El misterio que anida en el canto del gorrión es el mismo que se esconde tras el roncar de la piedra en sus largos sueños. O eso al menos pensaba ese bípedo implume, vecino durante largos años, al que su madre llamaba lucero de fulgor solitario. Este congénere, a pesar de que se acostumbró desde pequeño a pensar en cosas extrañas, tuvo una vida gozosa, infranqueable y tardía.
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