En las quejumbrosas estrías de sus pupilas abundaban las miradas perdidas y los escapularios de costras. En ese contexto, no es de extrañar que, recién desembuchadas, las voces de la verdad avanzaran hacia él, día si y día también, sin otra pretensión que la de subyugarle. Menos mal que llegó en su auxilio la risa, medicina ésta que antaño ya salvó a más uno de ahogarse en las tinieblas de las prisas y el rigor.
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