Le llaman cascote y siempre está igual. Siempre al otro lado de la tapia con esos ojos de pescado hervido y esos andares como de broza y cascajo. Nadie es nada, pero a él al menos le llaman cascote. Ripio del desecho, menudo de pura escoria, todo lo absorbe sin decir palabra. Y me parece bien. Lo único que me disgusta es ver cómo los calcetines flojos se le derriten a la altura de los tobillos.
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