Debiera conformarme con la certeza de su vientre, con la minuciosidad de sus labios sellados, pero de mi cerebro erecto no hacían más que salir metáforas enfermas. Y eso no estaba bien. Así pues, para que la caldera del amor cogiera impulso tuve que atiborrarla a carbón. Y para la distancia: más carbón. Y para los miedos: más carbón. Carbón del bueno. Carbón alemán.
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