Como si de la maquinaria de un árbol muerto se tratara, comieron sangre y bebieron muchedumbres ingentes de pan ácimo e imposible. Comieron y bebieron, según dicen, hasta que, saciados los deseos en innumerables fragmentos, se dejaron morir un rato. Y luego un rato más. Les despertaron luces de puñales que iluminaron de paso aquella geografía lunática repleta de inteligencia y miel.
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