Las hileras de niebla se deshacían en silenciosos retales que primero se me antojaban curiosos, más tarde vanidosos, para terminar finalmente envueltos en un halo de bondad ajeno por completo a cualquier realidad. Allí fue donde la palabra me fue revelada, se hizo carne y sangró, todo esto en un lapso de tiempo imperceptible. Allí, el hierro talló de nuevo la piedra y la sombra.
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