Transitar
por los vericuetos de su propio yo no resultaba un ejercicio tan fácil de
realizar como en un principio pudiera parecer. A veces ocurría que
intentaba encontrarse con él, con el propio yo quiero decir, y no había forma.
Auscultaba el aire, le seguía la pista por los parques, susurraba su nombre a
las plantas, olisqueaba las arterias, pero nada, que el famoso desconocido
seguía sin dar señales de vida. En esos casos la experiencia le aconsejaba
abandonar la búsqueda y esperar tranquilamente en el bar a que la sed le
condujera a las cercanías de la barra. Era aficionado a las preguntas de modo
que, una vez localizado, se podía hablar con él.
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