Reinaba
en la atmósfera una tensión sofocante y, conforme adentraba sus pasos en la
estancia y podía constatar la evidencia de los destrozos, el aire se enrarecía
a su alrededor hasta conformar en su pecho una especie de terror arcaico mil
veces anunciado, acompañado de un misterioso y lejano sabor a lascivia. Acostumbrada
durante años a ser acariciada únicamente con palabras, le reconfortó comprobar
que sus libros no fueron tocados por los ladrones.
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