforma al decir de los expertos un fonema vocálico medio y posterior. A la o, que suele ser usada como expresión de alternativa, o de equivalencia, o de exclamación según los casos, se la suelen utilizar también para hacer la prueba del algodón a la hora de detectar ignorantes, ya que dicen que una de las múltiples formas que existen a disposición del público a la hora de que cada cual acredite o no su condición de iletrado o indocto es precisamente la de no saber hacer la o con un canuto. Claro que, bien mirado, no me parece a mí esta prueba resulte muy certera. Depende, en todo caso, de lo cargado que esté el canuto y de las dosis de tolerancia de cada cual. A lo mejor es verdad que aquel que no sabe hacer la o después de un canuto es un ignorante, casi tanto como el que no sabe hacerse un canuto, pero después de meterse para el cuerpo tres canutos del tirón les aseguro que no hay forma humana de hacer la o. Te descojonas de risa al primer intento, o te da por divagar y mandar tu mente a las lejanas tierras de Babia, o, dependiendo de con qué material te hagas el canuto, igual acabas sopa en el sofá de la casa, de todo lo cual también se deduce que la decimoctava letra del abecedario español es la preferida a la hora de la disyunción. Una última advertencia: aún a pesar de que las oes resulten, por definición, vocales abiertas y fuertes, ya nos aconseja el panhispánico de dudas tener ojo, y aún vista y oído, en no confundir la o átona con la u, sobre todo para evitar que la toalla se convierta en tuálla y el columpio en kulímpio, mayormente porque queda fatal.

jueves, 22 de octubre de 2009

EN CASO DE DUDA SOBRE LO DULCE

Que lo sepas: con la edad, que no perdona, y la incesante actividad a la que te vas a ver sometido, ni más ni menos que la propia de tus previsibles quehaceres intelectuales y corporales, el follón físico-mental que llegarás a tener en lo más alto de tu testa alcanzará cotas de tal calibre que te impedirá discernir lo dulce de lo que no lo es. Ojito. Si notas que la confusión llega a límites extremos, y sólo en ese caso, no dudes en morderte un dedo porque tú, aunque a veces te esfuerces en aparentar lo contrario, eres un tipo dulce. Esa es la mejor forma de recordar sabiendo que, a unas malas, a nadie amarga un dulce, y mucho menos si el dulce es suyo. Si después tener el dedo bien mordisqueado sigues con dudas, no pruebes con un segundo dedo porque puedes quedarte como el de Lepanto y además está comprobado que tanta insistencia en una misma mano no funciona como truco mnemotécnico. Llegados a esta situación verdaderamente dramática, no queda otra que lo siguiente: despacio, pero sin regodearte para evitar llegar al empalago, prueba a morder repetidas veces el dedo anular de Laura. Verás cómo las dudas se evaporan como por arte de birlibirloque y aparece la dulzura en todo su esplendor.

miércoles, 21 de octubre de 2009

A

A por a y b por b es como decir que conviene hacer las cosas punto por punto, lo que en el fondo y bien mirado es casi como una invitación a empezar por el principio. Pues bien, al principio fue la a, resultando por tanto la primera en el orden, y tal resultado acontece por la misma razón que al principio fue el llanto y entramos al mundo bajo un lamento que adopta forma de a, y acontece también porque en todas partes y lugares ha sido así, de modo tal que los hebreos dicen aleph, los árabes aliph, los indios alephu, los fenicios alioz y los griegos alpha. A los de origen latino, la a se nos aparece medio camino entre lo palatal y lo velar, y se nos aparece también abierta, con los labios muy abiertos, y fuerte, muy fuerte creo yo a base de pura presencia, usándose a menudo para indicar a quien persigue el gato, de forma y manera tal que el que tal cosa quiere decir acaba diciendo que el gato persigue a un ratón. Sirve también para decir a qué sabe algo, diciendo, es un por ejemplo, que esos mismos labios muy abiertos tienen sabor a miel, o que conviene disponerse a algo, pongamos por ejemplo que conviene disponerse a salir pitando de la cercanía de esos labios muy abiertos. Una vez que te has puesto a correr las aes pueden ser útiles a la hora de reseñar el lugar al que diriges el sentido de tus corredurías, diciendo, por ejemplo, que vas a Tombuctú, o que corres por no ir a la cárcel o, si tienes interés en algún tipo de certeza absoluta, puedes decir que tarde o temprano vas a morir. Si te exigen firmar algo puedes decir también que firmarás a la noche, o que te esperen a la derecha del dios padre. Si lo que no está claro son los intervalos en general, y los de tiempo en particular, puedes decir a tus interlocutores que te esperen a la derecha del dios padre de once a doce del mediodía, y que si no van a la cita les matarás a golpes, porque también la a sirve para indicar el modo de la acción. Si lo que buscas es diferenciar puedes decir claramente que va mucho de Antonia a María, es decir, que va mucho de recomendar una cosa a mandarla. En fin, que a decir verdad y la vista de lo dicho, o si lo prefieren a lo que parece, y teniendo en cuenta que lo mismo priva que niega, podría pensarse que lo mismo vale para un roto que para un descosido, y que a la que te pones a ver el tema a tratar o el problema a resolver, al final todos son aes.

