Tenía la gracia muda propia de las vidas inconclusas, y una mirada gris, casi enferma, que se paseaba al borde de la taza mientras su propietario rememoraba la fuerza cansina del tiempo y el recuerdo de un miedo aburrido ya de tanto miedar. Mientras tanto, en la puerta de la taberna, tenía lugar el último juicio conocido.
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