Hablaba con precisión el lenguaje de las bestias, pero en su cabeza los recuerdos se amontonaban confusos sin orden ni concierto. Recordaba que la mujer a la cual amó más que a su vida dejó de respirar y, segundos después, dejó de existir. Nunca dejó de ser, sin embargo, aquella mujer a la cual amó más que a su vida, esa misma que había dejado de respirar para luego dejar de existir, pero que nunca dejó de ser.
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