Con la mirada perdida en el espacio, disfrutaba como podía del
placer de dejarse llevar por la dulzura de unos días sin rumbo, de modo que lo
esencial de la vida transcurría en torno a solitarios paseos al atardecer.
Atrás quedaba lo abrupto, lo perentorio, la urgencia de desarrollar unos
índices suficientes altos de vulnerabilidad que le hicieran atractivo para las
mujeres. Ni que decir tiene, que todo en vano.
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