Una canción inacabablemente breve asalta los muros de mis sentidos. Y eso está bien. Mientras la conquista tiene lugar, pienso que si no existiera (me refiero a mí), ya lo sabría. Y eso también está bien. Una vez consumada la invasión, pienso que el hígado de sus palabras se declaró incapaz de destilar tanto veneno, y que en su caso fue así, pudriéndola, como la palabra se hizo carne. Y hasta ahí llegó la bondad.
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