Callado, sin ritmo, vivía el caracol como quien dice en estado de dejadez permanente. Ganas tuvo más de una vez de abandonar su concha vacía en cualquier rincón e irse desnudito por esos caminos de dios, que es como dicen que se fue el mismo san Francisco, buscando otro modo de temblar. Sin embargo, la prudencia y la voz que nunca oyó le mantuvo alejado de excentricidades, lejos de lugares extraños donde, dicen, el consuelo no existe. Nunca pudo arrepentirse lo suficiente.
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