miércoles, 9 de junio de 2010

ME PERDÍ

Ya no se sabe quién mira a quién, quién ama a quién, quién llama a quién, de ahí que me propusiera sentarme en un mar de sangre para disciplinar lo que queda de mi alma con la práctica de la meditación. Para ello tenía que imaginar un color del que sólo sabía su nombre, debiendo a renglón seguido observar el avance de la herrumbre sobre los huesos de un búfalo. Y eso hice. El resultado fue que, acurrucado entre las cañas, vi apretujarse a los musgos unos con otros como sólo tienen por costumbre hacerlo las bestias y las gentes. Todo iba bien. A pesar de que mi corazón estaba viejo, eso no le impedía escuchar las voces que manan de sus propias entrañas. Todo iba bien hasta que hasta que un gallo más atolondrado que de costumbre tuvo la desgracia de cortarse a sí mismo el pescuezo. A partir de ahí, el vértigo se precipitó sobre mi cabeza y me perdí.

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