No sabe si hubo un momento en el que el mundo perdió de golpe todo su sentido o si, por el contrario, fue él quien recibió un golpe y perdió el poco sentido que había logrado acumular. El caso es que sus ojos, más abiertos que nunca, no miraban a ninguna parte. Tenía la boca reseca y se le escapaba por la tráquea el aire destinado a un intento de sollozo. No había cambiado de color. Simplemente llegó al fin del mundo y se dispuso a esperar. Sabía que era suficiente con que una parte de sí alcanzara el destino, y lo había logrado.
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