martes, 20 de octubre de 2009

MOLICIE

Sin llegar al extremo de lo que antiguos y no tan antiguos pensaban que era el ejercicio del torpe pecado de la afeminación, acto éste que consideraban contra natura, la molicie reclama para sí de una cierta suavidad que resulta propia de todos los femeninos y muy especialmente del femenino por excelencia que no es otro que el que proviene de la madre tierra. Creo yo que más que afición al regalo, la molicie nos habla de la calidez de las cosas, de su blandura al tacto, y de la dulce delicadeza que se apodera de todo lo que toca y que por razones autobiográficas asocio también a la tarea de la molienda. Con la molicie todo es cuestión de grado. La molicie es fuerte y aprovecha cualquier momento de debilidad para hacerse carne de tu carne, pero aún así, aún sabiendo que con ella cualquier momento de tregua puede acabar siendo peligroso, no resulta infrecuente ver sucumbir a manos de la molicie, especialmente a la hora de siesta, incluso a los espíritus más disciplinados. Así de grande es su poder. Por el contrario, la ausencia total de molicie en el organismo favorece una muerte rápida por rigidez de los tejidos y enfriamiento excesivo del alma que los habita.

lunes, 19 de octubre de 2009

EL MARQUÉS DE BRADOMÍN

Mi boca anhelante se compadecía mal de la áspera desnudez de la palabra, de ahí que exhalara, a falta del necesario pan de sus labios, como una especie lamento en forma de hilillo que no resultó ser portador de queja alguna concreta y que, a juzgar por su cadencia, parecía una letanía más propia de jaculatorias, misereres y responsos que de cualquier otra cosa. En realidad el asunto no era para tanto ya que se trataba, no más, que de la imperfecta expresión de un estado de ánimo al que podríamos definir como de languidez apocada, o de pura y simple acumulación desordenada de tontería aderezada con pucheritos, como bien podría haber dicho mi madre. Al igual que ésta, aunque por razones distintas, yo tampoco podría decir en rigor que éste presente, ni cualquiera otro pasado o futuro, fuera mi siglo, ya que no tengo la sensación de tenencia ni mucho menos una querencia especial por siglo alguno. Antiguos como la saliva, mis males no tienen tiempo, de ahí que cuando posé mis ojos sobre los suyos, éstos aparecieron ante mí como lagos repletos de misterios. La verdad es que la amplia huella de sus ojeras, y la no menos amplia sombra de sus pestañas, no auguraban nada bueno. Pero nada importaba más que el deseo. Inmóvil bajo la luna, por aquel entonces necesitaba más que nunca de los voluptuosos sueños de amatistas y aquellas invisibles alas de los mirtos que competían en verdor y actitud ingrávida con los imperiales laureles. Si no vistiendo santos, que quizás fuera excesivo, ya me veía como el Marqués de Bradomín oficiando de confesor de princesas, sin otra paga que la contemplación de los anhelos y las desdichas ajenas.

domingo, 18 de octubre de 2009

AARÓN

Aarón, el progenitor de todos los mártires que en el mundo han sido, emitió al nacer un sonido muy parecido al de la a, ya que al parecer saludó su llegada al mundo utilizando para ello un profundo aleph, siendo testigos de esto que digo Borges, Amrón y Jocabed. Con poco que hayan estado atentos a lo dicho hasta ya sabrán que todos estos llantos tuvieron lugar mucho antes de que floreciera su vara, mucho antes incluso de que Aarón tuviera vara alguna, antes de que hiciera las veces de fundidor de metales y de guía en el desierto, y por supuesto mucho antes de que falleciera de muerte natural a los ciento veinte tres años en las cercanías del monte Hor.

sábado, 17 de octubre de 2009

I

Número imaginario por excelencia y símbolo no menos excelente elegido por los lógicos para expresar la proposición particular afirmativa, a la décima letra del alfabeto español y tercera entre las vocales se la conoce por i, así, tal cual suena. Ahora bien, a efectos de poder distinguirla de la otra i –es curioso que en esta historia de la íes como en cualquier otra historia donde se mezclan palabras y sentimientos siempre acaba apareciendo la otra-, y con el fin de evitar equívocos, a una se la llama i latina y a la otra se la conoce como la i griega. No obstante, si bien es cierto que la i griega y la i latina son letras con orígenes, grafismo y funciones distintas, las cosas no aparecen a los oídos del hablante tan claras como debieran. Especialmente complejo es el caso en el sonido de la i latina que ocupa una posición inicial en la palabra y además va seguida de otra vocal. En estos casos la i adopta un sonido palatal sonoro, diciéndose, pongamos por caso, yerba, al tiempo que se escribe hierba o yerba, a gusto de cada cual. A tal extremo ha llegado esta situación que en algunas palabras, como es el caso del iodo y el yodo, ha resultado ser mayoritario el gusto gráfico por la i griega, tratándose, como se trata, de una i latina. A la hora de intentar construir el sonido de la i ocurre, como casi siempre ocurre, que si bien pronunciar la i no resulta algo especialmente complicado, decir cómo se pronuncia la i si que requiere de un cierto nivel de concentración. El asunto se resuelve más o menos de la siguiente forma: usted coge el ya conocido predorso de su lengua y lo eleva hacia la parte superior del paladar, un poquito más arriba y con un poquito más de ganas de si quisiera pronunciar la e, y todo esto lo hace al tiempo que estira los labios hacia los lados. Bien, si ha seguido al pie de la letra las indicaciones ya debiera haber salido de sus labios una i más o menos reconocible. Para los aficionados a las curiosidades diré que el punto de la i también tiene su historia. La tal historia, mal resumida y peor contada, es ésta: resulta que en la época griega, la iota, que así se llamaban a la i los griegos, no llevaba punto alguno porque ni falta que hacía, y que fueron los romances con sus lenguas romances, que todo lo confunden, los que tuvieron que hacer uso del conocido punto de la i para distinguirla de la u cuando ambas iban juntas. No sé a cuento de qué confundían la i con la u pero en el román paladino debían parecerse mucho. A estas alturas ya se habrán dado cuenta de que la i siempre ha sido una vocal problemática, y su mal uso la ha problematizado todavía más. Pongamos un ejemplo sangriento aparecido en la prensa de hoy para que vean al punto que pueden llegar las cosas. Al parecer, un joven turco solía echar en cara a su ex mujer la habilidad de ésta para cambiar de tema cuando, en opinión de su ex marido, se quedaba sin argumentos. El caso es que según apareció en la prensa turca, en muchos teclados de teléfono móvil no existe el carácter para la letra "I" turca (i cerrada, que se escribe sin punto), con tan mala suerte que el joven turco, en lugar de decir a su ex en el mensaje que cambiaba continuamente de tema y teclear a continuación "sIkIsInca" (cuando te quedas sin argumentos), puso "sikisinca" (cuando te follan). Conociendo como se las gastan los turcos en asuntos del honor, no es de extrañar que el enfado de la joven y de toda su familia llegara a tal extremo que, cuando el muchacho quiso excusarse no le diera ni tiempo, recibiendo por su parte no sólo insultos y otras palabras mal sonantes sino patadas y cuchilladas a diestro y siniestro. Éste, en venganza, no se le ocurrió otra cosa que acuchillar a su vez a la muchacha, razón por la cual terminó con sus huesos en alguna de las poco acogedoras cárceles turcas, donde pasado un tiempo se suicidó. Avisados quedan: cuidadito con la íes.

