domingo, 30 de mayo de 2010

DE CÓMO UN PATO ESPECIALMENTE PATOSO Y FEO APRENDIÓ A QUERERSE

El lápiz no es tan tonto como yo y sabe lo que se puede y lo que no se puede contar. Si el lápiz cuenta hasta tres, es que se puede contar hasta tres. Si el lápiz dice que el patito de nuestra historia nació en un mundo equivocado, en el momento equivocado, y en la especie equivocada, entonces es que tales cosas se pueden contar, como se puede contar también que el patito en cuestión, al decir del resto de los patitos y de cualquiera con ojos en la cara y dos dedos de frente, era un pato flaco, feo, desgarbado y torpe. Especialmente torpe para los desplazamientos. Y raro. Nadie entendía sus gestos de manzana, y sólo él parecía apreciar los inadvertidos restos de sol que descansaban a la orilla de los caminos que conducían a la granja. El lápiz cuenta también que pasaban los días y su desastroso aspecto no mejoraba. Nuestro patito empezaba a pensar que siempre sería un patito feo, y que al contrario del patito feo del cuento nadie vería en él lo que en realidad era, es decir, un cisne. Se fue lejos, muy lejos, buscando un lugar en el que le quisieran como lo que era, pero nunca pudo abandonar su aspecto de pato anormal. En fin, que todo era un desastre desde el punto de vista del equilibrio psicosocial del pato, hasta que, pensándolo bien, llegó a la conclusión de que tenía un sol entre las alas, eso es al menos lo que me cuenta el lápiz que no es tan tonto como yo, y que ese sol podía ponerle a refugio de un tiempo feroz. A ojos de nadie nunca se transformó en cisne, pero al menos aprendió a quererse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario