El
apresuramiento que observaba en buena parte de sus congéneres le llevaba a
reflexionar a propósito de su austera lentitud. ¿Dónde estaría el origen de esa
pesadez tan poco moderna? ¿Tendría su razón de ser en el miedo?; aquella flema,
aquél cuajo tan personal ¿se debería quizás a la ausencia de un norte claro que
acelerara sus pasos? Fuere lo que fuere, prisas lo que se dice prisas parecía
no tener ninguna, y, sin llegar a considerarlo virtud per se, lo cierto es que
no se encontraba incómodo en aquél mundo suyo tan cuajado de antigua
parsimonia.
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