El reguero de almas que deambulaba por los callejones nos acorralaba juntándonos el uno junto al otro. Por dentro acabábamos desechos, y nos volvíamos a rehacer no sé cómo, hasta terminar al cabo de un rato desmenuzados en un mar de nubes. No encontrábamos el perdón y todos los caminos parecían repletos de trampas. A todo esto, los gestores pudieron fecha a la boda: finales de primavera.
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