La lentitud y la delicadeza del fuego anunciaban el triunfo del crepúsculo. Y así fue. Por si acaso, permaneció vigilante hasta que en sus ojos quedaron no más que tibias ruinas de polvo y luz. La estridencia del azul sobre el gris plomo, y el encanto de un negro humo que se iba embebiendo el aire, lograron el resto. Finalmente todos se fueron, dejándole único en aquel paraje.
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