Si la
suerte es el dios de los tontos, entonces este hombre resultó ser muy listo, o
muy ateo, o ambas cosas al tiempo porque lo cierto es que tanto amigos como
enemigos coincidían a la hora de señalar que padeció un ataque repentino y
severo de mala suerte, de mucha mala suerte. No es fácil de explicar. El dice
que su memoria se fue llenando de lagunas, que las esquinas desiertas se
multiplicaron y que los bares, de pronto, amanecían como cargados de niebla. Acarreaba
su pequeña geografía por las calles del barrio como si de un Prometeo
cualquiera se tratara, con la diferencia de que en vez de fuego era portador de
ternura y olvido. Cuando la mirada de él se enhebró con la mirada del ella, él
ya no era él. Lo dicho: mala suerte.
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