Atónitos, los huesos permanecen inmóviles en ese retroceder constante que va del ser al no ser. El demente limo reposa en el trasfondo de la nada y es la noche, lívida y célibe a la vez, la que tamiza las voces y las conduce una a una al remanso líquido donde abrevan los sinsontes. Mientras, en la superficie, los desertores del vértigo escarban en los montones de respuestas abandonadas a las preguntas de siempre.
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