Se desplazaba dentro de su cuerpo no sin dificultad y cierta repugnancia, y
su aspecto habitual era el de un niño malo después de un berrinche. Para vencer
tamaño handicap y superar de alguna forma la pestilencia que decía padecer
durante sus paseos interiores, sus ojos se tornaron huidizos y vencidos, y
solía ingerir con asiduidad sustancias que simulaban el retorno a una
normalidad cada vez más lejana y ficticia. Lo cierto es que no se gustaba así
mismo, y no terminaba de encontrar el camino de eso que llaman quietud.
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