lunes, 14 de junio de 2010

LA POSESIÓN

Hijo de la madre del roble, era un dios con suerte. Tenía todo lo que había soñado tener, y todo lo tenía sin apenas esfuerzo. En su boca bullían burbujas de amargura espumeantes que no tenían otro fin que el de impedir que otros demonios distintos al suyo ultrajasen con su presencia lo que consideraba eran sus dominios exclusivos. Lucía unas gafas de un negro brillante semejantes a las que usan los demonios de cualesquiera latitudes y, como si de esclavas se tratara, llevaba cinco plumas de fénix asidas al tobillo de su pie izquierdo. Sus pupilas tenían un cierto aire de ensueño, razón por la cual generaban en los pocos que habían tenido la ocasión de observarlas con detenimiento unas sensaciones parecidas a las que se obtienen al contemplar un río desierto. El agua se vestía con calma cuando fue vista por la luz y el demonio vio a la niña. La posesión tuvo lugar poco después en aquella misma ribera.

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