jueves, 17 de junio de 2010

TODO COMENZÓ AL ACABAR

Todo comenzó al acabar. Al acabar, todas las cosas se doblaron y se cayeron como quien no quiere la cosa, comenzando a generarse entre los observadores del acabamiento fuertes dosis de asombro y confusión. Pero ese fue el acabose. El principio fue que, menguada e indiferente a todo, una luna me miraba como mira quien ve llover, siendo como era el caso que yo no llovía, y si llovía no llovía para fuera si no para adentro que es como solemos llover los que lloramos. A veces, cuando lloras, se puede tener la sensación de que todas las noches se parecen y que todas las lunas de todas las noches se parecen. Y eso fue lo que me pareció a mí al principio, pero estaba equivocado ya que tales padecimientos no se compadecen con realidad alguna que las justifique y las de sustento. Al final ocurrió que todo terminó al comenzar, que por otro lado es lo normal. Y yo nunca temí a lo normal. Al exceso de lo normal sí, pero a lo normal a secas no. Lo cierto es que al terminar de comenzar mi cabeza formaba un paralelepípedo perfecto, una masa de sebo en estado semisólido cercano a la fusión. Y a mi cabeza le hubiera encantado poder ingerir algunas virutas de tranquilidad, y no esa sucesión de cuchillos, cordones, piedras, sombreros y bicicletas que son las cosas con las que suele tropezarme al principio y al final de cada historia. De ahí que todo comenzara al acabar.

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