Los silencios eran muy gregarios, vivían todos en la misma calle,
frecuentaban el mismo hammam, sabían defenderse y lo cierto es que le
preocupaban menos. Pero los cantos…los cantos eran harina de otro costal.
Guardaba las coplas en lo más profundo de su estómago, no fuera a ser que en un
descuido se escaparan solas y, confundidas por la isócrona y machacona sinfonía
general del tiempo, no encontraran jamás el camino de regreso. Y entonces ¿qué?
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