Aún a pesar de haber disfrutado de muchas noches tranquilas, de esas donde ni los ratones se mueven, un misterioso frío enfermó el pecho del soldado Francisco. Como fuere, o él, o un pedazo de él, tuvo fuerzas para incorporarse del sofá. Al hijo del guantero no le fue mejor. Antes de la postrera conmoción tuvo dos visiones espantosas, dos, que le atormentaron y maravillaron a partes iguales.
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