viernes, 16 de octubre de 2009

CAPERUCITA ENCARNADA

Lo normal por aquellos parajes y tiempos era que los lobos tuvieran hambre de cuatro días, y lo raro, lo rarísimo, era tropezarse con niñas hermosas, al extremo de que nadie pudo llegar a imaginar jamás tanta hermosura, niñas que nada más verlas generaban unas soberanas ganas de merendárselas y que, sin embargo, deambulaban como si tal cosa por lo más tupido del bosque entreteniéndose aquí y allá en recolectar frutos, perseguir coleópteros y construir ramilletes con las flores que iba encontrando en su bucólico paseo. Con ese planteamiento de las cosas, la primera moraleja que se debiera sacar del cuento es que al que lo pergeñó, en este caso al señor Perrault, y a la madre de la niña, se les ha ido la olla. En esas condiciones era misión casi imposible hacer llegar a la abuela los bollos y la manteca, especialmente si la rubia en cuestión va ataviada con un llamativo sombrero encarnado. Por el contrario, la metamorfosis operada en el cuerpo de la abuelita, previo acto devorador por parte del lobo, y que dio lugar a esos brazos y piernas tan grandes, a esas orejas y ojos igualmente enormes, a esos dientes brutales pensados para desgarrar la necesaria carne arrancándola de allí donde estuviera, se me antoja la parte más creíble de la historia ya que –y aquí viene la moraleja final- no hay pestillo capaz de frenar las embestidas del hambre.

jueves, 15 de octubre de 2009

ULISSES

Ausente el subrayado, la alegría y la elegancia se abrieron camino entre un mar de confusiones. A nadie le gustan los entusiastas. A mí tampoco. Yo me conformo con saber que, simplemente, yo no soy yo, y con eso tengo bastante. Ulisses, mi Ulisses, lleva unos meses con la memoria minada y se muestra incapaz de decirme nada. Detrás de la ventana hace frío y su silencio resulta cada día más ensordecedor. Yo le cuento historias raras para ver si se anima. Le cuento el cuento de cuando el negro era rojo y viceversa, y de lo bien que se vive bajo el sol de un segundo matrimonio, o de la existencia inexistente apenas rozada de amor y repleta de muerte que nos espera al final del mar. Todo eso le vuelve un poco tarumba. El otro día me confesó que buena parte de su esfuerzo por vivir consiste en no hacerme ni puñetero caso. Piensa que soy un vendedor de sueños que no sabe de lo que estoy hablando, y que tras mi alma de fabulador se esconde el corazón de la musa más sedienta que ha conocido jamás, aquella que reclama la vigilia constante, la doble vida, la frescura, la autoconsciencia, y la precariedad del éxito. No por ello, dice, he perdido ni un ápice de mi poder evocador. En lo esencial estamos de acuerdo: ni su secreto ni el mío han sido desvelados, y permanecen a cubierto por un velo de tiempo y de misterio.

