Aunque nada debía a nadie, eran muchos los que pensaban que debía ser un loco, y todo porque pensaba en alto que cada cual era más artífice de su desventura que de su ventura, y que, con todas sus vueltas y revueltas, aquél que viera escrito o escuchara leer lo que de la suerte dicen, coincidiría con él en lo ciega, antojadiza, borracha e injusta que resulta ser la tan deseada fortuna.
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