Nada tenía de extraño que aquél cubículo en el que tanto se esforzaban por incubarle le pareciera el más bonito de todos los cubículos del mundo. Al fin y al cabo, ni conocía otro cubículo ni conocía otro mundo, como tampoco sabía si algún día podría mirar a alguien como se mira a un hijo. Y fue así, incubando este tipo de pensamientos, como conoció por primera vez un tipo de miedo especial al que llaman frío.
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