miércoles, 14 de octubre de 2009

G

La octava letra del abecedario español también adopta el femenino como género y tiene por nombre ge. Respecto a su historia podemos decir que, si bien la letra ge es un invento específico de los romanos, no estaría de más señalar su hermanamiento con el Gimel de los hebreos y con la Gamma griega. De ahí a la caza y captura de un estimulante encuentro con el punto g más cercano, o con las reuniones del G-20, o con la música de los Hombres G, pongamos por caso, distan más de tres mil años de historia en los cuales la ge ha dado mucho de sí, razón por la cual no debiéramos extrañarnos en absoluto de su comportamiento complejo y sutil. Ante las vocales e, i, nuestra españolísima ge adopta forma de un fonema consonántico fricativo, velar y sordo, ocurriendo en los demás cruces con las otras vocales que desaparece su faceta fricativa, convirtiendo así lo que antes era sordo en sonoro y ganando por tanto en dulzura y suavidad. Pero no terminan ahí las dificultades. Desde el punto de vista de su ortografía, y ante las mismas vocales e, i, se escribe con una u interpuesta, u ésta que para asombro de muchos no se pronuncia. Pareciera ciertamente que para este viaje de no pronunciarla no haría falta vocal alguna, por poco que tuvieramos presente la conocida navaja de Ockham. Empero, se puede argüir que el sentido último de tal acto es el intento de volver a la dulzura y la suavidad primigenia, esa que acontecía al contacto de nuestra ge con a, con la o, o con la u, y que se perdía cuando se trataba de la i y de la e. A tal extremo llevan esta regla de la u que si, por las razones que fueren, esta u se llegara a pronunciar, entonces deberíamos estigmatizarla de por vida con el conocido san benito de la diéresis. Dos avisos: con la ge resulta especialmente desagradable el vulgarismo de pronunciar la ge como una be, pasándose como por arte birlibirloque del agujero al abujéro, así como ciertos cultismos que hacen mutar la ge por la zeta, especialmente cuando la tal zeta va al final de sílaba, ocurriendo de esta forma que el ignorante queda convertido en una especie de iznorante. Por lo demás, tengo para mí que la ge goza de buena salud.

martes, 13 de octubre de 2009

F

Entre ellas no sé cómo se llaman, pero nosotros nos referimos a ellas llamándolas efes, y si viene sola o te refieres a una sola en particular de entre las muchas que hay, entonces hay que singularizar llamandola simplemente efe. Su nombre viene de lejos y se corresponde con el sonido phi de los antiguos griegos, que es como una pe pero aspirada. Los latinos, en su afán de ahorro lingüístico, convirtieron la phi en una ph por el expeditivo método de suprimirle la vocal tras un duro trabajo de reingeniería de procesos. Cuando la ph llegó a oídos de los humanos que habitaban la piel de toro, estaba la pobrecilla tan anémica y debilitada, tan ninguneada por unos y otros, que hubo quien, más que una consonante, llegó a considerarla una semivocal, pues necesitaba de una e al principio y de otra al final para que este fonema consonántico fricativo, labiodental y sordo, pudiera pronunciarse. Pero esto, lo de la pronunciación de la efe, no es un asunto tan sencillo y tiene su intríngulis. Hay quien opina que basta para que la efe salga bien parada de la boca hablante con que ésta cargue los dientes de la parte superior sobre el labio de la inferior, de forma y manera tal que el aliento consonántico pueda finalmente salir de entre los dientes como dios manda. Pero verán que si lo intentan así la cosa no resulta en modo alguno fácil. Otros son de la opinión de que es más sencillo explicarlo de ésta otra forma: júntense los labios y arrojen el aliento que hayan podido acumular, sin separar los labios tan pronto como se tiene por costumbre de hacer en los casos de las bes o de las pes. Basta con eso para que la efe, efectivamente, vea la luz. A mí esta segunda opción tampocome convence. Soy más partidario de pronunciar la efe tal cual suena, es decir, decir efe de forma clara y directa. Cambiando de tercio, conviene saber también que el oficio de la efe es idéntico siempre se una la tal efe a la vocal que se una y en las circunstancias en las que les apetezca hacer cópula. El emperador Claudio, que ya se olía la previsible monotonía y el consiguiente embotamiento de los sentidos que trae este modo inalterable de trabajar, quiso que la F vuelta del revés –grafismo éste que no puedo reproducirles porque no sé cómo hacerlo- sustituyese a la consonante V, aunque a juzgar por los resultados acontecidos en el transcurrir del tiempo, con poco éxito por parte de crítica y público.

lunes, 12 de octubre de 2009

ORFIDAL

Pronunció su nombre en vano no menos de una decena de veces. Esa era la forma que tenía de dejarse doblegar por la tristeza y el vacío. A partir de ese instante de dejadez, el rito depresivo aconsejaba dejar vegetar al cuerpo mientras hacía trabajar la memoria visual repasando dolientes recuerdos de desastres pasados, presentes y futuros, todo esto cuando no se confabulaba consigo mismo para dejarse morir literalmente de asco, del más puro asco que fuera capaz de conseguir. Pero no. Ya le hubiera gustado a él que la cosa hubiese sido tan fácil. Caer al abismo así como así, como quien no quiere la cosa, como si fuera suficiente un aguacero de despropósitos para dejar de existir. La soledad, la lluvia, el tabaco, el silencio, el insomnio y el Orfidal, a la que se suman largas temporadas de silencio, seguidas de otras no menos largas temporadas de tristeza, dejan tras de sí jodidas gotas oblicuas que terminan empapando hasta el tuétano de los huesos que sostienen la carne, pero no mata. Quiero decir que no mata de golpe y porrazo. Infame a fuerza de quebradiza e mala, su carne ya no le sostenía, pero aún así su conciencia continuaba jodiendo y machacándole erre que erre con la absurda historia de que nunca iba a encontrar a su mujer ideal. El otro día hizo un esfuerzo sublime por ser feliz, y se llegó a sentir tan feliz que se puso a llorar encima del taburete del bar donde tuvo la buena idea de esforzarse en ser feliz. Ni tan siquiera llovía y se puso a llorar como lloran aquellos que, de pronto, les da por ser felices. Y es que con la conciencia, sobre todo si es la mala, ocurre como con el campo, que no hay forma de ponerle puertas.

