Aquella noche tuve una corazonada violenta: llegarían inviernos helados al tiempo que triunfaría la empalagosa fragancia de los mangos macerados al sol. Miel y escarcha. Las noches cargadas de tambores, esas mismas que se llevan en volandas los años y vencen al miedo, se mezclarían con las sangrías de mercurio que emponzoñan el entendimiento y dan que pensar a los insectos. Seda y dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario