En derredor de sus labios se congrega la vida. Tan es así, que por momentos pareciera como si todo lo que ansié tuviera cobijo al abrigo de su boca, y todo, todo, apareciera ante mi presencia como extrañamente poetizado. Qué gusto amanecer al borde de su hocico desoladoramente solo, y qué gusto percutir sollozo tras sollozo sobre los ojos de aquellos poetas que tenían por costumbre orinar lagos de ginebra. Alma perra la mía que, a cuatro patas, transmuta de odre en odre, en busca de un pecho amigo capaz de acogerme a mí y a mi demencia.
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