domingo, 11 de octubre de 2009

ESDRÚJULO

Mientras aprendo a encontrar en el olvido los rasgos esenciales del humano paisaje y a esculpir el duro material del alma sin otro cincel que la palabra, la fina lluvia del dolor cotidiano no para de mostrarme su sonrisa más compleja. Los poetas se dispersan al tiempo que de la sequedad de mi boca brotan las estrellas y el color de la tarde hace templar la distante melancolía. Lo tengo claro: se mustiará mi deseo de novia blanca y la amarga hermosura de la arruga hará su aparición estelar. Sé, porque lo he soñado, que el otoño y la luna en el jardín reflejarán con inigualable certeza la languidez del parque viejo y la nostalgia de las hojas secas. Al final, y como símbolo de todo lo invisible, la suprema dificultad que asocio a todo lo esdrújulo vibrará en mis oídos y en mis henchidos ojos rebosantes de nada. Por cima de las cosas habitaran mis ojos velados por la niebla y el humo de las hogueras que no paras de alimentar. De aspecto inane, el mar pensará en sus cosas, en sus dóndes y en sus por qués, como yo pienso en el nostálgico anhelo de ser yo, de sentir lo pensado, y de buscar el significado profundo que anida a la sombra de mi nombre exacto.

sábado, 10 de octubre de 2009

D

Si usted dobla la punta de la lengua contra los dientes de arriba y abre al mismo tiempo la boca expulsando el aire que haya podido recoger en sus pulmones, especialmente si no fuma en exceso, entonces notará cómo se esparce por la estancia un sonido muy parecido, si no clavado, al de la quinta letra del abecedario español. Su nombre es de a secas, pero si son varias y se quiere hablar de todas al tiempo hay que hablar entonces de las des. Y de las des vamos a hablar. A las des, como a cualquier otro ente creado por seres más o menos vivos, les ha sido dado vivir situaciones tan contradictorias y variadas, cuando no directamente absurdas, como las que acontecen en la vida de sus propios creadores. En el caso que nos ocupa, resulta que de normal las des son letras de una fortaleza envidiable, y digo normal cuando aparece en posición inicial absoluta o precedida de n o l, que es cuando las vemos vestidas de sus mejores galas dentales, sonoras y oclusivas. Sin embargo, su manifiesta debilidad se pone en evidencia cuando se las sitúa en posición intervocálica, lo cual dice mucho de su delicada personalidad, llegándose a dar casos extremos en ciertas zonas de la madre patria debido a la extrema vagabundería de los hablantes que las pueblan. En tales ocasiones, ocurre que las des lisa y llanamente desaparecen, convirtiendo de esta forma en kansáo lo que está cansado y en peskáo al conocido pez marinero, quedándose tan panchos porque al pensar que lo komío por servío. Tres cuartos de lo mismo ocurre con las des finales, dándose casos como el de ciertos madrileños que abandonan su Madrid natal por otro Madrí más económico y chulapón, el usté por el usted y la verdad, lo cual es muy triste, por cualesquiera verdá, siendo la única verdad que a este paso y por este camino nos quedamos sin des. Y si no al tiempo.

viernes, 9 de octubre de 2009

POR LA CALLE DE LA AMARGURA

Apesadumbrada, veía abrirse ante sus ojos un nuevo venero de tristeza, manantial éste repleto de hiel y quinina que su refinada inteligencia no parecía capaz de poder taponar en modo alguno. Desde la muerte de su hijo todo fue un dejarse caer sin conmiseración alguna ni por ella ni por los suyos, generando en todos los que la rodeaban una situación angustiosa que se prolongaba en exceso. Se traía y los traía lo que se dice por la calle de la amargura, ya que todo era un ir y venir del disgusto a la aflicción y de la aflicción al disgusto, llegando a pensar más de una vez que, en justicia, todos debían estar muertos. Creía de verdad que en aquel accidente debía haberse parado el mundo, de forma tal que, sin exagerar un ápice, vivía de la merced y del alimento que le procuraba su propia tristeza. Avejentada por los recuerdos de tantas desgracias, su desmañada fantasía tampoco ayudaba en nada ya que, a los males reales, sumaba con facilidad pasmosa aquellos otros imaginarios que su cabeza iba pergeñando y que terminaban generando tanto o más dolor que los efectivamente existentes. Mientras paseaba por el bancal de flores en la parte trasera del jardín, las vanas suposiciones de una vida mejor se desvanecían sin sorpresa. Este acto diario de renuncia dejaba en su paladar un cierto retrogusto a almendra amarga que la procuraba un placer complejo, difícil de describir. Con altivez y afectada indiferencia, pero convencida como estaba de la total indignidad que supondría un gesto de alegría, una sonrisa, apenas si farfullaba para sí algún reproche en el salía a relucir el previsible pecado del orgullo, inútil reproche ya que, en todo caso, su glacial egoísmo podía con todo. No digo yo que no sintiera alguna vez un cierto remordimiento cercano a la compunción, pero lo cierto es que la necesaria enmienda no apareció nunca por ningún lado.

