Era un hombre desecho a sí mismo cuyo flujo sanguíneo se alteró considerablemente al enterarse de lo que iba a ser su último secreto. En realidad no era para tanto. Suave y quejumbroso, el fuego de las emociones más canallas iba ardiendo en su interior a modo de sarmientos entretejidos hasta que, por fin, se incorporó del sofá y, en una pose solemne e inalcanzable, hizo lo que tenía que hacer para mandar todo el carajo.
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