La desesperanza no terminaba de llenar un silencio que, por momentos, se hacía insoportable. También ocurría que la desdicha, antaño incendiaria, actuaba a modo de preludio de la gangrena nocturna. Ayer mismo, una explosión de espinas arrugó la cara de la luna. El hambre se hacía visible y en los corazones reinaba un silencio de nieve. Las famosas vacas flacas mugían a sus anchas.
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