Los muertos, desde lo más profundo de la tierra, seguían
imponiendo su respirar, su viejo hacer y hasta su pesar en la conciencia de las
ánimas que, aunque derrengadas en su mayoría, aún estaban pendientes de morir.
Aquellos que les escuchaban de forma asidua, a saber, los niños, los viejos y
los embrujados, aguantaban y cabestreaban en un intento vano por despistar el
sistemático trabajo de la parca.
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