Arrugada sobre sí misma y de aspecto lobuno, una mujer rota y sin apenas nombre hacía gala de su espíritu más refinado y preciosista jurando y perjurando que recuperaría aquello que nunca tuvo. Para asombro del gentío, lo logró. En los límites del tiempo, adormecidos los sentidos y el pensamiento fruto de los muchos venenos y el sol, sólo el sonido de la tierra al chocar contra el ataúd la generó cierta curiosidad.
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