jueves, 8 de octubre de 2009

LA CUERVA

La fecundidad de la cuerva nunca estuvo en entredicho. Crió sus cuervos y éstos, sin más opción que la de cumplir con la pesada carga de las tradiciones, no tuvieron otra que sacar los ojos a una madre que no daba crédito a lo que estaba viendo hasta el instante mismo en el que dejó de ver. De resultas del dolor, y a falta del entretenimiento propio que produce la visión, la dio por pensar y por construir diabéticas palabras que nadaban en su cabeza de cuerva ciega entre tazones de leche y miel. Poco tiempo después, padeció de grandes delirios fruto de las fiebres y de la tristeza. Pongan si quieren lo que digo entre férreos corchetes, enciérrenlo bien y utilicen para ello altos paréntesis, deconstruyan las frases y aten cada palabra con potentes comillas, hagan lo que quieran pero la verdad no es otra que la que con torpeza les estoy narrando: los hijos de la cuerva sacaron los ojos a su madre, con el resultado final de que la cuerva deliraba de dolor mientras los hijos de la cuerva no alcanzaban a comprender por qué algo tan consabido, tan natural, podía causar dolor en alguien con el experiencia y la sabiduría de su madre. Sólo el género y su juventud de los hijitos podían explicar, a partes iguales, tamaña ignorancia. La madre, con la rapidez propia de la encina, cabizcoja, ciega y cogitabunda, pasaba sus horas muertas de cueva en cueva tratando de imaginarse frente al espejo, y tratando de ver en ese mismo espejo a un gusano con aspecto de tilde que estaba segura de que colgaba sobre la vertical de su propio pico. Asombrada de poderse mirar, soñaba muy a menudo que se le caían uno a uno los palos de su sombrajo, y que en una de esas el gusano escapaba. Y es que hay quien tiene mala sombra, como los hay también que no tiene sombra alguna, como es el caso de nuestra cuerva, con el resultado previsible y ya conocido por todos de la tilde cayó al suelo, hecho éste lamentable que fue aprovechado por los hijos de la cuerva para comerse el gusano y quedarse como dios.

miércoles, 7 de octubre de 2009

SIN SALPICAR

A veces ocurre que lo peor es lo único, y que lo mejor que puede ocurrirte es intentar hacer abstracción del cuerpo propio, ignorarle si es posible por completo, y sumergirse en el primer cuerpo ajeno que esté por la labor. A veces también ocurre que se harta uno de ser razonable e intentas siquiera por un rato cambiar de aires y hacerte fuerte con el disfraz de héroe, pero como ese papel cansa muchísimo, no está bien pagado y los resultados son dudosos, son muchos los que desertan al cabo de un par de días mudándose al papel de víctimas que resulta, dónde va a parar, mucho más socorrido. Los que quedan como héroes supervivientes tienden inexorablemente a funcionarizar su heroicidad. Así son las cosas de grises. El epílogo reflexivo rara vez acontece y lo más alto a lo que aspira el común de los mortales es a ciertos momentos de contemplación del propio ser mientras se observa un lirio rojo. Lamentablemente, esos momentos en los que acontece el porvenir como si hubiera devenido son la excepción, ocurren poquísimo, y cuando ocurren duran un rato. Lo normal es que tengamos que hacer esfuerzos infinitos por mantenernos fiel a lo imposible. En eso y no en ninguna otra cosa consiste la fuerza de la fe, y como todos tendemos a conocer las infamias ajenas y a desconocer las propias, las más evidentes, al final los más lúcidos llegan a la sana conclusión de que la mejor forma de amarse es verse morir, asunto éste sobre cuyos resultados sólo saben los muertos de amor propio. En lo que a mí se refiere, como nunca sé si estoy vivo o muerto, pues la única forma que he encontrado de ir amándome es ahogándome en sí mismo, eso si, sin salpicar.

martes, 6 de octubre de 2009

FRÍO SUEÑO DE SEDUCCIÓN

En el centro mismo de la borrasca veo dormir al mármol su frío sueño de seducción, y ya sea por ansiedad, por necesidad, o vaya usted a saber por qué, el caso es que, no conforme con la contemplación del marmóreo letargo, intento al mismo tiempo no perder el rastro que va dejando la memoria mientras se extingue. Para el logro de tan nobles objetivos tengo mis dientes de hierro que mordisquean sin parar el vaporoso vacío mientras las imprudentes miradas, primero la de un ojo, y luego la del otro, escapan más allá del cristal de la ventana para terminar, finalmente, viéndolas perecer sepultadas en los confines del espacio. Ver perecer tus propias miradas…aún no me explicó por qué tengo que vivir yo estas cosas. Perdida la memoria, la vista y la seducción, decido construir mi becerro de oro, con más voluntad que acierto, soldando para ello pedazos de desorden con carámbanos de frío, a resultas de lo cual nace un monstruo cuyo monstruoso resultado intento atemperar con colores de iglesia, algo de desidia, y cuentos de pájaros caídos. A mis costados, la hojarasca sigue construyendo sus hogueras mientras la oscuridad se pone en pie. Y yo me voy, que ya va siendo hora, creo yo, de guardar la noche en su estuche.

