Lo divino, que subsiste como puede camuflado en los ramajes de lo indescifrable, suele mostrar la desolación anillada y obscena que padece en cuanto tiene oportunidad. Sólo el poder de la locura y el intrincado laberinto de los sueños permiten recordar la inhóspita resaca de la lucidez. Su caso, empero, fue otro: no quiso ver el orgulloso fulgor de las estrellas, y lo pagó caro.
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