Erase que se era un hombre perdido en una historia, en su propia historia para ser más exactos, y una inevitabilidad, una especie de estrechez en el aire con vocación neurótica, que pugnaba por hacerse un hueco en un crepúsculo repleto de salmuera y orfidal. Erase que se era la historia de un hombre extraviado entre la preficción y el hedor de la desolación.
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