Querían ser como los dioses e irguieron sus hinchadas neuronas por encima de las olas. A renglón seguido sintieron un leve cosquilleo en los sesos y unas alga sospechosas de asesinato se adueñaron de la escena. Intranquilos, los más espabilados no quisieron saber nada del experimento, cogieron un libro entre las manos y se sentaron sobre los vientres de las madres luciendo su respiración de gala. Y respiraron.
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