La infinita extensión azul que abarcaban sus ojos contrastaba con el pestilente fragmento de vida que habitaba en su pecho, justo allí donde la sombra aúlla. La estrategia era clara: pensaba resistir por los siglos de los siglos dentro de su turbia burbuja de costumbres monocordes. Se olvidaba de las ráfagas de piedras machacadas y del efímero tránsito de un tiempo que primero fue herido y luego devorado por un vacío insaciable. La luz marina, no sin pesadumbre, subsistía a duras penas junto al sol del páramo.
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