lunes, 5 de octubre de 2009

LA CORONACIÓN

Piensen por un momento en alguien como yo, alguien que, como es mi caso, no ha vivido todavía lo suficiente como para ser proclamado emperador. Pues bien, ni aún en mi caso, que es un caso extremo, se debe perder la fe y dejar de perseverar, ya que el hecho de que tal nombramiento todavía no se haya producido no es óbice ni cortapisa para que, a la luz de los niveles de estupidez que creo poseer y del cretinismo innato del cual me veo sobrado, tal acontecimiento, el de mi coronación, pueda hacerse realidad en cualquier momento. Bien mirado, salvo ciertos detalles del principio y del final, nadie, ni tan siquiera yo que me conozco bien, conoce con exactitud el argumento completo de la trama de la cual somos protagonistas, trama que, por momentos y para más Inri, pareciera que tuviera una capacidad infinita de enredarse hasta extremos inimaginables. Pues bien, fue precisamente para aclarar todo esto que, además de poner mi alma en manos del todo poderoso, cuestión ésta que ya habían hecho mis ascendientes por mí, decidí motu propio poner mi cuerpo en manos de la ciencia. Parecía llegado el momento de que unas manos y una mente experta tomaran cartas en el asunto y diera con las razones de mi aparentemente inexplicable desasosiego. Bien es cierto que, además de los sueños de grandeza, lógicos por lo demás en alguien dotado con las cualidades excepcionales que había tenido a bien dotarme la naturaleza, nada extraño me había sucedido en los últimos cincuenta y siete años de existencia. En realidad, había días de esos cincuenta y siete años, muchos días, que parecía como si no ocurriera nada, ni extraño ni no extraño. Ya sé que no está claro que todas las guerras comiencen de día pero, aún así, y después de examinar la cuestión con atención, pensé que lo mejor sería que a la mañana siguiente, bien temprano, llamara a las puertas de un especialista y me dejara de tarambanas. Y eso fue lo que hice. El veterinario primero examinó a mi perro y luego me examinó a mí. Las pastillas de rigor, por supuesto, fueron para mí ya que el perro al parecer estaba estupendamente y a mí me diagnosticó tres o cuatro dolencias en ninguna de las cuales acertó. Ahora voy a darle un ejemplo de cómo se equivocó el veterinario. Para hacer tiempo, y mientras esperaba que me atendieran, había mantenido durante un par de horas una amigable conversación con un perchero, y este gesto, el de salir de mi natural mutismo, que lo había realizado únicamente para dejar claro mi don de lenguas y sobre todo para que todo el mundo en la sala de espera, gatos, perros, focas y loros incluidos, entendieran que, aún a pesar de ser quien soy y de poder llegar a ser lo que podía llegar a ser, no por ello estaba incapacitado para mantener una conversación informal con cualquiera. Bueno, pues al parecer esto era síntoma evidente de una propensión a mirar más allá de las tinieblas, razón por la cual me adjudicó un ansiolítico cada ocho horas de por vida. Con esto les digo todo. Pues bien, tampoco en esta pudieron conmigo. Con solemnidad misteriosa, y no sin cierta tristeza, abandoné aquel recinto pensando que la coronación estaba cada vez más cerca.

domingo, 4 de octubre de 2009

INSÓLITA MELANCOLÍA

Insólita melancolía, ésta del equilibrio, que me obliga a buscar dentro de mí aquello que probablemente nunca existió. Y es que dentro de mí, más allá de la carne, habita un dios vago y borracho repleto de incógnitas y certezas a partes iguales. Un dios que me promete la resurrección de los besos y el triunfo final de los deseos muertos, pero que nada hace por parar la eterna corrupción de los días y las noches, ni parece tener interés alguno en poner coto a la nostalgia de las fronteras innominadas. Las heces crecen, y siembro la forma en la pulcritud de esas mismas heces, y en las blancas sombras que habitan en los confines del ser que soy. Allí me refugio para intentar parar las avalanchas de tiempo que no parecen tener otro fin que el de acabar con lo poco que soy –lo que tengo ya lo entregué a sus testaferros-, esto es, apenas si algunos fragmentos de luz de los que se nutre el olvido.

