En vano las enredaderas de liquen fueron devoradas por el trueno. El pánico del buey y el hocico del perro dulce, ese mismo que husmea entre diario el helado sabor del miedo, nada pudieron hacer ante el fulgor del látigo y la alpargata. Todo quedó en un recuerdo de luz y llama fría que aún llora en mi puerta.
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