Se encontraba sin historia, además de mellado y roto como los viejos serruchos. Y sin dinero, ni para el alquiler ni para nada. Hacía gravitar su cuerpo del parque al Día y del Día al parque como si de un astro loco se tratara, con variantes en su ruta sideral consistentes en rápidas visitas a la taberna y de la taberna al callejón, lugar éste último donde descargaba los líquidos de la taberna. Por momentos, la gravedad hacía su trabajo y caía rendido en el último banco del parque, el que quedaba frente al estanque de los patos. Vivía, que no es poco.
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