Tu historia y mi historia, apenas si comenzadas, se reconocen en lo que tienen de eterno, en los pequeños recovecos de complicidad donde se refugian las palabras que nos nombran y nos hacen cómplices del azar. Azar. Amor de azar. Ese territorio de noches desmemoriadas y modales inexpertos por el que, en los días malos, pasean diminutas fragancias de ruina.
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