La sustancia del milagro que aconteció tuvo su razón de ser en el hecho de que, aun a pesar de la carga y hasta de la sobrecarga de conocimientos que pesaba sobre sus entendederas, nunca sobrepasó en su discurso los límites del rigor bien entendido. Hablaba a lo claro, a lo liso, a lo no intrincado ni complicado, y fue así, hablando llano, como se declaró vencedor de sí mismo.
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