sábado, 3 de octubre de 2009

CRISIS DE ANSIEDAD

Anochecía, y fue en esa hora tonta en la que agonizaba el farol, tan propicia para el misterio y los rumores, donde tuvo lugar el encuentro o, mejor dicho, donde tuvo lugar el encontronazo. Yo entraba y él también, con tan mal tino que tropezamos los dos, o los tres porque a los dos se sumó la puerta que tropezó conmigo y luego con él, antes de que él tropezara conmigo y con la puerta. Si las miradas mataran, ahí mismo debí haberme quedado fulminado. Servidor, que no tenía fuerzas ni ganas para lío alguno, pidió disculpas, asumiendo así una responsabilidad que no me parecía tener en exclusiva, y me adentré en el café mientras rastreaba con la mirada alguna mesa vacía con su correspondiente silla salvadora. No hubo suerte y, como casi siempre, dí comienzo a lo que presuponía un buen rato de espera en la barra. Desde allí pude ver de nuevo al señor del tropezón que, para enojo mío, había tenido más suerte que yo, y eso que había entrado en el establecimiento después, bien es cierto que poco después, sólo segundos después de hecho, pero después en todo caso. Esta pequeña injusticia, ejemplo de la insuficiente y corrupta realidad que nos rodea, no me impidió continuar con mis averiguaciones, razón por la cual dirigí mis fervorosos y torpes ojos, llenos de luz, hacía el suertudo caballero mientras éste parecía hablar algo con el camarero, tomaba posesión de la mesa e iba poniendo sobre ella cierta cantidad de artilugios que me parecieron propios de lector o escritor de cafetín. Allí, aliñado de negra guedeja y luenga barba, estaba don Ramón, que así es como se llamaba el tipo en cuestión según pude sonsacarle al camarero, mientras le apremiaba para conseguir, yo también, un huequito bajo el sol de los sentados. Tan feo, católico y sentimental como el que más, el malhumorado tipo que me había quitado la mesa, mi mesa, a juzgar por su aspecto general, parecía aquejado de una suerte de tisis romántica, y me dio por imaginar que lo que debía escribir en aquel viejo cuaderno debía ser algo a medio camino entre las Confesiones de San Agustín y las Memorias de Casanova, o algo sobre cementerios y antiguos sepulcros, o sobre doctores y bachilleres, en fin, algo de temática turbia y desfasada. Quedéme mirándolo un buen rato hasta que, abúlico de tanto esperar, y sin venir a cuento, mis ojos comenzaron a supurar tal cantidad de lágrimas que terminaron cegándolos, y entonces, cegado del todo y al tiempo que intentaba achicar el agua con la manga de la camisa, imaginaba de nuevo la temática sobre la cual escribía aquel ladrón de mesas, e imaginaba ahora que sería alguna bagatela sobre condesas y novicias, algún folletín de argumento zafio en el cual un señor mujeriego y despótico se divertía a costa de la criada, imaginando al escritor, en cualquier caso, más empeñado en expresar sensaciones que ideas. Continuaba la hemorragia de lágrimas así que no tuve otra que huir de allí, no sin antes echar una última ojeada al fondo del café con promesa de venganza incluida. Corrí hasta casa y no paré de correr ni de llorar hasta que, por fin, hice desaparecer mi cabeza en el hoyo de la almohada.

viernes, 2 de octubre de 2009

BE

La be es letra femenina. Por eso decimos la be. Y es alta y larga, y bilabial y sonora como ella sola, y quizás haya sido por esa o por otras virtudes que se conocerán a su debido tiempo, el caso es que resultó agraciada con ser la primera en el orden de las consonantes, que así, consonantes, es como son llamadas las pobrecillas letras que resultan dependientes y no pueden pronunciarse por sí solas, requiriendo para este y otros menesteres el socorrido auxilio de las solidarias vocales. Beth la llamaban los hebreos, los griegos beta y los egipcios bida, bida con be, que no con uve. Nosotros decimos be, y nadie tiene duda alguna de que en esta forma de decir las cosas nos parecemos mucho a las ovejas con sus balidos. Pero aún pareciéndose mucho nuestras bes a sus balidos, y siendo muchas las confusiones que sin duda deben tener las ovejas entre sí con esa avalancha de bes pronunciadas del tirón y sin que parezca mediar en el lenguaje ovejero alguna consonante que ayude a aliviar tanta monotonía, mayor confusión es la que reina entre el subconjunto de humanos castellano hablantes a propósito de la difícil convivencia sonora de las uves con bes, ya que al oído, reconozcámoslo, resulta bien difícil de distinguir la una de la otra. Es por ello que no debieramos mostrar extrañeza si aquellos que tienen por misión limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua de Cervantes nos animen a estar ojo avizor con esta letra y no relajarnos en modo alguno cuando debemos pronunciar la be seguida de otra consonante, pongamos por caso una ese, con el fin de que no convirtamos de forma tan poco ortodoxa lo que debiera ser un puro y sublime "abstraer" en una especie de "astraér" simplón y muy poco elegante. Hay que reseñar, empero, que es tal el grado de comodidad y buen criterio al que hemos llegado las masas obreras y campesinas en la búsqueda de economías lingüísticas, que hemos sido capaces de convertir lo que antaño era "obscuro" en un sencillo y liviano "oscuro", desapareciendo de esta forma, como por arte de birlibirloque nuestra querida be, proceso éste, o cosa, que me parece a mí tiene sus bemoles.

jueves, 1 de octubre de 2009

TARANTELA

Algo debía de haber en aquellos reflejos de vodka en el cristal, o en la mezcla explosiva y fría del cristal y el vodka, o sólo en el vodka, o a lo mejor sólo le interesaba el cristal. No sé. Sea como fuere, lo cierto es que en todo eso parecía buscar sin encontrar algo, un algo que bien pudiera ser la cara oculta de la luna, o algo que le recordaba a algo, en fin, no sé. Es difícil. He decirles que esa mujer, la que parecía buscar algo en el vaso, estaba absurdamente ojerosa, o mejor aún y en honor a una precisión que espero sepan apreciar, podría decirse que estaba locamente demacrada, o más allá aún del anterior mejor aún, que todo al fin es mejorable, diría que esa mujer parecía psíquicamente muy afectada. De repente, olvidándose de toda búsqueda y como si hubiese sido picada por alguna tarántula, abandonó la barra y se puso a bailar de forma espamódica y compulsiva, bailaba algo que al parecer sonaba en un compás de seis por ocho y que un amigo entendido en músicas mediterráneas raritas denominó la tarantela, o algo parecido, dijo el entendido, que tampoco estaba a esas horas para mayores precisiones. Terminado el ataque, cada cual volvió por los fueros de sus locura. La bailarina se entregaba de nuevo a los embrujos del vaso vodka acristalado, y a esas alturas mi alma vagaba ya lejos, muy lejos, en algún lugar de las costas de Sorrento.