martes, 15 de junio de 2010

LA CARTA

Terminé finalmente redactando y echando al buzón la carta que esperaba y no acababa de recibir. Lo curioso es que, aún a pesar del olor a viejo truco que emanaba de esta maniobra poética, la resultante no acababa de disgustarme. Cualquier papel en su pellejo de celulosa se hubiera hecho el sordo ante los alardes de estupidez que emanaban del escrito, pero éste no. Este papel aguantó estoicamente hasta que la carta fue escrita, y fue sólo al final, después de concluida la faena, cuando adjetivó la misiva como una memoria que se reproduce a sí mismo, como una secuencia inolvidable y correctamente articulada de contenidos a la deriva, mezcla de bostezos y ronquidos. Y fue entonces y sólo entonces cuando confesó su soberano aburrimiento. No sé cómo pude conservar la calma y evitar convertir su alma de clorofílica y a sus imperdonables impertinencias en puro humo. Pero claro, si lo otro fuera humo no habría debate y el aburrimiento sería aún mayor.

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